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El secreto de la felicidad, según Juan Pablo II

El secreto de la felicidad, según Juan Pablo II

En la vida hay penas y dolores, desde cosas pequeñas hasta la que alguno ha venido a llamar “insoportable levedad del ser”, que lleva al absurdo. El recuerdo de Juan Pablo II permanece vivo –como hemos visto en la reciente Jornada Mundial de la Juventud- y sus palabras siguen calando dentro: nos decía que sondeando el corazón vemos “hacia dónde va el hombre peregrino por el camino del mundo y de la historia”, a través de las experiencias, “vacilantes, esperanzadas o dolorosas” vemos una “identidad sustancial” en la meta, aunque “los caminos de los hombres son, frecuentemente, muy diferentes entre sí”, con objetivos inmediatos a veces divergentes, incluso contradictorios. Pero “todos buscan la plena felicidad personal en el contexto de una verdadera comunión de amor. Si tratarais de penetrar hasta en lo más profundo de vuestros anhelos y de los anhelos de quienes pasan por vuestro lado, descubriríais que es ésta la aspiración común de todos, ésta la esperanza que, después de los fracasos, resurge siempre en el corazón humano, de las cenizas de toda desilusión. Nuestro corazón busca la felicidad y quiere experimentarla en un contexto de amor verdadero. Pues bien, el cristiano sabe que la satisfacción auténtica de esta aspiración sólo se puede encontrar en Dios, a cuya imagen el hombre fue creado. «Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.» (San Agustín)”. Ese amor de Dios es el que nos da un corazón lleno de capacidad de amar: “no busquéis la felicidad en el placer, en la posesión de bienes materiales, en el afán de dominio. Se es feliz por lo que se es, no por lo que se tiene: la felicidad está en el corazón, está en amar, está en darse por el bien de los demás sin esperar nada a cambio”.

Para no caer en el absurdo del mal en el mundo, hemos de abrirnos al misterio. Aunque hay muchos intentos como de retazos de respuestas (filosofías, otras religiones...) la única que yo encuentro satisfactoria es la que nos recuerda Juan Pablo el Grande, hombre de Dios que nos continúa ayudando con su intercesión a caminar al encuentro de Cristo: “Cristo es el único que puede dar sentido a nuestra vida. En Él se encuentra la paz, la serenidad, la liberación completa, porque Él nos libera de la esclavitud radical, origen de todas las demás, que es el pecado, e inspira en los corazones el ansia de la auténtica libertad, que es el fruto de la gracia de Dios que sana y renueva lo más íntimo de la persona humana”. Toda cerrazón e incertidumbre (egoísmo) queda transformada en apertura (la vida como don): “el conocimiento de Jesús es el que rompe la soledad, supera las tristezas y las incertidumbres, da el significado auténtico a la vida, frena las pasiones, sublima los ideales, expande las energías en la caridad, ilumina en las opciones decisivas”. “Sólo Él es la solución a todos vuestros problemas”, solía decir: “si el hombre quiere encontrar el modo de saciar su sed de felicidad que le quema las entrañas, es hacia Cristo hacia donde debe orientar sus pasos”. No era una ingenuidad ni una utopía, de quien no quiere ver las penas de la vida; al revés, es la experiencia de conocimiento de Dios y de las almas que le hacía decir: “Solamente si volvéis a Cristo, hallaréis paz para vuestras conciencias perturbadas y reposo para vuestras almas angustiadas”.

Esto significa todo un programa de vida para construir un mundo mejor: “partiendo de la certeza de que vuestra mayor fuerza está en ser personas, en ser personas al lado de otras personas y de poder realizar juntos cosas estupendas, mi testimonio es éste: sólo en Dios encuentran fundamento sólido los valores humanos; y sólo en Jesucristo, Dios y Hombre, se vislumbra una respuesta al problema que cada persona constituye para sí misma. Él es el Camino, la Verdad y la Vida para todos los hombres”. Para acoger este legado, sin dejarnos llevar por excusas ni desánimos que esconden la comodidad, Juan Pablo II nos invita a preguntar al divino Maestro, con disponibilidad sincera: “«Qué quieres que haga? ¿Qué proyecto tienes para mí?» El Señor no os dejará sin respuesta en lo profundo de vuestro corazón; lo hará en el momento propicio y providencial”. Así, llega un momento en el que se siente la llamada, encaja el puzzle de tantos episodios de nuestra vida, que se ven con una luz nueva, la de esta vida de Cristo en mí, para hacer un proyecto juntos, una historia de amor que es “el mejor partido”, aquello que de verdad vale la pena.