La agencia “Associated Press” (AP) acaba de publicar una carta del entonces Card. Ratzinger en la que supuestamente postergaba la remoción del ministerio al pederasta Stephen Kiesle. Esta nota dio la vuelta al mundo ayer, y ha dejado un halo de sospecha sobre Benedicto XVI. Pero ¿el actual Papa defendió realmente a un pedófilo?
Veamos primero la historia de este suceso. La diócesis de Oackland pidió a la Santa Sede la dimisión de Kiesle, en 1981; fue hasta finales de ese año que el Card. Ratzinger inició su gestión como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), organismo encargado también de seguir este tipo de casos. Fue hasta 1985 que el Prefecto Ratzinger envió al obispo de Oackland, una carta en latín, explicando que convenía considerar el caso teniendo en cuenta el bien de la Iglesia universal y anunciando que se requería una evaluación minuciosa que llevaría tiempo. En 1987, Kiesle fue reducido al estado laical.
Ahora veamos la explicación del Vaticano que, salvo que pensemos que la Santa Sede miente, reconstruye mejor que la AP el proceso que fue seguido contra Kiesle. El entonces Prefecto no ordenó que este sacerdote fuera readmitido, sino que sugirió prudencia en su dimisión. También aconsejaba “tener el máximo cuidado paternal”, pero no para el agresor sino para las víctimas.
El Card. Ratzinger definía como “muy significativos” (de mucho peso) los argumentos presentados para remover al sacerdote de su ministerio, pero sugería prudencia al obispo diocesano, pidiéndole que considerara “el bien de la Iglesia universal” y el “daño que conceder la dispensa (del ministerio) puede provocar en la comunidad” sobre todo por la joven edad del sacerdote.
En otras palabras, era una invitación a la prudencia y no una orden para readmitir a Kiesle a sus encargos pastorales, y además esta readmisión no estaba en la jurisdicción de la CDF sino en la del obispo local. La confusión proviene de confundir “remoción del encargo pastoral” (no poder ejercer el ministerio) con “reducción al estado laical” (dejar de ser sacerdote). El futuro Papa no rechazó que Kiesle fuera removido del ministerio, sino que pidió prudencia para dar el segundo paso.
En realidad, este hecho no muestra ningún encubrimiento por parte del Card. Ratzinger, sino más bien mucha prudencia para una decisión que, en el contexto de hoy, se nos antoja que debe ser inmediata. Prudencia no es complicidad, pero esta demora sirve para sembrar la sospecha.
Y la sospecha es el objetivo de fondo. En la nota original de la AP (www.ap.org), el autor, Gillian Flaccus, en su interpretación del suceso, muestra este afán de salpicar al Papa con la duda de si fue cómplice de ocultar estos casos de pederastia.
Esta carta, escribe Flaccus, “constituye un desafío aún mayor a la insistencia del Vaticano de que Benedicto no desempeñó ningún papel en el bloqueo de la remoción de sacerdotes pedófilos durante sus años como jefe de la oficina de vigilancia doctrinal de la Iglesia Católica”.
Entonces, según este periodista, el Vaticano tiene el desafío de probar que el Santo Padre no obstaculizó los castigos a los ministros pederastas; o sea, que el Papa protegió a un pedófilo y ahora el Vaticano tiene que probar que no fue así.
A pesar de estos comentarios, son los hechos los que acreditan la valiente actuación de Benedicto XVI que, por una parte, ha mostrado mano firme con los sacerdotes abusivos; y, por otra, ha expresado un deseo grande de volver a reunirse con las víctimas.
[La carta se puede leer en: http://www.corriere.it/Primo_Piano/Cronache/2010/04/09/pop_lettera.shtml]