Uno de los temas más comentados y también más debatidos en estos últimos tiempos, la Eutanasia, amerita una sería reflexión unida a una categórica repulsa sobre dicho planteamiento, con el fin de que tomemos conciencia de lo que está en juego, mucho más allá de la ciencia, llamada a servir al bien de la humanidad, respetando la dignidad del ser humano en todas las facetas de su desarrollo, desde su inicio hasta su fin, sin ningún tipo de manipulaciones que coarten el término natural de su existir.
Ante el avance vertiginoso de la ciencia y de las nuevas técnicas, nos encontramos cada día con preguntas que parecieran no tener una respuesta segura y cónsona con la dignidad del ser humano. Por ello se nos presenta como un avance del modernismo lo que se ha llegado a llamar “muerte asistida” o “muerte feliz”; el atroz asesinato de personas que han sido consideradas “desechables” bien sea por encontrarse en la ancianidad o por padecer enfermedades límites que conllevan el sufrimiento, la invalidez o una vida dependiente de esmerado cuidado para sobrevivir.
Se ha realizado una campaña publicitaria en todos los medios de comunicación social, presentando esta aberrante práctica como un “gesto” de caridad, como una salida “humanitaria” que le permita a la persona misma decidir si quiere “suicidarse” antes que esperar con dignidad el momento de su deceso, o cuando, esta decisión es tomada por los familiares allegados a la “víctima” que deciden eliminarla por causas que no pueden ser justificadas sin atentar contra su propia dignidad.
Claro ejemplo de ellos tenemos en todos los niveles de comunicación social, pudiendo observar tanto en los programas de radio, como en los medios impresos, televisados, o en la industria de las producciones cinematográficas, como este temas es tratado y presentado como una panacea que evita el “sufrimiento” y le permite a la persona la decisión de optar por suicidarse o de asesinar a otros para “liberarlos” de sus miserias. Tal es el caso de películas como “The Million dollar baby ”(La chica del millón de dólares) donde la protagonista termina siendo “asistida” léase asesinada por su entrenador (Clint Eastwood, director y coprotagonista de la película), quien a pesar de haberse negado inicialmente a la petición, termina complaciendo dicha solicitud, por una mal entendida “compasión”. Tales presupuestos son asumidos como hechos “humanitarios” por la descomposición socio-cultural de un mundo cada vez más secularizado, deshumanizado, que avanza vertiginosamente hacía su propia autodestrucción, olvidando la esencia de la dignidad humana.
Surgen las preguntas cruciales sobre el bien moral objetivo, cuándo se toman la molestia de preguntárselas. Tales preguntas pareciera que las sacaran de una pesadilla, pero la verdad es que, en el mejor de los casos, alguien se cuestiona, cuando en la realidad estas son práctica común que está siendo utilizada con la mayor normalidad, mientras muchos practican la técnica del avestruz. Basta un mínimo sentido de responsabilidad ética, para darse cuenta que dicha propuesta ha de ser filtrada por un sano sentido crítico que discierna lo que es moralmente correcto y lo que no lo es.
Los fundamentos sobre los cuales los diversos grupos o corrientes basan su reflexión son muy variados; a veces casi opuestos, por ello, las conclusiones se encuentran encontradas y el hombre perdido, buscando respuestas acordes y concordes con su dignidad.
Para confrontar adecuadamente la cuestión del problema sobre las amenazas contra la vida, y hallar la manera más eficaz de defender la vida humana contra este flagelo, es pertinente y necesario una reflexión concienzuda sobre los elementos esenciales, positivos y negativos del actual debate antropológico, cuyo punto de partida sería el dato esencial de una visión bíblica del hombre, presentada de manera ejemplar e inequívoca en el recuento de la narración de la creación. La Biblia define al ser humano, es decir su esencia, anterior a toda historia, la cual no se extravía nunca en la historia, en dos planteamientos: a) El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26); por lo tanto él es capaz de Dios “capax Dei” , de tal manera, está bajo la protección personal de Dios, lo que implica que es “sagrado”: “Quién vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gn 9, 6): b) Todos los hombres son un único hombre, porque provienen de un único padre, Adán, y de una única madre, Eva, “la madre de todos los vivientes” (Gn 3, 20). Por ello, esta unicidad de la raza humana, implica la igualdad, los mismos derechos fundamentales para todos, siendo refrendada solemnemente en múltiples oportunidades tras la narración del diluvio.
| De tal manera, se presentan ambos aspectos: la dignidad divina de la persona humana y la unicidad de su origen, hallan un sello definitivo en la figura del segundo Adán, Cristo: el Hijo de Dios quien murió por todos, para reunir a todos en la salvación definitiva de la filiación divina adoptiva.
Este anuncio bíblico, es la base y la fortaleza de los derechos humanos, cuya raíz y sustento es la dignidad humana, en la magnífica manifestación hereditaria de un humanismo auténtico que ha sido confiado a la Iglesia, cuya autoridad y deber ha de consistir en encarnar este anuncio en todas las culturas y en todos los sistemas sociales y constitucionales.
Nos encontramos ante una mentalidad de oposición a la vida, la cual se encuentra vinculada con la concepción misma de la moralidad tan extendida hoy en día, la cual nos presenta una visión individualista del concepto de libertad, entendida como un derecho absoluto de autodeterminación sobre las premisas de las propias convicciones, asociándose con marcada asiduidad una concepción puramente formal de conciencia. Adoleciendo sus raíces la idea clásica de la conciencia moral (cf. Gaudium et Spes, 16). En esta visión propia de toda la tradición cristiana, la conciencia es la capacidad de abrirse al llamado de la verdad objetiva, universal e igual para todos, que todos puedan y deban buscar.
Por el contrario, en la propuesta innovadora, de abierto linaje kantiano, la conciencia aparece desvinculada de su relación constitutiva con un contenido moral y por ello se reduce a una simple condición formal de moralidad: refiriéndose exclusivamente a la bondad de la intención subjetiva; de tal manera, la conciencia es únicamente la subjetividad elevada a criterio último de actuar.
La idea cristiana primordial, según la cual no hay ninguna instancia que pueda oponerse a la conciencia, adolece ya del significado originario e irrenunciable por el que la verdad no puede menos que imponerse por sí misma, es decir, en la interioridad personal, sino que se convierte en una deificación de la subjetividad, de la que la conciencia es oráculo infalible, que nada ni nadie puede poner en tela de juicio.
Debemos pues, señalar con claridad la amoralidad de la práctica de la Eutanasia, denunciando las consecuencias más aberrantes de la “mentalidad de muerte”, considerando la moral individual, así como también la moral social y política, afrontando las diversas amenazas contra la vida humana desde cinco puntos de vista: Doctrinal (afirmando el principio “matar directamente a un ser humano inocente es siempre materia de culpa grave”), el cultural, el legislativo, el político y el práctico. Se ha de intentar ante todo volver a reseñar el gozoso anuncio del inmenso valor del hombre y de todo hombre, por más pobre, débil o sufriente que sea, con el valor que aparece en la visión filosófica, pero sobre todo, según nos dice la Revelación, como aparece a los ojos de Dios.
Contra toda la ideología y la política de muerte imperante en nuestro mundo de hoy, es y será siempre la Buena Nueva Cristiana la que se ha de presentar en lo que tiene de esencial: Cristo ha abierto, por encima de todo sufrimiento, el camino a la acción de la gracia, por la vida, tanto en su aspecto humano como en el divino.