Estas palabras han sido plasmadas por un hombre que, al igual que los demás se ha cobijado en una familia; un hombre que promovió esta institución con entusiasmo y la defendió con valentía; un hombre que se convirtió en Papa.
Al hablar del tema, Juan Pablo II alababa el hecho de que las familias han adquirido, con el paso del tiempo, la conciencia de una mayor libertad personal entre sus miembros. Comentaba que las relaciones conyugales, a nivel general, habían presentado una mejoría; pero no dudaba en mostrar el reverso de la moneda: las dificultades que afrontan los padres en la transmisión de valores, la tragedia del aborto, etc.
En su calidad de jefe supremo de la Iglesia Católica, buscó sin cesar el bienestar familiar. Las reflexiones que aportó acerca de la institución doméstica, no sólo eran de carácter espiritual; estaban dirigidas también al provecho de la sociedad. Afirmaba que la familia era “la primera e insustituible escuela de sociabilidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias” (Exhortación apostólica Familiaris consorcio pág. 74). Más adelante comenta el peligro de la pérdida de identidad personal en medio de un mundo masificado. De aquí el importante papel que juega la familia como ambiente propicio, en donde el hombre sale de su anonimato y enriquece su dignidad.
El Papa polaco exhortaba a las familias a convertirse en protagonistas de la denominada “política familiar” y a buscar en medio de sus circunstancias particulares, un cambio en la sociedad. Si no se toma con responsabilidad este compromiso: “Las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia” (Ibidem pág. 76).
Pero el Papa Wojtyla no se dedicaba a echar en cara una serie de deberes. Su voz se convirtió en la reclamadora de los derechos familiares: Pidió respetar la oportunidad que tiene todo hombre, aun siendo pobre, de fundar una familia; el derecho de los progenitores de educar según sus propios valores religiosos y culturales y la posibilidad de que las familias puedan obtener una seguridad física, social, política y económica.
Sus esfuerzos iban dirigidos a crear estima hacia cada uno de los miembros de la familia. En relación a la mujer, mostraba un gran aprecio por su papel maternal. Igualmente invitó a que su función doméstica fuera más valorada por la sociedad. Exhortaba a los padres a mostrar cariño y respeto hacia sus esposas e hijos, dado que éste es el camino de la realización de su paternidad. Por otro lado, pedía que la figura paterna, a la que calificaba de única e insustituible, recuperara su lugar “puesto que su ausencia provoca desequilibrios psíquicos y psicológicos” (Ibidem pág. 45).
Su mensaje también se hizo eco de aquellos que comienzan la vida. Cómo había declarado a los miembros de la ONU “La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer instante de su concepción, y a continuación, en los años de la infancia y de la juventud, es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre” (2 de octubre de 1979). No olvidó hacer mención de la tercera edad. Recriminó el hecho de que en algunas culturas, los ancianos han sido llevados a formas inaceptables de marginación y olvido, causa de dolor para ellos y empobrecimiento de las familias.
¿A qué viene tanto interés de Juan Pablo II por la situación familiar? Tal vez se deba a que estaba convencido de esta realidad: “El futuro de la humanidad se fragua en la familia” (Ibidem pág. 139). El Papa encontró en la familia un tesoro invaluable; un puerto seguro para esta humanidad que lucha en el embravecido océano de la vida. Sus esfuerzos serán recordados, pero qué mejor si son secundados.