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En voz baja ante le nacimiento

Hasta hoy, jamás ha dejado de conmoverme tu nacimiento, esa primera y única transubstanciación de lo humano en lo divino, de lo divino en la más conmovedora etapa de la vida de los hombres; en la más dependiente, en la más indefensa. Y a medida que pasa el tiempo, menos deja de impresionarme porque conforme voy creciendo, la percepción de tantos y tantos detalles aumenta que no puedo menos que agradecerlo.

Pienso, Jesús, que quisiste venir en la plenitud de los tiempos y que si fueron plenos aquellos es porque antes no lo habían sido y que, las más de las veces, a todo culmen, sucede un declive… Al echar la vista al panorama que ofrece este mundo al que redimiste, casi entiendo, casi palpo que mi tesis del descenso es real y fácilmente constatable. No, no creas que me pongo pesimista, he aprendido que esa no es la actitud de los hombres que creemos en ti; que en nosotros sólo cabe la esperanza muy a pesar de los abatares, sufrimientos y dolores porque el que ama, incluso viviendo en un espectáculo como el que vive el hombre de hoy, proyecta salidas, plantea soluciones, siente tu mano acariciando y motivando el impulso que tantas veces se esconde en nuestros quereres íntimos para hacer algo en tu nombre por los otros.

Disculpa que interrumpa tu sueño. Mantén los ojitos cerrados. Sé que como Dios puedes estar dormido y a la vez atento a lo que te digo. Sabes, no puedo evitar pensar en qué hubiese pasado si hubieses venido hoy: ya sé que el “hubiese” no existe, sólo se da en la mente; pero cuánto ayuda para valorar, para dar un justo puesto a los hechos.

No te vayas a sentir mal, pero si hubieses elegido el momento presente, ya encontrarías de antemano opositores a tu nacimiento. ¿Con qué argumentaciones? Mira, no te espantes, pero hay quienes piensan que tú anulas la libertad humana. Y es que no te ven como Creador y Padre amoroso que elevas al hombre, sino como opresor antagonista de la realización humana. Sé que es cuestión de enfocar bien las lentes y ubicarse en rectos planos pero qué quieres que te diga.

Y viendo las cosas así, con ojos que constatan el momento presente, cómo no agradecerle a María. Ahí está. Fiel, perseverante, decidida, siempre a tu lado. ¡Cómo te mira! ¡Con qué aire de pureza sonríe, con qué carga de afecto vela tu sueño! ¡Mira que te está mirando! Mira que en Ti a todos los hombres nos mira. ¿Qué pasará por la mente de tu mamá al ver a tanta joven que aturdida por la confusión y el engaño del ambiente se precipita por la vía errada del aborto cuando resulta embarazada? Porque esto, si te hubieras encarnado hoy, también debías haberlo considerado; no hubiese bastado encontrar quién te ofreciese su sí total y libre que no confundiese tu elección de amor como una imposición arbitraria, no; el segundo paso sería haber encontrado a alguien que no se cohibiera ni declinase ante el miedo a afrontar, como María lo hizo, un embarazo en circunstancias tan extraordinarias como fue tu concepción… Sí Jesús, yo también tiemblo de sólo pensar que pudiste haber sido abortado, pero no te lo tomes a pecho que son sólo consideraciones.
¡Cuánta doctrina hay en María! Con razón la llamamos “Sede de la Sabiduría”. ¿Por qué no habría sido justo llamarla así cuando todos sus actos son enciclopédicas lecciones válidas para todos los tiempos y en su seno te llevó a Ti, el omnisciente.

Sigue durmiendo, niño divino. Duerme mientras el vaho del ganado sirve de calefacción y en tanto llega José de la pequeña sinagoga de Belén. Ya no tarda. Está por llegar. Fue a dar gracias por tenerte con él. No quería ir, creía que ya no era necesario pero María le animó a seguir la vida normal. Y es que verdaderamente se le nota el encanto. No quiere dejar de acompañarte. Por su mente nunca pasó que iba a ser padre a tan corta edad y, menos, que su hijo serías nada menos que Tú. Qué joven tan responsable es José. Sinceramente le admiro. Sensato, ecuánime, equilibrado, ponderado, reflexivo, maduro… No te creas que todos los hombres somos como él. No.

Y ya que hablamos de tu padre en la tierra, aquí hubiese surgido una dificultad más. Y es que Tú, que podrías, como Dios que eres, elegir dónde nacer, te hubieras salido de lo “políticamente correcto” de haberlo hecho en un hogar tradicional donde la familia está constituida por un varón y una mujer (hoy tradicional es sinónimo de retrógrado, anticuado, dogmático e impositivo). No, eso hubiese sido discriminante y denotaría poca apertura y tolerancia de tu parte a los nuevos “modelos” de “matrimonio” y “familia”. Igual te hubiese tocado elegir dos mamás o dos papás (y aquí otro problema más porque, aunque parezca paradójico, ellas conservan el machismo y ellos el feminismo).

Jesús, apenas si te cubren esas mantas raídas. A María apenas si le cubre el delgado chal de lana… Hasta parece que no tienen frío. Yo sí tengo, pero cuando los veo, cuando les contemplo se me olvida. Sabes, me recuerdas mucho a los sin techo, a los pobres y desheredados del mundo… Comienzo a entender… “Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo”. No, no estoy llorando; bueno, sí, pero no creas que de tristeza, más bien de alegría, al casi comprender del todo por qué te hiciste uno de nosotros y en esas condiciones: para recordarnos que pobres siempre los tendríamos con nosotros para que jamás las condiciones de tu nacimiento se nos olvidaran; para aprender que en ellos te podemos aliviar el frío, el hambre, la sed, la desnudez de una “navidad” que se viene prolongando en tantos belenes del mundo todos los días del año. “¡Alegría, alegría, lágrimas de alegría!”, como escribió Pascal.

Jesús, si me vieran los ateos se burlarían de mí; dirían que soy un estúpido al estar hablando con un muñeco que creo te representa. ¡Qué más da! Se quedarían en lo somero, en la barrunta; no entenderían. Yo te estoy viendo a Ti, a tu madre, tu Belén y hablo contigo. Les veo y esto se llama oración de contemplación, contemplación que sólo es capaz de hacer un corazón enamorado. Si ellos también entraran en sí mismos… No para confundir la interioridad de modo panteísta, sino para dejarse interpelar por tu voz que invitación a la unión contigo, que es voz de amor, entonces otro gallo cantaría: sus miradas trascenderían. Elevarían su vista al cielo y dejarían de dirigirla al suelo.

Y ya que hablo del suelo, mirad bien que en esta hipótesis del “hubiese” hasta el lugar donde nacieses te hubiese costado elegir. Las Escrituras, de plano, las tendrías que haber cambiado en caso de querer llegar a los 33 años: en Belén te expondrías a morir en un atentado, en medio de las balas o de impaciencia en alguno de los eternos retenes que hacen ahora los judíos. ¿Ciudades europeas con buen nivel y esperanza de vida? Están Ámsterdam y Bruselas pero ya nadie quiere ir al hospital porque no tienen garantizada la salida. La eutanasia comienza a ser selectiva y cómo no nos va a preocupar por esto. Sí, hay más ciudades, pero en unas está muy elevado el índice de delincuencia que temo por el borrequito y los mínimos ahorros de José; en otras la drogadicción de manera que me apuraría tu juventud; en otras podrían cerrarles las puertas sólo porque son inmigrantes que me apenaría se quedasen en el linde fronterizo; en otras más tendrías que considerar el cambio de religión y renunciar a traer un mensaje de amor al mundo ocultando, necesariamente, tu identidad.

Perdón, ya te despertaste. Creo que esta última consideración interrumpió tu sueño. ¿Pero qué haces? ¿Con qué ojos me miras? Yo también te miro y más divino me pareces. Tu pequeñez, tu pobreza, tu dependencia, tu ocultamiento: todo es en Ti maravillosamente atractivo y misterioso. Y casi empiezo a entender porqué me miras así, qué quiere decir tu mirada: Tú naces constantemente, eres un Dios en continuo advenimiento. Tú pudiste haber nacido en el tiempo que más te placiese que por eso eres Dios. Dificultades las ha habido siempre y tu nacimiento enseña que no por encontrar obstáculos hay que darse por vencidos. Y es que contigo todo se puede.
Hoy invitas a verte no sólo en un periodo del año cuando los sentimientos, de modo especial, afloran en abundancia. Hay que aprender a ver todos los días como una Navidad constante y en clave conciente de que vendrás de nuevo. Es algo que se pasa desapercibido cuando es un hecho cierto y fiable. Porque lo revelaste a tus discípulos. Será tu parusía, vendrás de nuevo y, aunque no sabemos cuándo, te vas a encontrar con todo este horizonte que rige la contemporaneidad. Sí Jesús, debo, deben todos los hombres, aprender a ver con los ojos de la fe para descubrir tus caminos, tu voz, tu mano. No es tarea fácil. Hay que mantenerse atentos. Pero se puede y ahí estará nuestro empeño, ahí estará nuestra recompensa, en el saber que podemos esperarte con los ojos abierto, con optimismo, ilusión, amor y esperanza o sumidos en el derrotero de quien no ha hecho la experiencia de saberse amados por Ti.