Este año 2006 se cumplan los 25 años de la publicación de la exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio, dada a la luz con fecha de 22 de noviembre de 1981. El recuerdo de este aniversario se ha visto enriquecido con la celebración, en la ciudad española de Valencia, del V Encuentro mundial de las familias.
Queremos, con estas líneas, mostrar cómo la exhortación Familiaris consortio (FC) mantiene viva toda su riqueza doctrinal; cómo ha servido para iluminar el camino magisterial durante estos 25 años; y cómo su estudio ofrece herramientas fundamentales para evangelizar a la familia en los inicios del nuevo siglo. Veremos también cómo el tema de la familia ocupa un puesto particular en la vida de la Iglesia, a través de la evocación del mensaje que sobre la familia nos ha dejado el V Encuentro mundial de las familias.
1. Hacia un «evangelio de la familia»: el mensaje de Familiaris consortio
El tema de la familia ocupó un lugar importante en el Concilio Vaticano II. El capítulo I de la parte II de la constitución Gaudium et spes ofrecía perspectivas y valoraciones sobre el matrimonio y la familia en el mundo contemporáneo. En realidad, el texto conciliar dedicaba sus reflexiones más a la naturaleza del matrimonio y la familia, a sus fines naturales y sobrenaturales, que a un análisis de la época contemporánea en relación con estos temas.
Habría que esperar al sínodo de 1980 para poder contar con un profundo diagnóstico de la situación de la familia en el mundo moderno. En cierto sentido, los 15 años transcurridos entre la clausura del Vaticano II y el sínodo habían mostrado una profunda crisis en las sociedades de tradición cristiana que ponía en serio peligro no sólo el modo correcto de asumir lo que es propio de la vida matrimonial, sino incluso las mismas nociones de «matrimonio» y de «familia». Tal crisis se ha agravado notablemente en la década de los 90 y en los primeros años del siglo XXI, confirmando así los análisis de FC.
La primera parte de Familiaris consortio («Luces y sombras de la familia en la actualidad») realiza un discernimiento sobre la situación de la familia contemporánea, tanto a nivel general como a nivel intraeclesial. Tras recordar que tal discernimiento arranca del Evangelio (FC n. 5), el documento traza un ágil cuadro de algunos elementos positivos y negativos.
Como elementos positivos, FC enumera los siguientes: una conciencia más viva de la libertad personal; una mayor atención a las relaciones en el matrimonio, la promoción de la dignidad de la mujer, la procreación responsable, la educación de los hijos; el desarrollo de relaciones entre las familias; el reconocimiento de la misión eclesial de la familia y de su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa (FC n. 6).
Como elementos negativos, FC ofrecía una enumeración más larga, aunque ciertamente no completa: un modo equivocado de concebir la independencia de los cónyuges entre sí; ambigüedades graves acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; dificultades a la hora de transmitir valores en familia; un número creciente de divorcios; la difusión del aborto; el amplio recurso a la esterilización; el triunfo de una mentalidad anticonceptiva; la falta de medios fundamentales para la subsistencia en muchas familias del así llamado Tercer Mundo; la falta de generosidad en muchas familias de los países más ricos frente a la perspectiva de abrirse a nuevos nacimientos (FC n. 6).
Una de las principales causas de esta situación se encuentra en «una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta» (FC n. 6).
Los fenómenos anteriores tocaban la vida y la conciencia de los fieles. Entre los bautizados eran visibles síntomas preocupantes: «la facilidad del divorcio y el recurso a una nueva unión por parte de los mismo fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil [...]; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio» (FC n. 7).
La FC no se limitaba al discernimiento: quería principalmente ofrecer luz para comprender el verdadero designio de Dios respecto del matrimonio y la sfamilia. Esta fue la tarea de las partes segunda (El designio de Dios sobre el matrimonio y la familia), tercera (Misión de la familia cristiana, la parte más larga del documento) y cuarta (Pastoral familiar: tiempos, estructuras, agentes y situaciones).
A partir de lo que nos ofrece la Revelación, podemos descubrir cuál sea la fundamentación antropológica de la institución familiar. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado al amor, tiene como vocación profunda vivir para amar. En esta vocación al amor se inserta la sexualidad, que no puede ser vista simplemente como algo biológico, sino que encuentra su sentido plenamente humano «solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte» (FC n. 11).
La total donación física, posible desde la dimensión sexual, sólo conquista su carácter plenamente humano en el matrimonio, un pacto de amor que hace que el hombre y la mujer se acepten plenamente, de modo definitivo, sin límites, en fidelidad. En cierto sentido, y contra la idea equivocada de libertad que ya señalamos antes, la fidelidad conyugal no sólo no disminuye la libertad personal, sino que «la defiende contra el subjetivismo y relativismo, la hace partícipe de la Sabiduría creadora» (FC n. 11).
Esta donación encuentra su modelo y su máxima expresión en la comunidad de amor que se establece entre Dios y su pueblo. Una comunidad de amor que lleva al sacrificio de Cristo por su Iglesia, sacrificio que es modelo de la donación que debería darse entre los esposos (FC nn. 12-13, 34). En sintonía con cuanto enseñó san Pablo en Ef 5, hemos de recordar que los esposos son un «recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes» (FC n. 13; cf. nn. 36-41).
Tal verdad vale no sólo para el amor mutuo, sino para la misma fecundidad matrimonial: ante cada hijo que nace como don, los padres están llamados a ser signos del amor de Dios, de quien procede toda paternidad (FC n. 14, citando Ef 3,15). En cierto modo, la apertura a la vida, la generosidad que dispone a los esposos a la llegada del hijo, es un signo de la acción amorosa del Dios que crea nuevas vidas con la colaboración del hombre y de la mujer unidos a través del vínculo matrimonial (FC nn. 28-35).
Desde estas claves de comprensión, Juan Pablo II lanzaba al inicio de la tercera parte un grito que conserva aún hoy toda su frescura: «¡Familia, sé lo que eres!». Cuando la familia descubre qué es, puede iniciar el camino hacia lo que debe ser, puede descubrir su misión, que consiste en «custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (FC n. 17).
La óptica del amor permite comprender los objetivos generales que articulan las cuatro secciones en las que está dividida la tercera parte: formación de una comunidad de personas, servicio a la vida, participación en el desarrollo de la sociedad, participación en la vida y misión de la Iglesia.
La primera sección explica diversos aspectos de la naturaleza del matrimonio, de los papeles que tienen en la familia la mujer, el hombre, los niños y los ancianos (FC nn. 18-27).
La segunda sección expone algunas ideas sobre la cooperación que los esposos están llamados a realizar en el amor de un Dios creador, sea a la hora de transmitir la vida, sea en las tareas que se refieren al sustentamiento y educación de los hijos (FC nn. 28-41). Queda subrayada, en modo especial, la doctrina constante de la Iglesia respecto a la apertura que el acto conyugal debe mantener a la eventual transmisión de la vida, a partir de una proposición (la n. 22) aprobada por los Padres Sinodales, en continuidad con las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de la encíclica Humanae vitae (cf. FC nn. 29, 32-35).
Las secciones tercera y cuarta tratan acerca de la importancia de la familia a la hora de configurar la sociedad, y en lo que se refiere a la vida y misión de la Iglesia. La familia permite evitar la despersonalización y masificación que puede darse en una sociedad desarticulada (FC n. 43). Además, está llamada a transmitir la fe, a vivir en un clima de profunda vida espiritual, a convertirse en fuente de caridad y servicio hacia todos los hombres, pues «cada hombre es mi hermano» (FC n. 64).
La cuarta parte afronta el tema de la pastoral familiar. Ofrece inicialmente una serie de indicaciones para preparar a los bautizados a la vida matrimonial y para ayudar a los esposos a vivir el sacramento y el gran misterio que inicia después de la boda, a través de un continuo acompañamiento que permita madurar en la vocación al amor.
Es considerado en esta sección un tema que ha ido adquiriendo, tristemente, creciente actualidad: ¿qué hacer si piden la celebración del sacramento del matrimonio personas que muestran escasa adhesión al conjunto de la fe católica? Corresponde a los pastores ayudar a estas personas a crecer en la fe, pero sin dejar de comprender «las razones que aconsejan a la Iglesia admitir a la celebración a quien está imperfectamente dispuesto» (FC n. 68). Basta para admitirles a la celebración el constatar que aceptan «lo que la Iglesia realiza cuando celebra el matrimonio de bautizados» (FC n. 68)1.
No faltan diversas indicaciones para la pastoral familiar de casos difíciles, casos que cubren una gama enorme de situaciones (familias de marineros, militares, prófugos, encarcelados, huérfanos, emigrantes..., FC n. 77). Reciben un tratamiento más amplio el complejo tema de los matrimonios mixtos (FC n. 78), y una serie de situaciones irregulares que tocan a millones de bautizados. Estas situaciones son: el matrimonio a prueba, las uniones libres de hecho, los católicos unidos simplemente en matrimonio civil, los separados y divorciados no casados de nuevo, los divorciados casados de nuevo (FC nn. 79-84). La cuarta parte concluye con unas palabras para los que viven sin familia, que también son destinatarias de una «buena nueva de la familia» en la gran familia que es la Iglesia (FC n. 85).
2. Al servicio a la familia: 25 años de actividad eclesial
Podemos decir que, 25 años después de la publicación de FC, muchos de los problemas allí señalados siguen afectando la vida de millones de familias. A los mismos se añaden tendencias fuertemente marcadas, en algunos países y a nivel internacional, a favor de leyes sobre las parejas de hecho, los erróneamente llamados matrimonios homosexuales, la ulterior difusión del crimen del aborto. Es de subrayar el fuerte descenso de la natalidad que se está generalizando en todo el mundo, y que es especialmente dramático en los países más desarrollados, así como el aumento de nacimientos fuera del matrimonio, la situación de precariedad y abandono de millones de ancianos, y el retraso de la edad en la que se contraen las nupcias. Estos y otros fenómenos muestran hasta qué punto el matrimonio y la familia se encuentran en una situación de dificultades y agresiones quizá sin precedentes en la historia humana2.
En estos últimos años, ciertamente, no han faltado elementos positivos. Se trabaja en todo el mundo por evitar la discriminación de la mujer, el matrimonio forzado de las adolescentes, la violencia doméstica, la supresión del trabajo infantil, la promoción de las familias más desamparadas, el cuidado y respeto a los minusválidos y los ancianos.
Por parte de la comunidad eclesial ha habido un esfuerzo notable en preparar a los jóvenes al matrimonio y por acompañar a los esposos en las diversas etapas de la vida, gracias, sobre todo, a las indicaciones dadas precisamente en FC. Muchos grupos de familias y de jóvenes comprometen su tiempo y sus energías en proyectos de voluntariado, en asistencia a mujeres que desean abortar, en la asistencia a niños abandonados, en la promoción de una auténtica cultura a favor del matrimonio y la vida.
A nivel de Iglesia universal señalamos, a continuación, una serie de acontecimientos y documentos que muestran cuánto ha sido importante el esfuerzo por promover los auténticos valores de la familia.
En 1981, unos meses antes de la publicación de la FC, Juan Pablo II instituía el Pontificio consejo para la familia, que asumía las funciones del ya existente Comité para la familia, creado por Pablo VI en 1973. El Pontificio consejo para la familia ha realizado, desde su fundación, un ingente trabajo de promoción de la familia en sí misma y, de modo especial, en su dimensión de santuario de la vida. Ha impartido, además, numerosos cursos de actualización para obispos, sacerdotes y agentes de la pastoral familiar de todo el mundo. Ha publicado obras y documentos de enorme valor. Entre los mismos, cabe mencionar el Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (2003), y Familia y cuestiones éticas (2004 y 2006, dos volúmenes de una serie de tres).
En 1983, según lo pedido en FC n. 46, la Santa Sede publicaba la Carta de los derechos de la familia, un documento ofrecido a los gobiernos, a las familias y a todas las personas en general, en el que se recoge la doctrina católica sobre el derecho familiar. Esta Carta se basaba en ideas ya expresadas en FC, así como en diversos documentos del Concilio Vaticano II y de otras fuentes, sin excluir la Declaración universal de los Derechos humanos.
El año internacional de la familia (1994), promovido inicialmente por las Naciones Unidas y asumido como propio por la Iglesia, significó un momento especialmente intenso para trabajar a favor de la familia. Juan Pablo II publicó un texto rico y denso, la Carta a las familias, y convocó el primer Encuentro mundial de las familias, que tuvo lugar en la ciudad de Roma. Promovió, además, una importante acción diplomática a favor de la vida y la familia, para contrarrestar amenazas y maniobras de quienes buscaron controlar, según fines innobles e ideas distorsionadas sobre la familia, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la familia que tuvo lugar en El Cairo (Egipto). En esos meses intensos del año 1994, Juan Pablo II instituyó la Pontificia Academia para la vida, dedicada a profundizar en la temática bioética, de tanta importancia en la familia, el primer santuario de la vida.
El consistorio extraordinario de cardenales, celebrado en Roma del 4 al 7 de abril de 1991, estuvo dedicado a las amenazas contra la vida que venían produciéndose en el mundo contemporáneo. A petición de los cardenales, Juan Pablo II elaboró una de las encíclicas más importantes de su pontificado, dedicada explícitamente al tema de la vida, la Evangelium vitae (25 de marzo de 1995). Este documento ha incidido enormemente en la labor de los distintos episcopados del mundo y en la conciencia y actividad, a favor de la vida, de cientos de realidades eclesiales en todos los niveles. Si tenemos en cuenta que la familia es el lugar donde se aprende a descubrir que la vida es algo bueno, don de Dios y fruto del amor de los padres (como también se recuerda en la Carta a las familias), se comprende la importancia de la Evangelium vitae en la reflexión de la Iglesia católica sobre la familia en el mundo contemporáneo.
Pocos meses antes de la publicación de la FC se fundaba en la Universidad Lateranense (Roma) el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, al que se alude en un texto de la misma FC (n. 70). Esta institución académica se ha difundido en diversos lugares del mundo (México, Estados Unidos, Brasil, Benín, India, Australia, España, Austria) y se ha convertido en un centro de irradiación de la doctrina católica sobre la familia.
Es de justicia hacer mención de la enorme labor magisterial que durante los casi 27 años de pontificado desarrolló Juan Pablo II en torno al matrimonio y la familia. Antes de la FC, con el inicio de la larga serie de catequesis sobre el cuerpo y el amor humano; durante numerosos discursos en sus viajes nacionales e internacionales; en otras intervenciones a raíz de congresos, audiencias a diversas asociaciones católicas y a grupos de peregrinos llegados a la ciudad de Roma; a través de discursos «especializados» a la Rota romana sobre el tema de la nulidad matrimonial... La lista podría alargarse mucho, por lo que no resultaría erróneo evocar a Juan Pablo II, entre los muchos títulos que está recibiendo, como el Papa del matrimonio y la familia.
Hay que añadir aquí otras intervenciones de gran importancia que se han producido desde la Congregación para la doctrina de la fe en cuestiones relativas a la temática matrimonial y familiar. Sin ser exhaustivos, podríamos recordar los siguientes documentos: Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar (1994), Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (2003), Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo (2004).
3. Un colofón extraordinario: el V Encuentro mundial de las familias
Como ya dijimos, el primer Encuentro mundial de las familias tuvo lugar en Roma el año internacional de la familia (1994), y tuvo como lema «La familia, corazón de la civilización del amor». Siguieron luego otros tres encuentros: uno en Río de Janeiro (1997), dedicado a «La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad»; otro en Roma (2000), con motivo del jubileo, que tuvo como centro de atención a «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad»; el siguiente en Manila (2003), bajo el título «La familia cristiana: una buena nueva para el tercer milenio».
El encuentro de Valencia (1 al 9 de julio del 2006) estaba dedicado a «La transmisión de la fe en la familia», y contó con un gran número de actividades que no enumeramos ahora por brevedad. Podríamos destacar la relevancia del Congreso Internacional Teológico-Pastoral que tuvo lugar del 4 al 7 de julio, con participantes de los cinco continentes que trabajaron en diversos paneles y pronunciaron conferencias sobre temáticas relativas no sólo a la transmisión de la fe en la familia, sino a otros argumentos relacionados con la centralidad de la familia en la vida social y en la maduración de las personas.
El Papa Benedicto XVI se hizo presente en dos días intensos de encuentros y actividades. En la tarde del sábado 8 de julio recordó una de las ideas que, en cierto modo, ha sido una constante del magisterio de Juan Pablo II sobre la familia: «El padre y la madre se han dicho un “sí” total ante de Dios, lo cual constituye la base del sacramento que les une; asimismo, para que la relación interna de la familia sea completa, es necesario que digan también un “sí” de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado o adoptado y que tienen su propia personalidad y carácter». El sí de los esposos crea un clima de aceptación y de amor, desde el cual los hijos pueden recorrer un camino de maduración que les permita «dar a su vez un “sí” a quienes les han dado la vida».
En la homilía del domingo 9 de julio, el Papa se apoyó en la oración de Ester (Est 14,5) para evidenciar cómo el amor funda y explica la existencia de cada ser humano: «Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos». Necesitamos, por lo tanto, reconocer que nuestra existencia no viene del azar, sino del amor, tal y como nos ha sido revelado por Jesucristo.
En la comprensión de que cada existencia es posible desde el amor, los esposos pueden descubrir y acoger a cada niño «que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina».
El V Encuentro mundial de las familias se ha convertido en un espléndido marco para agradecer a Dios los 25 años de la FC. La familia es «el camino de la Iglesia», decía Juan Pablo II en la Carta a las familias (n. 14), haciéndose eco de lo que había dicho en su primera encíclica, Redemptor hominis n. 14: «Este hombre es el camino de la Iglesia». No puede ser de otra manera, porque es en la familia donde cada ser humano inicia su «humanización», donde puede abrirse al gran regalo de la fe, donde descubre y experimenta su dignidad y su vocación al amor.
Redescubrir y profundizar estos y otros muchos legados que nos ha dejado la exhortación apostólica Familiaris consortio será la mejor manera de celebrar 25 años de un documento que conserva toda su vigencia y su profundidad. Será, en cierto modo, nuestro gesto de gratitud a Juan Pablo II por su servicio constante al ser humano y por su valentía al denunciar peligros que, tristemente, siguen amenazando a la institución familiar. Será, en definitiva, nuestro renovado sí a la vocación al amor, fuente de la vida y camino para asumir la identidad más profunda del ser humano: ser imagen y semejanza de Dios, que