Estamos en camino. Preparamos el viaje con aquello que será más necesario. Luego, tomamos el coche o el tren, el barco o el avión: el viaje inicia.
Subidas y bajadas, valles y montañas, puentes y túneles. Todo pasa más o menos rápido, mientras el tiempo nos acerca al lugar de destino, mientras los kilómetros nos dicen que falta poco para el final de nuestro viaje.
Por fin, la meta. Una meta provisional, por tiempo. Será un pueblo o una ciudad, un lugar de trabajo o de descanso, una casa para el encuentro con familiares o amigos. Allí estaremos unos días, mientras el tiempo pasa, inexorable, sin pausa, y las hojas del calendario nos dicen que pronto llegará el día del regreso.
Todo empieza y todo termina. Así es la vida. Nos encanta soñar con un viaje, y casi sin darnos cuenta ha llegado la hora de volver a casa. En el lugar de destino pasamos buenos o malos momentos, pero el tiempo del regreso nos impone salir, dejar el presente para volver al lugar de donde partimos.
¿Será nuestra vida un viaje lleno de etapas pasajeras? ¿Será el mundo un rincón de paso, una meta llena de aventuras transitorias, una posada que ocupa nuestro tiempo unos días, meses o años de existencia?
Llega la hora del regreso. Cogemos nuestra ropa, nuestros recuerdos, nuestra experiencia. Buenos o malos ratos, risas y lágrimas, miedos y esperanzas. La vida sigue su curso, y con ella todo pasa. También mi cuerpo manifiesta señales de cansancio, dolores nunca antes padecidos, canas y molares desgastados.
Llegará algún día la hora de volver a casa. A la casa verdadera, a la casa que no acaba, a la casa donde Alguien nos espera. Dios seguía mis pasos y mis lágrimas, mis luchas y mis derrotas, mis rencores y mi perdón sangrante. Dios sabía que sólo en Él encontraría, por fin, esa paz y esa dicha que tanto anhelaba mi corazón cansado.
El regreso inicia desde el día de la partida. El Padre nos espera. Y Cristo, desde un Sagrario, nos recuerda que el amor será la última palabra de la historia humana. Donde lo humano vuelve hacia el Bien y el Amor que nos hizo, donde el perdón vence el pecado y limpia heridas profundas que dejó el camino recorrido con los ojos llenos de esperanzas.