“El día Nefasto”
“Hoy, a las 21:37 horas, nuestro Santo Padre ha regresado a la casa del Padre” fueron las palabras con las que Monseñor Leonardo Sandri, Sustituto para Asuntos Generales de la Secretaria de Estado, informaba aquel 2 de abril del año 2005, que Juan Pablo II había muerto.
Dos de las tres ventanas del apartamento apostólico habían permanecido iluminadas, pero cuando hacia las nueve de la noche se alumbró la tercera, supe que Su Santidad estaba viviendo sus últimos minutos. En las habitaciones se encontraban, acompañando al Papa en su agonía, su secretario personal Monseñor Stanislaw Dziwisz; su segundo secretario Monseñor Mieczyslaw Mokrzycki; el cardenal Jaworski; Monseñor Stanislaw Rylko; el Padre Tadeusz Styczen; las tres religiosas polacas que atendían el apartamento con su superiora Sor Tobiana; el Dr. Renato Buzzonetti; y los dos médicos de guardia Alessandro Barelli y Ciro D´Allo con dos enfermeros de guardia. Al momento de morir llegaron el cardenal Secretario de Estado Angelo Sodano, el cardenal Camarlengo Eduardo Martínez Somalo, Monseñor Leonardo Sandri, el Vice-Camarlengo Monseñor Paolo Sardi, el cardenal Joseph Ratzinger, Decano, entonces, del colegio cardenalicio y el cardenal Joseph Tomko.
Antes de que el Papa entrara en estado de inconsciencia logró decir a Monseñor Dziwisz la elocuente frase: “soy feliz, séanlo también ustedes” para después agregar “ahora déjenme partir”.
Cuando miré a Monseñor Renato Boccardo aparecer en la Plaza de San Pedro, Rosario en mano para rezarlo con los fieles que se habían congregado, supe que Su Santidad había muerto. Minutos después Monseñor Sandri interrumpió el Rosario para dar la noticia.
La agonía del Papa había sido larga pero se intensificó a partir del primero de febrero cuando ingresó al Hospital Gemelli víctima de una laringo-traqueitis aguda. Al día siguiente las terapias de asistencia respiratoria habían establecido el cuadro clínico, pero el 9 de febrero, por primera vez en sus 26 años de pontificado, no pudo asistir a la celebración del Miércoles de Ceniza. Ese mismo día se tuvieron que descartar los rumores sobre su posible renuncia. Al día siguiente el Santo Padre salió del hospital para regresar al Vaticano.
El 23 de febrero el Papa presidió la Audiencia desde su estudio a través de pantallas instaladas en la Plaza de San Pedro, pero al día siguiente era hospitalizado otra vez para practicarle una traqueostomía a fin de evitarle la asfixia. Fue una decisión inteligente y veloz pero que confirmaba mis sospechas de que el Parkinson había avanzado tanto hasta llegar al punto de paralizar los naturales movimientos que se requieren para respirar.
Al despertar luego de la cirugía pidió un papel para escribir “sigo siendo Tottus Tuus” el lema de su pontificado. El domingo 27 de febrero no pudo pronunciar la oración mariana del Ángelus, pero nos sorprendió al asomarse por la ventana de su habitación en el hospital para impartir, desde allí, la siempre anhelada Bendición Apostólica. Lo mismo hizo el 6 y luego el 9 de marzo.
En medio de su debilidad, el Papa se recuperaba; celebraba Misa en la capilla del hospital y bromeaba al decir que el Policlínico Gemelli era “el Vaticano III” porque la segunda Residencia Apostólica es Castelgandolfo. En sus oraciones ofrecía su sufrimiento por el mundo y por el cambio de la humanidad. Trabajaba en el hospital y el día 11 recibió en visita Ad-límina a un grupo de obispos de África. El Centro Televisivo Vaticano transmitió esas imágenes y se pudo escuchar que el Papa podía hablar luego de la traqueostomía. Ese día fue la última vez que le escuché.
El 13 de marzo, luego de 18 días de hospitalización, Juan Pablo II regresó al Vaticano y supe que ya no volvería al hospital. El Papa Karol Wojtyla no se permitiría morir hospitalizado. Se instaló lo necesario en el apartamento apostólico y entonces supe que viviría sus últimos días. La agonía se prolongó por tres semanas. Todavía pudo celebrar la Pascua.
El 27 de marzo apareció en la ventana de su despacho e intentó hablar. No pudo, dio un golpe al atril y se llevó la mano a la garganta en un gesto que nos indicaba la imposibilidad que tenía. Fue como una disculpa pero era una justificación.
El 31 de marzo supimos que el Papa tenía mucha fiebre producto de una infección urinaria. El primero de abril la infección se extendió y sufrió una caída cardiaca. Miles de fieles se congregaron en la Plaza de San Pedro para acompañar con sus oraciones al Papa gravemente enfermo.
El siguiente fue el día Nefasto el día que “nunca debió haber existido” como se le llama al día en que muere el Vicario de Cristo.