Nos encantaría llegar a saber qué va a pasar mañana, en una semana, en un mes, en un año. Porque así haríamos planes para el futuro, porque podríamos estar preparados para algo difícil, porque se encendería la esperanza ante un horizonte positivo, porque tomaríamos fuerzas y vitaminas para cuando llegase una enfermedad que ya no sería inesperada.
Nos encantaría encontrar un libro donde estuviera escrito nuestro futuro... Pero también nos daría algo de miedo. Porque no es fácil disfrutar de un hermoso día de primavera si estoy pensando que en tres semanas sufriré un accidente en la autopista. Porque no viven mejor su vida de pareja los esposos que han leído en ese libro que en tres años irán a un tribunal para acusarse mutuamente. Porque resulta dramático pensar que la abuela que tanto disfruta al ver jugar con sus nietos vivirá tres meses encerrada en una unidad de vigilancia intensiva.
También leeríamos en ese libro, hay que decirlo todo, hechos maravillosos que nos darían un poco de paz en las tormentas que ahora parecen ahogarnos. Leer que la tercera quimioterapia nos curará de modo definitivo, o que nacerá un hijo después de cinco años de espera inútil, o que llegará el jefe de trabajo para ofrecer un contrato definitivo... darían un poco de paz y de gozo en medio de las deudas que hoy llenan la mesa del despacho.
Encontrar un libro con el futuro nos llevaría a angustias y a esperanzas. El futuro estaría teñido de rosa y de gris, a veces más de una cosa que de otra. Pero el controlarlo, el saberlo, ¿sería bueno? ¿Nos haría mejores? ¿Permitiría que usásemos bien ese tesoro de la libertad por la que imaginábamos tener el timón de nuestra vida?
Quizá sea mejor no buscar un libro tan magnífico y tan terrible. Ahora tengo un momento de libertad, ocasiones concretas para amar. Podré decir sí a Dios y al hermano, podré abrirme a la esperanza, podré levantarme tras una caída, podré sobrellevar un dolor agarrado de la mano de un Padre que me cuida en los mil pasos de la vida.
Por desgracia, también podré volver a pecar y decir “no” a lo bueno y hermoso que había encontrado ante mis ojos frágiles. Pero incluso si fracaso, si peco, si lloro, encontraré siempre ante mí no un libro con el futuro escrito, sino una presencia de Alguien que me invita a dar un nuevo paso hacia el arrepentimiento y la esperanza, y que se llama, simplemente, Padre bueno...