Otra vez me han llamado. Ayer fue una boda. Hoy es un bautizo. Mañana viene un político a hablar al pueblo.
Ante mi cámara pasan personas grandes y pequeñas, famosas y desconocidas, ricos y pobres. Casi todos sonríen, como si quisieran dejar fijo, para siempre, un instante de felicidad. Cuando, en realidad, todo pasa, todo cambia, todo ocurre tan deprisa...
Aquellos jóvenes que se casaban entre caricias hace tres años hoy inician el proceso de divorcio. Hice tantas fotos cuando estaban a la puerta de la iglesia, durante la ceremonia, cuando se besaron en la plaza, mientras partían una tarta... No me llaman ahora, en cambio, para ver cómo entran ante el juez que constatará el fracaso de su amor, la ruina de sus promesas más sinceras...
Aquel niño que dormía tranquilo en brazos de su madre, antes del bautizo, hoy vive preocupado por la moto, los estudios, el trabajo. Me dicen que ya no quiere saber nada de sus padres, que los tiene angustiados porque llega tarde a casa, porque huele a borracheras, porque quizá incluso ya se droga...
Aquel político que era aplaudido mientras defendía la importancia de la moralidad pública acaba de ingresar en la cárcel. Esta vez sí tengo fotos de los dos momentos. Cuando subía a un pequeño podio y dominaba con sus ojos a las masas. Cuando fue conducido ante el juez, las manos esposadas, entre dos policías que apartaban a los que, como yo, buscábamos el lugar de la mejor toma.
He aprendido que las imágenes son sólo eso: imágenes. La vida es mucho más rica, más compleja. Quienes hoy gozan mañana inician el camino de la decadencia. Quienes son señalados como pérfidos ladrones, pueden un día cambiar su corazón, entrar en el mundo de la justicia, dedicar sus energías a ayudar a los que sufren. Quienes gozan de belleza y fama, mañana sufrirán al ver el paso inexorable de un tiempo que arruga cutis, que margina a los que ya no son ni útiles ni bellos...
Cuántas personas y cuántas situaciones pasan ante mi cámara. Y cuántas no veo nunca. No penetro los corazones, ni sé cuándo unos novios se quieren de veras o se engañan mutuamente, ni cuándo el político que habla de justicia engaña tristemente a sus amigos, ni cuándo el preso es inocente aunque todos lo acusen de delitos nunca cometidos.
No penetro, sobre todo, en esos mil gestos sencillos, cotidianos, que embellecen la vida, que engrandecen corazones. Eso que hace un hijo cuando vela, noche tras noche, por la salud de su madre enferma. Eso que hacen unos padres para aliviar al hijo más pequeño que se apaga poco a poco carcomido de leucemia. Eso que logra, en un monasterio, la oración de una monja que habla a Dios y pide por enfermos, pecadores, moribundos, pobres y ricos de corazón incierto.
Tantas cosas importantes no pasan ante mi cámara. Las pocas que llego a plasmar con un click quedan allí, como imágenes insuficientes para comprender corazones, para captar el misterio de la historia humana.
Cada vida es mucho más rica y más profunda que lo que sale afuera. El corazón dirige cada uno de mis pasos. Hoy decido, en lo íntimo de mí mismo, si seré mejor, si romperé con el pecado, si amaré más a los míos, si seré honesto en mi trabajo. Sin que nadie, más que un Dios que es bueno, pueda penetrar en ese dinamismo profundo que convierte a algunos en miserables dignos de compasión, y a otros en hombres grandes, generosos, buenos...