1) Para saber
Cada animal posee ciertas características que lo diferencian del resto. Formas de ataque, de defensa, de expresar sus sentimientos: alegría, odio, temor, amor. Se podría decir en sentido amplio que cada animal tiene su propio carácter.
Uno de ellos, el cisne, no es una excepción, pero tiene algunas cualidades que lo hacen muy especial y único. Suele vivir en regiones frías, y habitualmente pantanosas. Tiene un pésimo sentido del humor, que hace que tenga pocos amigos dentro de su misma especie. Pero son decididamente monógamos. Cuando forman una pareja es para siempre y solamente la muerte de uno de los dos rompe ese idilio y esa fidelidad inalterables.
2) Para pensar
Un autor desconocido describía respecto al cisne una de las historias más indescifrables del mundo animal. Bellos, orgullosos, de largos y estilizados cuellos, armónicos, los cisnes no cantan, salvo los ejemplares de una de sus especies que emiten un sonido algo gutural y poco agradable de cuando en cuando.
Sin embargo, casi todas las especies de cisnes rompen su mudez de toda la vida en un único momento: cuando van a morir. En ese mismo instante cantan de una manera armoniosa y casi mágica. El sonido de ese canto puede escucharse hasta cinco o seis kilómetros de distancia en los espacios abiertos y se parece, por momentos, a la música de un corno, que es un típico instrumento de orquesta Sinfónica.
Luego, cuando la muerte está ya más cercana, aquel sonido cambia misteriosamente y se asemeja mucho al tañer de unas campanas graves. Aquella música no es sólo un sonido. Es un conjunto de armonías que se parecen de pronto a un lamento plañidero y, de pronto, a un himno lleno de fervor y hasta de alegría.
El resto de los cisnes saben de qué se trata, y guardan un respetuoso reconocimiento mientras su compañero está despidiéndose de la vida con ese único canto. Ni siquiera la pareja del moribundo lo acompaña en su canto. También permanece en silencio, aunque a su lado. La escena puede durar unos minutos, después de los cuales el cisne morirá y el lago seguirá siendo el mismo, con un silencio solamente roto por el chapotear de los animales o de las dulces aguas que chocan blandamente contra las orillas. La pareja del cisne muerto se alejará del lugar, separándose de todos los que fueron sus compañeros, y nunca más se sabrá de ella.
3) Para vivir
La ciencia no ha podido desentrañar el misterio y saber el motivo de aquel último y único canto del cisne. Sin embargo, esa historia nos puede ayudar a valorar dos cosas: una es la fidelidad, rara entre los animales, pero que entre las personas es imprescindible, sobre todo en el matrimonio o en una vida entregada a Dios. Y la segunda es el canto de despedida en una espera digna de la muerte. Si un animal con sus limitaciones las sabe vivir, cuánto más los hombres habría que saber vivirlas.
San Josemaría nos aconseja al respecto: “No tengas miedo a la muerte. –Acéptala, desde ahora, generosamente..., cuando Dios quiera..., como Dios quiera..., donde Dios quiera. –No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el lugar y del modo que más convenga..., enviada por tu Padre–Dios. – Bienvenida sea nuestra hermana la muerte!” (Camino, n. 739)