Pasar al contenido principal

En la intimidad

Ayer me asomé a “Expoayuda” en Cintermex y salí gozoso de comprobar la gran cantidad de organizaciones que se dedican a promover causas nobles en beneficio de los más necesitados. Estructuras civiles, oficiales y religiosas nutridas por voluntarios que colaboran desde los trabajos más arriesgados de rescate, en accidentes de todo tipo, así como salvando la vida de los no-nacidos hasta lo más espiritual, pasando por necesidades de alimentación; vestido; atención médica; rehabilitación física, social, laboral y psíquica; educación... En fin, no cabe duda que en este mundo hay mucha gente buena que no sólo tienen iniciativas, sino también “acabativas” que eso es lo realmente importante. Felicitar desde esta columna a tanta gente es muy poco, pero lo hago con la ilusión de que algún lector se ponga las pilas, y alguna de esas camisetas, para descubrir el gozo de servir.

Con un brusco cambio de balón al otro lado de la cancha, quisiera escribir ahora sobre el tema de la intimidad. Desde mi perspectiva considero que es un tema tan importante como olvidado, sobre todo en un mundo donde está de moda exhibirse y exhibir a los demás con la misma facilidad con la que se puede preparar agua de limón. Ante tanto oído de curioso y tanta lengua viperina no resulta raro escuchar de vez en cuando frases como: “¡Si vieras que bonita te ves con la boca cerrada!”. 

Todos tenemos derecho a que se nos respete nuestra intimidad, nuestro espacio vital y espiritual, de forma que sólo nosotros y nuestros seres queridos podamos atravesar el follaje de nuestras vidas. 

En su libro “La intimidad. Conocer y amar la propia riqueza interior” Miguel Ángel Martí García comenta: “¿Y cuáles son los temas que suelen hablarse cuando una persona decide compartir su intimidad con otra? La pregunta es tan amplia que podría contestarse que todos, porque todos los temas que pueden preocupar a una persona, de alguna manera pertenecen a su intimidad. Evidentemente, hay cuestiones que de raíz está ubicadas en nuestro núcleo más íntimo... La tarea, desde luego es difícil, porque el mundo interior de la personalidad del hombre es una malla tupida, y sus hilos son difíciles de aislar, todos están íntimamente entrelazados.

“No cabe duda de que el mundo amoroso constituye una parte que pertenece a la intimidad de la persona. El amor entre un hombre y una mujer, el amor a los hijos, a los amigos, a los familiares, en fin, el amor a los seres queridos con todas sus corrientes de correspondencia o no, de hielos y deshielos, de remansos o de fuertes impulsos, sólo lo hablamos con quien abrimos nuestra intimidad.

“Nuestras ilusiones, objetivos, metas, proyectos, sería otra parcela, que no permitimos ver a quien nos es extraño y poco querido, o tal vez es un simple compañero. Tenemos cifradas tantas esperanzas en eso que nos depare el mañana, que no queremos por nada del mundo que venga un desconocido a dirigir el tráfico de todos nuestros proyectos... Estados de ánimo, ese mar en cuyas aguas mansas y transparentes a veces parecemos flotar tranquilos, o que nos arroja más allá de nosotros... El hombre se diferencia del animal en que en su cara puede reflejar algo distinto de lo que siente en su corazón; en cambio el animal no tiene esa facultad, el animal es naturalmente sincero; el hombre no; el hombre puede disimular; puede manipular la expresión de su rostro, de su mirada, el tono de voz para no dar a conocer lo que tiene por dentro, lo que piensa.

“Nuestra situación ante el problema de Dios, el sentido de la vida y nuestro compromiso religioso otra gran cuestión de lo que estamos tratando... Hay otro tema que, por una razón o por otra, sustraemos al conocimiento de los demás, que no son nuestros íntimos, y es el tema del dinero; incluso se considera de mala educación preguntar por esta cuestión a quien voluntariamente no nos satisface esa curiosidad. El dinero provoca envidias, o estimula el engreimiento, crea intereses ajenos o se teme que nos lo pidan... únicamente en la intimidad se abre el cajón de la información para enseñar las cuentas corrientes, los beneficios o los números rojos”. 

En definitiva, abrir las puertas de mi intimidad significa permitir que los demás entren en mí y en mi vida; y eso, sólo unos pocos se lo han ganado.