Los niños aman el cuento porque en él encuentran la reconstrucción del orden. Ellos viven en un mundo al que perciben desordenado y con falta de armonía, y en el cuento todo se rehace.
La vida está llena de desafíos. Vivir es enfrentarse a continuos retos, y en el relato se suelen dar riesgos, situaciones perturbadoras y sucesos restituidores del orden. El cuento modula las actitudes y los sentimientos para interpretar al mundo y enfrentarlo desde ciertas ópticas.
Con frecuencia el malo es vencido o desenmascarado en los cuentos; el héroe es el más pequeño o el más débil; el ingenio y las actitudes afables son la clave del éxito para derotar al malvado; en las peores circunstancias siempre hay una salida; la fe y la esperanza son aliadas del héroe, frecuentemente éste tiene que conquistar un objeto para vencer al mal; a veces, un cambio de actitud y de reconocimiento de la verdad hacen tener éxito al protagonista. En el cuento siempre está presente la sorpresa.
El cuento, dice Vigosky (1996), “ayuda a explicar complejas relaciones prácticas; sus imágenes iluminan el problema vital y, lo que no podría hacer la fría prosa, lo hace el cuento con su lenguaje figurado y emocional”.
El ser humano nace y crece en una cultura determinada que le puede facilitar o dificultar el momento de superar una serie de retos. La cultura es un medio del que se vale el hombre para dar solución a sus problemas. Si la cultura está a favor del hombre, lo ayudará, sino, se volverá en contra de él.
El mejor relato es el que posee verosimilitud y no falsea la realidad, antes se acerca a ella. Un buen relato no da soluciones tramposas como las da del agente 007 que después de una fuerte pelea sale sin un rasguño y bien peinado. Eso es inverosímil.
Una de las virtudes favoritas de los cuentos es la generosidad. Podría resultar interesante efectuar un análisis de los límites del valor. El niño tiende a generalizar y a aplicar los juicios valorativos de manera absoluta; sin embargo, la generosidad -por ejemplo- tiene como límites la prudencia, la eficacia y la justicia.
Un buen relato tiene calidad: presenta el desafío y también su solución pero con realismo, y entonces da un modelo reconstructor. Dostoyewski presenta el apego a las apuestas y algunas consecuencias en El Jugador; Shakespeare presenta los celos, en Otelo, como elemento perturbador o de ambición. En La Divina Comedia, Dante nos muestra su visión del más allá. Si un cuento llega a presentar violencia, llega a sus raíces más profundas y ve qué la provocó; no la presenta como un elemento positivo o de placer.
Los grandes literatos se han hecho grandes preguntas: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué es el más allá?, ¿qué sentido tiene mi vida?...
Uno de los mejores cuentos, a mi modo de ver, es El hombre que perdió su sombra, de Adelbert Von Chamisso, escritor alemán del siglo XVIII. La maravillosa historia de Peter Schlemihl o el Hombre que perdió su sombra le hizo famoso en seguida. Es la historia de un hombre que cambia su sombra por el caudal de la fortuna, y queda, en consecuencia, solo e incapaz para el amor. Para Chamisso la sombra es la tradición, la cultura popular, las creencias, la fe. Perderlas es quedar sin patria. Lo único que un hombre puede hacer entonces, es dedicarse a la ciencia universal. Pero siempre la faltará algo: la raíz.