Recientemente Fernando Savater, conocido pensador español, ha estado en México. Aprovechó la oportunidad para oportunidad para dejar constancia, una vez más, del alarde de laicismo y ateísmo que lo caracteriza. Nada habría que objetar, atendiendo a la libertad de pensamiento y de expresión; sin embargo, algunas de sus aseveraciones son manifiestamente insuficientes e inducen al error, cabe solo preguntarse, ¿se trata de ignorancia?, o por el contrario ¿es un burdo intento de engañar?
“La democracia es laica o no es” (entendiendo por “laica”, “laicista”). Afirmó el pensador, subrayando que era una pena que en México siguiera confundiéndose lo que es delito –es decir un asunto público- con el pecado –un asunto de conciencia personal-. No se quedó ahí, sino que presentó –hábil táctica- la disyuntiva: “o democracia o teocracia”. Las visiones maniqueas de la realidad suelen ser insuficientes por empobrecerla; simplificar las cosas reduciéndolo todo a blanco y negro denota cultura insuficiente o cerrilidad de pensamiento. Meter en el mismo cajón –el cajón de la Teocracia- al fundamentalismo islámico de un Irán, o en el pasado de los talibanes, con el gobierno del presidente Calderón no es demasiado exacto... Probablemente existan algunos matices, algunas diferencias, que solo alguien prácticamente ciego no es capaz de descubrir.
La cuestión está en si esa ceguera es voluntaria y consciente y por lo mismo tendenciosa, o por el contrario es ignorancia crasa, lo que sería dudoso en un intelectual. Afirmaciones ligeras, como el que toda democracia ha sido sencillamente laica a lo largo de la historia, son simplemente erróneas: Atenas, la cuna de la democracia era religiosa; Estados Unidos, cuna moderna de la democracia, lo era y lo es, si bien superficialmente. Hay un tipo de democracia que si ha sido marcadamente “laica” desde sus orígenes: la que surgió con la revolución francesa y la que anima ahora a la Comunidad Europea –y no en sus orígenes: todos sus fundadores fueron creyentes católicos-, pero pretender que todas han sido así, y sobre todo, que todas “tienen” ser así, es evidentemente un intento ideológico de propaganda.
Podría pesarse que se trata de un “desliz” o una imprecisión motivada por la entrevista rápida, causada quizá por lo imprevisto de la pregunta o el apremio del momento, sin embargo Savater es consistente en esa actitud, también en publicaciones recientes en nuestro país, como su artículo publicado en “Letras Libres” (XXI/123, pp. 30-33) hace un año: arremete contra la fe y la religión proporcionando datos equívocos, tendenciosamente presentados, con la finalidad de subrayar su irracionalidad. En esa ocasión, intentando evidenciar lo nocivo que es enseñar religión en las escuelas, escoge como paradigma de la religión a los representantes del “creacionismo” norteamericano, frente a la actitud racional de los evolucionistas radicales. De nuevo aparece el intento de reducir la realidad en moldes maniqueos: los “creacionistas” más que ser los portavoces oficiales de la religión, representan el ejemplo típico de fundamentalismo cristiano, mientras que el evolucionismo radical, lo es del cientificismo ateo: en medio existe una amplísima gama de opciones intermedias, más matizadas, generalizadas y comunes, que podrían haberse elegido como modelos del diálogo entre fe y razón, pero se ignoran obviamente por no adecuarse a la intención y el modelo que de antemano se quiere imponer.
Lo que caracteriza a la ideología es hacer violencia a la realidad para que corresponda perfectamente a un modelo de pensamiento prefabricado; ahí radica su carácter tendencioso: más que buscar adecuarme a la realidad, para intentar reflejarla lo más fielmente posible con mi pensamiento, reinterpreto la realidad, la maquillo, cuando no la modifico, para que se adecue a mis ideas personales. Esto es lo que parece caracterizar al pensamiento de Savater, por lo menos en lo que se refiere a sus afirmaciones sobre el papel de la fe y la religión en la sociedad. En cambio, cuando una persona goza de un conocimiento profundo de la realidad, o quiere realmente conocerla lo más fielmente posible, sabe que ésta es rica en matices: por eso, más que empobrecerla para que quepa en su pobre esquema, busca enriquecer el esquema para captarla en profundidad.
Habría que preguntarse en consecuencia si un importante pensador no ha sucumbido al afán de notoriedad, por representar los intereses de algún lobby intelectual. Cuando se “comercializa” demasiado un pensamiento pierde su autenticidad al buscar reflejar solo intereses de grupo, o crear efectos de impresión que atraigan publicidad; acudir a manidos clichés escandalosos para llamar la atención y aparecer como el más revolucionario, demoledor o herético de los pensadores, sin temor ni temblores… Toca al criterio de cada uno decidir, si de modo imperceptible Savater no se ha deslizado por esa pendiente y de esa forma se ha vuelto en predecible, en canción repetida y cansada, lo que tenga que decirnos.