Escuela Navidad“En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”.
¿Te das cuenta con qué lujo de detalles de tiempo, lugar y otras circunstancias nos mete San Lucas en este hecho maravillosos... lo único que le faltó anotar es el número del celular de San José, pero no es error del escritor sagrado sino algo más simple, es que en aquellos tiempos no existían tales aparatos. Lo que quiero dejar claro es que estamos ante un hecho histórico, no ante un cuento de hadas. Estamos contemplando el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios Padre que vino a salvarnos. Tu vida también se sitúa en una realidad de tiempo y espacio, dentro de un ambiente concreto que, aunque distinto y distante, te coloca en una relación inevitable entre tú y Él. El nacimiento de Jesús tiene un fin concreto: saldar una cuenta que estaba a tu nombre.
Allá, en Belén, María da a luz al Hijo del Eterno Padre en la pobreza de un pesebre y en la riqueza del amor más grande. Nos conviene aprender de María “que guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón”, pues nuestro estilo de vida nos lleva a pasar por encima de lo que vivimos y sabemos, sin meditar en ello y éste es el primer paso para caer en una peligrosa superficialidad pues podemos terminar confundiendo la vida eterna con esta vida pasajera y perdiendo por lo mismo el rumbo de nuestra existencia.
“Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento”.
Sencillez, naturalidad, sin maquillaje, sin perfumes, sin falsas impostaciones de voz y, sin embargo, este relato tiene la fragancia propia del amor de unas personas -María y José- quienes saben mucho de ese Amor, con mayúsculas, que anda en busca del bien del ser querido y no de la complacencia del propio egoísmo.
“Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre... Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho”.
Demos un salto hasta hoy, donde me permito trasmitir un pequeño párrafo escrito por una mamá que cuenta que su pequeña de ocho años de edad “cada vez que alguien le pregunta: ¿qué le vas a pedir a Santa Clós? responde: Nada, porque no necesito nada. Sólo le voy a pedir que sigamos teniendo mucha salud”. Esto se puede entender mejor al saber que esta señora, en Navidad, les pide a sus hijos que se desprendan de algo que les guste realmente para compartirlo con los demás, y siempre les dice: “hasta que duela”.
Regresemos al relato evangélico para leer: “y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho”... Querido lector: ¿Cómo estamos regresando tú y yo después de contemplar estas escenas? Ponderar es, sin duda, algo que nos puede enriquecer mucho. Te invito a hacerlo. Yo, por mi parte, también te deseo una Santa y muy feliz Navidad.
“En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”.
¿Te das cuenta con qué lujo de detalles de tiempo, lugar y otras circunstancias nos mete San Lucas en este hecho maravillosos... lo único que le faltó anotar es el número del celular de San José, pero no es error del escritor sagrado sino algo más simple, es que en aquellos tiempos no existían tales aparatos. Lo que quiero dejar claro es que estamos ante un hecho histórico, no ante un cuento de hadas. Estamos contemplando el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios Padre que vino a salvarnos. Tu vida también se sitúa en una realidad de tiempo y espacio, dentro de un ambiente concreto que, aunque distinto y distante, te coloca en una relación inevitable entre tú y Él. El nacimiento de Jesús tiene un fin concreto: saldar una cuenta que estaba a tu nombre.
Allá, en Belén, María da a luz al Hijo del Eterno Padre en la pobreza de un pesebre y en la riqueza del amor más grande. Nos conviene aprender de María “que guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón”, pues nuestro estilo de vida nos lleva a pasar por encima de lo que vivimos y sabemos, sin meditar en ello y éste es el primer paso para caer en una peligrosa superficialidad pues podemos terminar confundiendo la vida eterna con esta vida pasajera y perdiendo por lo mismo el rumbo de nuestra existencia.
“Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento”.
Sencillez, naturalidad, sin maquillaje, sin perfumes, sin falsas impostaciones de voz y, sin embargo, este relato tiene la fragancia propia del amor de unas personas -María y José- quienes saben mucho de ese Amor, con mayúsculas, que anda en busca del bien del ser querido y no de la complacencia del propio egoísmo.
“Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre... Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho”.
Demos un salto hasta hoy, donde me permito trasmitir un pequeño párrafo escrito por una mamá que cuenta que su pequeña de ocho años de edad “cada vez que alguien le pregunta: ¿qué le vas a pedir a Santa Clós? responde: Nada, porque no necesito nada. Sólo le voy a pedir que sigamos teniendo mucha salud”. Esto se puede entender mejor al saber que esta señora, en Navidad, les pide a sus hijos que se desprendan de algo que les guste realmente para compartirlo con los demás, y siempre les dice: “hasta que duela”.
Regresemos al relato evangélico para leer: “y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho”... Querido lector: ¿Cómo estamos regresando tú y yo después de contemplar estas escenas? Ponderar es, sin duda, algo que nos puede enriquecer mucho. Te invito a hacerlo. Yo, por mi parte, también te deseo una Santa y muy feliz Navidad.