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El regreso

Volver es caminar hacia el punto de partida. Es ser conscientes de lo provisional del sendero andado, y de la necesidad de encontrar la meta definitiva sólo en la casa del Padre. Es vivificar en nuestro recuerdo el calor del hogar, para apreciarlo por encima de cualquier espejismo fácil que pueda encandilarnos a lo largo de los años.

El regreso a Dios es hoy más urgente que nunca. El mundo saborea cada día el amargo placer de una libertad sin origen y sin meta. Los dolores de los hombres, sus penas y angustias, son consecuencia del olvido de nuestro origen, que coincide plenamente con nuestro destino. "De Dios venimos y a Dios vamos", nos recuerda la doctrina cristiana. Sin embargo, a veces damos la sensación de ser flechas que cortan el viento de la nada, sin una esperanza que suavice el misterio de su trayectoria desconocida.

Juan Pablo II, a pesar de sus dolores morales y físicos, no deja de recordarnos cuál es la razón última de nuestras vidas. Cada nuevo día de su existencia y de su trabajo como Sucesor de Pedro se abandona a Dios y a su misericordia, para reavivar en el mundo la llama que Cristo vino a traer con su Encarnación. Su trabajo es el de un sembrador que mira al futuro. La semilla, arrojada al suelo, crece, en silencio, mientras el sol acaricia nuestra tierra herida y el Espíritu Santo ilumina lo más íntimo de nuestros corazones hambrientos de esperanza.

El ejemplo del Sucesor de Pedro nos indica el sentido de la misión de todo bautizado. Estamos llamados a ser luz y sal, a vivificar y alentar un mundo que necesita recordar su origen y su destino. Cada cristiano debe ser un trasunto del Cristo que "pasó haciendo el bien", que encendió un fuego en el mundo y que nos alegró con el evangelio de la vida.

Cuando pululan por doquier los profetas de la desesperanza, de las soluciones quiméricas y siempre provisorias, la luz que la Iglesia está llamada a ofrecer al mundo brilla con mayor fuerza. Todos los católicos, unidos como en un haz, podemos imprimir un nuevo rumbo a la historia de la humanidad. El ejemplo y la palabra del Papa deben quedar fijos en nuestras conciencias. Mientras, seguimos en camino, hacia la casa, hacia el Padre. El regreso es hermoso si avanzamos cada día hacia la meta guiados por el amor. El abrazo del Padre será la corona anhelada, el sueño más profundo de nuestros corazones. Y nadie nos lo arrebatará.