Este viernes 25 de marzo se estrenó en España, “Encontrarás dragones” (There Be Dragons), un filme calificado como el “retorno a la primera división” del director y productor inglés Roland Joffé, autor de clásicos modernos como “Los gritos del silencio” o “La misión”, y de películas tan notables como “La ciudad de la alegría o Vatel”. Pronto encontraremos esos dragones en México y en toda América.
En la entrevista de Jerónimo José Martín, ofrecida por Aceprensa desde Madrid, Joffé desvela algunas de las claves de esta producción situada durante la Guerra Civil española (1936-1939), en la que recrea libremente algunos episodios de la vida de san Josemaría Escrivá, pocos años después de fundar el Opus Dei. Leeremos algunos rasgos sorprendentes del filme en una entrevista igualmente sorprendente.
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Antes, me parece que deberíamos peguntarnos qué nos dice Benedicto XVI sobre este incisivo santo de hoy. ¿Cómo reflexionaba acerca del Opus Dei y su fundador, al ser canonizado éste por Juan Pablo II en 2002, tres años ante de la elección de Benedicto XVI?
Escribía el entonces cardenal Ratzinger: “Siempre me ha llamado la atención el sentido que Josemaría Escrivá daba al nombre Opus Dei -leemos en L’Osservatore Romano- ; una interpretación que podríamos llamar biográfica y que permite entender al fundador en su fisonomía espiritual. Escrivá sabía que debía fundar algo, y a la vez estaba convencido de que ese algo no era obra suya: él no había inventado nada: sencillamente el Señor se había servido de él y, en consecuencia, aquello no era su obra, sino la Obra de Dios. Él era solamente un instrumento a través del cual Dios había actuado”. Y concluye Ratzinger: “La palabra y toda la realidad que llamamos Opus Dei está profundamente ensamblada con la vida interior del Fundador, que aun procurando ser muy discreto en este punto, da a entender que permanecía en diálogo constante, en contacto real con Aquél que nos ha creado y obra por nosotros y con nosotros”.
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¿Cuáles han sido sus principales desafíos en esta película?, le pregunta J. J. Martín a Roland Joffé.
— Por un lado, me ha costado recrear la España de la Guerra Civil. Y, por otro, equilibrar los diversos amores que se entrecruzan en el filme: el amor de un santo hacia Dios y un intenso amor humano en el contexto del odio de una guerra. La película intenta reflejar todos esos aspectos del ser humano, a veces contradictorios, que sólo pueden verse con claridad si se despliegan como una flor.
¿Ha estudiado mucho la vida de San Josemaría?
— He leído todo lo que he podido sobre él. Por supuesto, sus biografías, especialmente los tres tomos escritos por Andrés Vázquez de Prada y el testimonio de su sucesor, Álvaro del Portillo. Y también he tenido acceso a sus apuntes íntimos y a diversos diarios de los lugares donde vivió.
¿Y qué le atrajo de él?
— Muchas cosas, pero en la película he querido subrayar sobre todo su comprensión hacia todos, su capacidad para superar las discrepancias políticas y huir de la violencia en la defensa de las propias convicciones. Pienso que Josemaría tenía un don para unir, para integrar perspectivas aparentemente contradictorias. Por ejemplo, durante la Guerra Civil española decía a sus jóvenes seguidores: “Es cierto que están persiguiendo a la Iglesia, y que hemos de defendernos. Pero tampoco podemos olvidar las injusticias sociales que existen. Parecen aspectos divergentes, pero Dios nos ha dado un cerebro para encontrar el modo de hacerlos compatibles”. Haciendo honor a lo que él dijo, en la película su personaje insiste en que nunca hay que olvidar la humanidad de todas las personas. Uno de sus seguidores le pregunta: “¿Aunque estén equivocados?”. Y él responde: “Sí, aunque estén equivocados”. Esa premisa me acompañó en todo momento. No es un eslogan; es una idea muy importante que hay que estudiar a fondo: la plena dignidad de cada persona.
Otro tema que subraya su película es la capacidad humana de redención y santidad, incluso en circunstancias de guerra tan terribles como usted muestra.
— La guerra es una especie de brutalidad condensada. No cabe dulcificarla. Pero, para un agnóstico como yo, el concepto cristiano de redención resulta fascinante. Es un mensaje de perdón, de reconciliación, ante el que me quito el sombrero. Josemaría añadió a ese mensaje la idea de que todo ser humano es capaz de ser santo. Estudiando su vida, uno comprende que un santo no es un supercristiano, un superhéroe que va por ahí con su capa. De hecho, es un ser humano como los demás, pero que es capaz de hacer actos heroicos –de santidad– muy cotidianos, como cuentas que va engarzando en un hilo hasta formar un collar maravilloso.