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El ladrón que le quiso robar a Cristo. El Papa nos invita a mirar al Señor

El ladrón que le quiso robar a Cristo

El Papa nos invita a mirar al Señor

1) Para saber

En una ciudad de Alemania llamada Wursburgo, hay en la cripta de un templo una Cruz muy famosa que tiene gran valor artístico. Esta Cruz tiene algo distinto y muy curioso: el Crucificado tiene sus manos libres de los clavos y las tiene cruzadas sobre el pecho. A este Crucifijo le tienen una gran devoción los habitantes de aquella región y cuentan sobre él una leyenda que explica la posición de sus brazos. Resulta que hace muchos años entró un ladrón a robar por la noche al templo. Cuando se acercó al gran Crucifijo vio que sobre la cabeza del Señor había una valiosa corona con joyas preciosas. El ladrón no dudó ni un instante en robarla para luego venderla y obtener un buen dinero, sin importarle que con ello cometía un robo sacrílego. Consiguió una escalera y por ella subió para quitársela al Cristo. Cuando trató de tomar la corona, sintió con gran miedo que dos manos lo abrazaban: eran las mismas manos del Cristo que lo estaban abrazando. Quedó mudo de terror y sintió fuertes escalofríos. Sus ojos, casi fuera de sus órbitas, miraban de frente los ojos de Jesús a escasos centímetros de distancia. No podía soltarse del abrazo. Así estuvo un largo tiempo: mirándose los dos cara a cara. La mirada de Jesús acabó por convencerlo. Empezó a pensar que por sus pecados Cristo estaba crucificado. Y, al darse cuenta del mal que estaba haciendo, empezó a llorar de arrepentimiento. Sus lágrimas comenzaban a correr a raudales por sus mejillas. Le pidió perdón por sus múltiples pecados y al final fue el mismo ladrón quien se abrazó fuertemente al cuerpo herido del Crucificado. Así los encontraron al amanecer.

La mirada de Jesús bastó para arrepentir al ladrón. Precisamente, el Papa Juan Pablo II nos invita a mirar a Cristo para lograr nuestra conversión.

2) Para pensar  

El Papa Juan Pablo II, nos dice que la herencia que nos ha dejado el Gran Jubileo del año 2000 ha sido el encuentro con Cristo. Han pasado unos años y hemos podido reflexionar en el gran acontecimiento: la encarnación del Hijo de Dios. Por ello, “Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el sentido y la meta última. En efecto, es por medio de Él, Verbo e Imagen del Padre, que «todo se hizo»(Jn 1,3)” (“Al comenzar el Tercer Milenio”, n.5). Por ello, una historia sin Cristo no tiene sentido, es una historia desprovista de su máximo acontecimiento. Y lo mismo podríamos decir de cada vida. Una vida sin Cristo está incompleta, pues sólo en Cristo encontramos el sentido pleno de la existencia (cfr. Juan Pablo II, Alocución 30-VII-2000). Esto no significa que tantas vidas que, sin tener la culpa, no han conocido a Cristo no valgan. Sí vale cada vida, pero valen precisamente porque Cristo las ha salvado. Sólo adquiere cada vida su pleno sentido al tener una referencia con Jesús, que es el Salvador Universal. Por ello dice el Concilio Vaticano II: “Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina” (Gaudium et Spes, n. 22). 

3) Para vivir          

A partir de mirar a Cristo vendrá nuestra conversión. Ese mirar a Cristo lo podemos concretar de varias maneras. Una podría ser leyendo los Santos Evangelios en donde se nos presenta a Jesús, sus obras y sus palabras. A partir de ahí hemos de contemplarlo para llegar a amarlo cada vez más. Siempre es conveniente tener en casa un ejemplar de los evangelios para leerlos un poco cada día. También podemos mirar a Cristo cuando vamos a la Santa Misa: Tanto al oír la palabra de Dios, como al acercarnos a comulgar. Ahí vemos a Cristo con los ojos de la fe en la Eucaristía. Otra manera es dedicar un momento al día para platicarle a Jesús sobre nuestra vida con la seguridad de que, siendo Dios, nos oye en todo momento. Con ese trato más frecuente nuestro conocimiento del Señor se hará cada vez más intenso.