El pueblo de Dios no es solamente un cuerpo de sacerdotes y reyes, es también una comunidad social, el Cuerpo Místico de Cristo, el cual posee dos propiedades esenciales a toda sociedad:
1. multiplicidad de miembros y funciones correspondientes a cada uno, y
2. unidad en su movimiento. Todos los miembros forman en la Iglesia "un cuerpo coordinado y unido" (Ef. 4, 16) en el que todos tienen una parte y una función que está en perfecta armonía con la unidad de todo el cuerpo. No tienen una vida propia, sino que un único principio encauza sus actividades al bien común de todo el cuerpo (I Cor. 12, 12 ss).
Este cuerpo dotado de múltiples miembros y unidad de vida, no es un compuesto social cualquiera sino el Cuerpo de Cristo. "Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (ICor.12, 27). Cristo y la Iglesia son inseparables y se completan mutuamente.
San Pablo concibe la Iglesia no como un cuerpo físico en el que las partes no conservan su individualidad, ni como un cuerpo moral en el que los miembros se unen entre sí por un vínculo puramente externo, sino como un cuerpo místico en el que las partes, conservando su individualidad, se unen por un principio intrínseco sobrenatural común a todas: el Espíritu Santo (I Cor. 12, 4-11).
Cristo es la cabeza del cuerpo porque asume en la Iglesia la misma función que la cabeza en el cuerpo físico; es decir, gobierna e infunde vida (Ef. 1, 22-23). Cristo es cabeza de la Iglesia y esta su complemento que se puede entender en dos sentidos: o la Iglesia perfecciona a Cristo porque le proporciona los miembros cuya cabeza es El, y sin la cual no podrían subsistir; o Cristo perfecciona la Iglesia porque siendo su cabeza le confiere la vida. En los dos casos Cristo y la Iglesia son inseparables como la cabeza y el cuerpo. Como en la alegoría de la vid y los sarmientos (Jn. 15, 1-5), Cristo, cabeza de al Iglesia, es el principio del que deriva la vida que circula por los miembros y los hace crecer y secunda en sus funciones.
Si Cristo es la cabeza del cuerpo místico porque lo gobierna y le da vida, el Espíritu Santo es el alma que vivifica este cuerpo.
El alma aun siendo independiente del cuerpo, existe en el y lo informa como principio vital que le confiere unidad y actividad.
Es la función que realiza en la Iglesia el Espíritu Santo. Existe independientemente de la Iglesia porque es una persona de la Santísima Trinidad que se distingue del Padre y del Hijo y de cualquier otra realidad. Sin embargo, así como el alma, aunque sea independiente del cuerpo, existe en el informándolo, así el Espíritu Santo está en la Iglesia y la informa componiendo con ella como un solo organismo. Afirma San Pablo: el Espíritu de Dios "habita en vosotros" (Rom. 8,9) y escribiendo a los corintios:
"¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros, Espíritu que habéis recibido de Dios y que no sois vuestros?" (I Cor. 6,19).
Además el Espíritu Santo es en la Iglesia el principio de su vida sobrenatural, como el alma es el principio natural en el cuerpo: De él dimanan los dones de la vida sobrenatural: carismas, misterios y operaciones. San Pablo le atribuye como consecuencia los frutos: "Los frutos del Espíritu Santo son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia (Gál. 5, 22-23).
El Espíritu Santo, al igual que el alma en el cuerpo, es el principio de la unidad y actividad del cuerpo místico que es la Iglesia. Es en virtud del Espíritu Santo que la Iglesia posee la triple potestad de enseñar, gobernar y santificar. Si la Iglesia es infalible en su doctrina lo debe al Espíritu Santo (Jn. 16, 12-15); si santifica con los sacramentos es por el Espíritu Santo (Jn. 3,5; 20, 22-23); si gobierna según los preceptos revelados es también por el Espíritu Santo (Lc. 24, 48-49).
Los miembros que forman parte del cuerpo místico de Cristo pueden ser perfectos o imperfectos.
Son miembros perfectos todos los bautizados, de cualquier raza o condición (ICor.12,12-13; Gál.3,27-28). Estar bautizados e incorporados a la Iglesia es idéntico. Pero, así como Dios pone condiciones para entrar en la Iglesia, las pone también para permanecer en ella. Podemos resolverlas en dos:
1. aceptar todas las verdades predicadas por los apóstoles y
2. obedecer a la legítima autoridad por El establecida. Jesús dijo que el que no crea se condenará (Mc. 16, 16) y confió todo su rebaño a Pedro para que lo defienda y lo apaciente (Jn.21,15 ss)
Quedan por lo tanto fuera de la Iglesia: quiénes voluntaria y conscientemente niegan una verdad revelada por Cristo y propuesta por el Magisterio; quiénes niegan obediencia al Romano Pontífice, sucesor de Pedro; los excomulgados, ya que la Iglesia recibió el poder de alejar de sí los miembros que resistan sus órdenes (Mt.18, 17-18).
Los luteranos y calvinistas del siglo XVI enseñaron erróneamente que sólo los justos y predestinados son miembros de la Iglesia.
Jesús no concibió su Iglesia como una agrupación de justos y predestinados al paraíso, sino como una sociedad en la que viven justos buenos y malos (Mt. 13, 47-50), vírgenes necias y prudentes (25, 1-13), trigo y cizaña (13, 24 ss.). Precisamente por esto Jesús instituyó el sacramento de la penitencia para perdonar los pecados (Jn. 20, 23).
Los miembros imperfectos de la Iglesia son:
1. Los catecúmenos, que, aunque todavía no están incorporados a Cristo por el bautismo, tienen la explícita voluntad de recibir el sacramento, de aceptar las enseñanzas de la Iglesia y de obedecer a sus legítimos pastores.
2. Los bautizados que no poseen la integridad de la fe, que no aceptan lo que enseña la Iglesia, que no admiten la autoridad del Papa. Sin embargo, son muchos todavía los vínculos que los une a la Iglesia Católica: admiten la Escritura como norma de fe y conducta moral; tienen un bautismo válido y poseen también otros sacramentos como la confirmación y la eucaristía, y en el caso de los ortodoxos, los siete; tienen algunos el episcopado y veneran a la Virgen María, madre de Dios. Todo lo cual hace que el Espíritu Santo produzca en ellos, aunque de modo limitado frutos de santidad. Estos vínculos confieren un fundamento teológico sobre el que se apoya la actividad ecuménica que trata de evitar el escándalo de la división a cuantos sienten la llamada de Cristo.
3. Los no cristianos, especialmente el pueblo judío, que, aunque no aceptó a Cristo, fue depositario de las promesas mesiánicas y es descendiente de aquellos patriarcas de quiénes los cristianos son hijos espirituales. Por tener fe en el verdadero Dios y el hecho que un día, que sólo Dios sabe, aceptarán a Cristo, permite decir que los hebreos están también ordenados al pueblo de Dios.
4. Los paganos, que no han conocido jamás el Evangelio del Dios viviente, pero que lo buscan todavía siempre que intentan vivir en armonía con la ley natural grabada en su corazón y en la que, al menos implícitamente, reconocen la voz de Dios que desea que todos al conocimiento de la verdad (I Tim. 2, 4).
Así pues, el pueblo de Dios está dotado de un dinamismo particular y por su misma naturaleza es ecuménico y misionero. Ecuménico porque está llamado a convertir en miembros perfectos del pueblo de Dios a todos los que se adhieran a Cristo; misionero porque quiere llevar el Evangelio a todos los hombres invitándolos a entrar en la Iglesia para gozar la plenitud de la vida. Este dinamismo se prolongará hasta que no exista un solo infiel que sin culpa ignore el Evangelio.
Justamente puede llamarse este pueblo "familia de Dios" porque El la engendró, "templo de Dios" porque El lo habita, "rebaño de Dios" porque El lo gobierna, y especialmente "Cuerpo de Cristo" porque la vida que circula por el es la que Cristo le infundió. Es "IGLESIA", es decir, comunidad de elegidos.