La conciencia actual, fermentada por ideas, experiencias y descubrimientos nuevos, ha comprobado lo frágil de muchos conocimientos anteriores, que los sustituyó con otros que modificaban profundamente la concepción referente a la persona, la sociedad, la autoridad, la relación entre los valores humanos y cristianos, y originó un proceso inevitable de crítica y reajuste. Tal proceso afecto también al celibato.
Dentro de una evolución histórica es lógico que el celibato aparezca con aspectos negativos que acaben por contraponerlo a su sentido más obvio y original. En este sentido, se podría afirmar que no existe crisis en el celibato sino de una o de algunas formas históricas en que se ha vivido.
La necesidad de una profunda renovación, decretada por el Vaticano II, afecta también a este punto importante, y aunque para muchos les resulte extraña y dolorosa, no por eso habrá de dejar de ser necesaria y fecunda. Sólo desde una mentalidad estática y autosuficiente puede rehuirse no tener en cuenta las críticas hechas sobre este punto concreto, perdiendo con ello la oportunidad de una purificación y progreso de la Iglesia.
El celibato no se refiere específica mente a la vida religiosa o a los presbíteros. El celibato es un estilo de vida, es una forma de vida cristiana que nos conduce a Dios y sobre todo a la construcción del Reino de Dios, promoviendo la fraternidad y la justicia entre los hombres; creando un contexto y proceso de liberación, luchando por el pecado. Solo así preocupándose por las cosas del Señor, el celibato cristiano adquiere su sentido en el tercer mundo.
El celibato de Jesús y el de sus seguidores es simple consecuencia de su dedicación al Reino y también búsqueda y anuncio de la vida futura del Reino. Una vida de amor universal. El celibato afirma el amor, no renuncia a él, apunta a hacerlo auténtico y universal al no condicionarlo por aquellos elementos masculino-femeninos mas particulares y absorbidos.
El célibe, al quedar libre de los lazos de una familia, lo hace, como Jesús, para servir directamente al Reino. Todo cristiano debe servir al Reino, pero en concreto, al partir de la sociedad en que vivimos, las enormes divisiones y oposiciones a instaurar un nuevo proyecto de convivencia. Los casados se encuentran bastante condicionados y detenidos, no por las deformaciones típicas de una familia burguesa, cerrada e individualista, sino porque a la hora de actuar en la transformación de la sociedad los golpes más duros amenazan con recaer sobre la propia familia.
El celibato no es un empobrecimiento ni una merma de lo humano, el celibato cristiano., varón o mujer, mantiene integra la masculinidad y la feminidad, no son impotentes por coacción o por hostilidad hacia la sexualidad, sino por exigencia y necesidad de amor.
Hoy, es claro, en el célibe una renuncia al ejercicio directo y propio de la sexualidad, como expresión de amor. Pero no por miedo, desprecio, represión o exigencia ascética, sino como consecuencia de un amor que no puede circunscribirse a los aspectos típicos y concretos del amor sexual.
Hoy estamos culturalmente condicionados, llegamos a creer con entera naturalidad que nuestra realización humana no puede hacerse bajo las exigencias represivas del amor, del compartir, y que nos resulta insoportable admitir que el amor no pasa necesariamente por la relación genital de los sexos. Ahí es donde celibato resulta novedoso, incitante y sugeridor de alternativas para una sociedad nueva: la castidad por el reino sólo tiene sentido en el contexto de una nueva comunidad humana, que es comunidad con Dios y recibe de ahí su novedad y de la que Jesús es para el cristiano el seguimiento de él, es el símbolo real y la garantía irrevocable.
Fr. FABRICIO ALEJANDRO MORENO JIMENEZ