Bastantes profetas de desgracias nos advierten continuamente del peligro de la “bomba demográfica”, es decir, del crecimiento incontrolado de la población que rápidamente acarrearía la ruina y el agotamiento global. En este sentido el ser humano sería uno de los principales enemigos de la ecología y un peligro para sí mismo. El fundamento de dichas aseveraciones, tomadas con frecuencia como una verdad incontrovertible, dogmática, son las teorías maltusianas y neo-maltusianas. Sin embargo, además de no estar convenientemente asentadas, una y otra vez han fracasado en sus predicciones catastróficas, y aquellos países que se han dejado sugestionar con esa preocupación han llegado a callejones sin salida, o por lo menos, no han proporcionado el prometido desarrollo y bonanza que vaticinaban.
Estas doctrinas han ido gestando un progresivo envejecimiento poblacional, que genera ingentes gastos económicos, ya que al invertirse la pirámide poblacional, cada vez se adelgaza más el porcentaje de la población que debe sostener a los ancianos y jubilados. Unido a ello se verifica un fenómeno cultural novedoso y triste: el miedo a la vida, el temor a un nuevo embarazo. Los países con altos recursos, que asustados por su envejecimiento quieren invertir la tendencia, se han encontrado con que no se trata de incentivar económicamente a las parejas para que tengan más hijos, porque ya no los quieren, los consideran un obstáculo a la realización personal: el problema no es ya económico, sino cultural.
A los defensores de la “cultura de la vida” con frecuencia se les tilda de inconcientes e irresponsables: con base en principios ideológicos doctrinarios cerrarían los ojos a la realidad patente, siendo incapaces de ofrecer soluciones a los problemas reales de la sociedad. Al fin y al cabo, ¿quién alimentará a tanta gente? El reto en apariencia es coherente, sin embargo, bastantes indicadores hacen suponer que está mal planteado. Cuando Malthus hace sus predicciones catastróficas, toma en cuenta la capacidad productiva del mundo en el s. XIX; ignora que en el s. XXI zonas desérticas son capaces de producir frutos tropicales en Europa o Israel, por ejemplo. Así, entre los años 50 y 80 del s. XX el crecimiento poblacional fue del 33% en los países desarrollados, mientras que la producción alimenticia creció el 95%. En los países en vías de desarrollo aumentó 88% la población y 117% la capacidad de producir alimentos. Se ha calculado que con el área cultivable conocida y los instrumentos técnicos actualmente disponibles para el cultivo, se podría mantener a una población de 15,000 millones de personas, es decir, casi el triple de la actual.
No se trata de negar la realidad del hambre; esta azota actualmente alrededor de 800 millones de personas en el mundo. Lo que es cuestionable es el diagnóstico del problema y, sobre todo, la solución. Agudamente lo hacía notar Pablo VI: “Vosotros debéis procurar que abunde el pan en la mesa de la humanidad… (y no) disminuir el número de los comensales” (Discurso a la ONU, 4-X-1965). Existe hambre en unas zonas del planeta, al tiempo que otras abundan en recursos: ¿no será un problema de distribución, de cultura, de intercambio de tecnología?, más aún, resulta sospechoso que la causa de todos los males se atribuya al exceso poblacional, ¿no tendrá otras motivaciones, además de las “humanitarias” el empeño por reducir a toda costa el número de personas en los países subdesarrollados?
La Tierra alcanza para alimentar a todos, pero no para satisfacer los caprichos de todos. "Todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres" (Gandhi). El hambre, más que al exceso de población se debe a una actitud cultural poco solidaria, hija de un egoísmo exacerbado, que busca a toda costa la ganancia cerrando los ojos a la necesidad ajena. Los medios necesarios para nutrir a todo el planeta son una realidad actual, no una promesa del futuro. Sin embargo, las sociedades opulentas prefieren dedicar ingentes recursos a la producción de armas, o a cosas más bien banales, como a eliminar la obesidad de sus sociedades (no niego que sea un problema, pero es irónico ver que sea ese precisamente el problema).
Las predicciones alarmistas sobre el exceso de población no suelen tener en cuenta las posibilidades reales de la ciencia y la tecnología. Por eso el verdadero problema es la disminución de la población, ya que la inventiva humana va generando sucesivamente las respuestas a los problemas reales que se presentan; disminuido el factor humano, falta la principal fuente de riqueza: el hombre mismo. Las causas de la pobreza y el subdesarrollo son pues morales y culturales; son más reales e incómodas, porque implican un cambio de conducta: una mayor atención a solucionar las injusticias sociales, por parte de individuos, empresas y estado, y un tenor de vida más sobrio. De nuevo la técnica por si sola no puede aportar la solución definitiva; es necesaria, pero debe completarse con la perspectiva ética, que proporciona soluciones realmente humanas a los problemas del hombre.