I. El primado de Pedro en la Iglesia primitiva
II. El primado de Pedro en los primeros concilios
Expectativas
- ¿Sabes que el Obispo de Roma, el Papa, ha sido considerado siempre, desde los primeros tiempos de la vida de la Iglesia, el pastor universal de todos los cristianos? Considera que hoy muchos creen que se puede desobedecer al Papa sin sentirse culpables de ello.
- Existe una sola Iglesia fundada por Jesucristo: la Iglesia Católica, con el Sumo Pontífice como cabeza. Considera que hoy existen decenas de miles de confesiones cristianas y cada una de ellas cree que es la única verdadera.
- Considera que Jesucristo ha querido la Iglesia para continuar en la tierra su misión salvífica. Considera que hoy muchos creen que pueden agradar a Dios prescindiendo de su Iglesia.
I. El primado de Pedro en la Iglesia primitiva
El primado de Pedro, que Cristo prometió al Príncipe de los Apóstoles, dividió a las Iglesias de Oriente de la Iglesia Católica. Las primeras reconocen a Pedro, y a sus sucesores, los Obispos de Roma un primado de honor, pero no de jurisdicción. Ciertamente, la posición del Obispo de Roma es privilegiada con respecto a la de todos los demás obispos, pero no es tan privilegiada como para permitir al Sucesor de Pedro gobernar toda la Iglesia. Esto es cuanto creen las Iglesias de Oriente.
La Iglesia Católica considera en cambio que los sucesores de Pedro, los Papas, los Obispos de Roma, tienen un primado que también implica el gobierno de toda la Iglesia, y no sólo un primado de honor.
¿Quién tiene razón? La respuesta nos la debe dar la historia, precisamente la historia que tienen en común la Iglesia Católica y las confesiones del Oriente cristiano.
En primer lugar, no cabe duda de que, desde los primeros decenios sucesivos a la muerte de Pedro, su ministerio fue ejercido por el Obispo de Roma. La Iglesia primitiva estaba guiada por el Obispo de Roma. Nos lo testimonia el episodio que ve como protagonista al Papa Clemente, cuarto Obispo de Roma después de Pedro, Lino y Anacleto.
De Clemente nos ha llegado la famosa carta que escribió, a fines del siglo I, a los cristianos de Corinto. Estos últimos habían destituido a sus jefes, dando vida a una peligrosa situación de anarquía.
He aquí las palabras con las cuales Clemente interviene para condenar esta destitución:
"Consideramos que no hay que alejar del ministerio a quienes fueron establecidos por ellos [los Apóstoles], o después por otros ilustres hombres con el consentimiento de toda la Iglesia, y que hayan servido rectamente a la grey de Cristo con humildad, serenidad y gentileza, y hayan tenido el testimonio de todos y durante mucho tiempo" (Clemente Romano, Carta a los corintios 44,3, en / Podrí Apostolice a cura di Antonio Quacquarelli, Cittá Nuova, Roma 1981, p. 78).
Clemente ordena que se reintegre en sus funciones de gobierno a aquellos a quienes la comunidad de la Iglesia de Corinto había alejado. Incluso llega a amenazar con graves sanciones si no se respetan sus disposiciones:
"Aquellos que desobedecen las palabras de Dios, repetidas por medio de nosotros, sepan que incurren en una culpa y en un peligro graves " (ibídem, 59, en I Padri Apostolici, cit., p. 88).
Por tanto, la historia nos dice que Clemente, Obispo de Roma, Sucesor de Pedro:
- Interviene en los asuntos internos de una Iglesia, la de Corinto, que, al igual que la de Roma, tenía orígenes apostólicos.
- Interviene mientras todavía vive Juan, uno de los Apóstoles.
- Interviene amenazando con sanciones si no se le obedece.
¿Cómo no recordar, precisamente en este episodio, la aplicación de ese poder de "atar y desatar" que Jesús había conferido a Pedro y que en esta ocasión lo ejerce su legítimo sucesor?
Las comunidades cristianas primitivas conservan con gran cuidado la carta de Clemente, que revela el papel preeminente del Obispo de Roma sobre otra Iglesia, tanto es así, que en el año 170, el obispo de Corinto, Diógenes, escribe al Papa Sotero para informarle que leían ese escrito en la celebración eucarística de los domingos.
Parece más bien evidente que durante el siglo I el Obispo de Roma ejercía su "primado" no sólo de modo honorífico, sino también y sobre todo en el gobierno de la Iglesia. La historia nos ofrece otros datos.
En el siglo n, el papel del gobierno y de guía del romano Pontífice se aceptaba sin objeciones en toda la Iglesia.
Lo certifica una serie de documentos de incomparable valor.
Por razones de brevedad, citamos sólo a Ireneo (alrededor del 140-200), obispo de Lyon, que en su famosísima obra Adversas haereses, escrita para refutar las doctrinas heréticas, refiriéndose a la Iglesia de Roma, nos deja escrito:
"En efecto, con esta Iglesia, en razón de su origen más excelente, necesariamente debe estar de acuerdo cada Iglesia, es decir, los fieles que vienen de todas partes... ella, en la que ha sido conservada siempre para todos los hombres la Tradición que viene de los Apóstoles " (San Irineo de Lyon, Contro le eresie e gli altri scritti, III, 3, 2, a cura di Enzo Bellini, Jaca Book, Milano 1981, p. 218).
Es difícil encontrar un documento más claro referente a las convicciones de los primeros cristianos con relación al primado de la Iglesia de Roma. Con esta Iglesia, es decir con la Iglesia Católica, todo cristiano debe permanecer en comunión, independientemente de donde provenga, ya sea occidental u oriental.
Son palabras que harían bien, si las leyeran, a los protestantes, anglicanos y también ortodoxos, porque todos ellos se alejaron de la Iglesia de Roma en el curso de los siglos.
También en el siglo III y IV los cristianos no ponían en duda el primado de la Iglesia de Roma.
Entre los documentos que lo demuestran, recordamos las palabras que san Agustín, obispo de Hipona, dirigió a cuantos, como en su tiempo los donatistas, habían abandonado la unidad con la Iglesia Católica:
"Vosotros sabéis qué es la Iglesia Católica: es la vid de la que vosotros sois los sarmientos cortados... Por tanto, apresuraos a regresar para ser injertados nuevamente en la vid verdadera. Porque en efecto la verdadera vid está donde está la sede de Pedro, esa sede de la que conocemos la serie auténtica de los titulares. Allí está la piedra contra la cual no prevalecerán las puertas del infierno" (San Agustín, Psalmus contra partem, Donati, del 394, en Patrología Latina, 43,30).
En tiempos de san Agustín, cuando aún no se había producido la separación entre cristianos de Occidente y de Oriente, se invitaban a los que abandonaban la Iglesia Católica a "regresar para ser injertados nuevamente en la vid verdadera", vid verdadera que coincidía con la cátedra de Pedro.
Para el santo obispo de Hipona, las palabras de Cristo:
"Las puertas del Hades no prevalecerán " estaban dirigidas a la Iglesia Católica, a la Iglesia de Roma, donde se encuentra la sede de Pedro y de sus sucesores.
Esta invitación conserva todo su valor. Hoy el católico la dirige, fortalecido por la Tradición de la Iglesia, a esos cristianos que no están en comunión con la cátedra de Pedro, esto es, con la Iglesia Católica.
La historia nos enseña que los Pontífices de Roma han ejercido su primado, que también comprendía el gobierno de la Iglesia, mucho antes de que se verificara la dolorosa separación del 1054, que dividió el Oriente del Occidente cristiano.
También por razones de brevedad, aquí sólo recordamos que el Papa Víctor (189-199) decidió excomulgar a las Iglesias de Asia que no estaban de acuerdo con la Iglesia de Roma en cuanto a la definición de la fecha de la celebración de la Pascua.
El hecho es de gran importancia. En efecto, ningún obispo, con excepción del de Roma, el Papa, podía atribuirse a sí mismo un poder como éste: excomulgar a todas las Iglesias de una entera región.
Nos encontramos ante el ejercicio de ese poder de atar y desatar que Jesús encomendó a Pedro y que se trasmitió a sus sucesores. Un poder que nadie osaba contestar, cuando la Iglesia era una.
II. El primado de Pedro en los primeros concilios
Pero la historia también nos ofrece otros datos interesantes. Nos permite conocer lo que creían los predecesores de los actuales obispos y patriarcas del Oriente cristiano, ahora separados de Roma, sobre el primado de Pedro antes de la dolorosa separación. ¿También ellos estaban convencidos de que se trataba sólo de un primado de honor y no, por el contrario, de un primado de jurisdicción? A esta pregunta responden los documentos que nos han llegado de los primeros concilios de la Iglesia, reconocidos como válidos también por los actuales obispos del oriente cismático.
Los primeros cuatro concilios se celebraron en Oriente, convocados por el emperador. El Papa no participaba en ellos, pero enviaba a sus representantes.
El examen de los documentos aprobados por los concilios no deja ninguna duda sobre el reconocimiento del primado de Pedro, sobre las prerrogativas de este primado, sobre la función de guía, autoridad y gobierno de toda la Iglesia ejercido por el Obispo de Roma, reconocido y aceptado por toda la Iglesia. He aquí algunos ejemplos.
El Credo aprobado por el primer concilio ecuménico de Nicea (325), ante la presencia de más de 300 obispos de Oriente, fue firmado en primer lugar por Osio, obispo de Córdoba, y por dos presbíteros romanos. Los tres eran representantes del Papa Silvestre.
En el segundo concilio ecuménico, celebrado en Efeso en el año 431, el representante del Papa, el presbítero Felipe, pronuncia palabras memorables que, siendo una verdadera exposición doctrinal sobre el primado de Pedro, toda la asamblea acogió con deferente, silencio:
"Ninguno duda. o más bien es un hecho conocido en todos los siglos, que el santo y beatísimo Pedro, .el pescador jefe de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia Católica, recibió de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano, las llaves del reino, y que le fue dado el poder de atar y desatar. Y Pedro vive y juzga hasta ahora y por siempre en la persona de sus sucesores. Ahora bien, precisamente su sucesor y sustituto legítimo, nuestro santo y beato Papa Celestino, obispo, nos ha enviado a este concilio para representarlo" (Joannes Dominicus Mansi, Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio, vol. IV, ristampa anastatica, Graz 1960-1961 p. 1.295).
También resulta significativa la breve carta que el Papa Celestino envió al mencionado concilio: "En nuestra solicitud hemos mandado a nuestros santos hermanos y miembros en el sacerdocio, los obispos Arcadio y Proietto, junto con el sacerdote Felipe, hombres íntegros que comparten nuestros sentimientos, para que intervengan en vuestras discusiones y sostengan lo que ya hemos decidido nosotros. Estamos seguros de que vuestra santidad sentirá el deber de compartir sus decisiones" (ibídem, p. 1.287).
En fin, recordemos el IV concilio ecuménico, celebrado en Calcedonia, Turquía, en el 451. El Papa León I Magno no participa en él, pero envía a sus representantes y pone como condición que uno de ellos, el obispo Pascasino, presida el concilio.
En la sesión inaugural, se ve el papel preeminente del Romano Pontífice. En efecto, el representante del Papa se opone a que participe en el concilio el obispo de Alejandría, Dioscoro, con estas palabras:
"Tenemos las instrucciones del beato y apostólico obispo de la ciudad de los romanos, que es cabeza de todas las Iglesias (qui est caput omnium Ecciesíarum), y ellas prescriben que Dioscoro no debe participar en el concilio y, si trata de hacerlo, tiene que ser expulsado" (ibídem, vol. VI, pp. 580-581).
La afirmación de que el Obispo de Roma es "cabeza de todas las Iglesias ", pronunciada solemnemente delante de todos por el legado pontificio no escandaliza a los presentes y nadie la protesta, ni siquiera el patriarca de Constantinopla, allí presente, predecesor del actual patriarca de Constantinopla que hoy no reconoce el pleno primado de Pedro.
Tenemos algunos argumentos para sacar una conclusión. La documentación examinada hasta ahora nos lleva a afirmar que, cuando la Iglesia era una, antes del cisma de Constantinopla del año 1054, que dará vida a la Iglesia de Oriente, toda la Iglesia reconocía el primado de Pedro, que también aceptaba los concilios en los que participaron los predecesores de cuantos hoy lo contestan en su totalidad.
La historia nos demuestra que se trataba de un primado no sólo de honor (como estarían dispuestas a reconocer todavía hoy las jerarquías de la Iglesia ortodoxa) sino de gobierno y de jurisdicción, como lo cree y ejerce aún en nuestros días, como siempre, la Iglesia Católica.
De esto deriva que, basándose en la documentación histórica con la que contamos, es la Iglesia de Roma, o sea la Iglesia Católica, la que ha conservado intacta la doctrina, el papel y las tareas que Cristo le encomendó a Pedro y a sus sucesores.
Esto nos permite afirmar, con un notable margen de certeza histórica, que la única Iglesia fundada por Cristo es la católica.
En efecto, sólo ella entre todas las Iglesias hoy existentes:
- Tiene orígenes que se remontan a la época apostólica, a través de la sucesión de los Sumos Pontífices, comenzando por Simón Pedro y, por tanto, ha sido fundada por Jesucristo;
- Conserva intacto el primado de Pedro, así como lo ha instituido el Señor y lo ha comprendido y ejercido la Iglesia primitiva. Primado no sólo de honor sino de jurisdicción, es decir de gobierno de la Iglesia entera;
- Puede demostrar que este Primado fue reconocido, acogido y aceptado por toda la Iglesia de la antigüedad, y fue siempre ejercido por los Papas.
- En fin, puede demostrar que cuantos niegan el ejercicio del primado de Pedro, cuantos no aceptan el papel que aún hoy desempeña el Papa, se han alejado de la verdadera doctrina que ha enseñado Jesucristo, de la única Iglesia fundada por el Maestro y de la tradición, a saber, de la Tradición de la Iglesia.
El católico tiene motivos suficientes para exponer, sostener y defender los motivos de credibilidad de la Iglesia a la que pertenece.