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Estar junto al enfermo

 

 

Cada hombre enfermo toca nuestro corazón de un modo particular. La mayoría experimenta compasión, un profundo deseo de asistir o acompañar a quien sufre, a quien vive la experiencia de la incapacidad, del dolor, tal vez de la desesperación y la amargura.

El dolor de otros nos afecta a todos. Querríamos aliviarlo, ayudarle a encontrar caminos para curarlo, u ofrecerle medios para una rápida recuperación. Querríamos que el enfermo no quedase abandonado a su suerte. Querríamos que pudiese encontrar maneras para seguir en la vida de un modo más o menos autosuficiente, libre, indoloro.

A veces no podemos hacer casi nada para que regrese la deseada salud, pero sí mucho para mostrar nuestro afecto y cercanía. Eso ya es mucho. A veces basta con estar allí, a su lado. Con una palabra oportuna, o con la sonrisa de siempre; con un chiste, o con el recuerdo de momentos más felices, más buenos.

Otras veces podremos escuchar sus deseos, ayudarle a realizar aquello que nos pide. Hoy nos permitirá llamar por teléfono a un familiar lejano, para escuchar, desde su lecho, esa voz que tanto deseaba oír de nuevo. Mañana nos pedirá que vayamos a comprar un cochecito de juguete a un nieto que pronto lo visitará. Otro día nos dirá, simplemente, que le acariciemos la mano, que le digamos si hay nubes en el cielo. Nos suplicará que miremos sus ojos cansados, oprimidos por el miedo, ansiosos por ver un rostro amigo. Otro día no dirá nada. Respirará, con fatiga, con esfuerzo. Apretará con su mano nuestra mano, fijará sus ojos en los nuestros, buscando un poco de esperanza, un cariño que no ha muerto.

Estar junto al enfermo. Tal vez, sin darnos cuenta, será él quien nos ayude, quien nos haga menos irritables, un poco más sencillos y pacientes. Tal vez él nos hará comprender que esta vida no lo es todo, que de nada sirve el dinero sin salud, que esa casa de campo comprada con tanto esfuerzo queda ahora sola, triste, sin su dueño.

Estar junto al enfermo. Alguien nos quiere allí, alguien nos espera a su lado. Un día nos dejará, irá a otros cielos. Su partida será un momento de dolor, pero no un adiós definitivo: será un “hasta luego”. Un “hasta luego” que nos hará sentir que no fue tiempo perdido el que pasamos junto a él, como si preparásemos ahora esa dicha de los cielos, donde el amor es simplemente eso: estar junto a un enfermo...