El “caso Galileo” es un tópico usado frecuentemente. Muchos lo mencionan para ilustrar los errores de una mentalidad religiosa incapaz de reconocer los progresos de la ciencia. Nos dicen que en el siglo XVII la ciencia fue vencida por el oscurantismo. Sería ahora, en los últimos dos siglos, cuando la ciencia habría podido conquistar su autonomía propia, y así alcanzar progresos inimaginables en el pasado.
Sin embargo, en nombre de la misma ciencia habría que profundizar en el “caso Galileo” más allá de las frases hechas y de las falsas interpretaciones que se hacen del mismo. De este modo, descubriríamos que se habla mucho del proceso a Galileo y se conoce realmente poco el meollo de aquel famoso juicio del siglo XVII.
Para sorpresa de muchos, en el caso Galileo se da una paradoja singular: Galileo acertó como teólogo y se equivocó como científico. Los enemigos de Galileo, responsables en buena parte de su condena, acertaron por lo que se refiere al método científico, y se equivocaron como teólogos.
Vamos a explicar esta paradoja, reconocida por quienes han estudiado en profundidad el tema, pero desconocida para el gran público e, incluso, para no pocos estudiosos de la filosofía y de las ciencias.
Galileo acertó como teólogo. ¿Por qué? Porque se dio cuenta de que la Biblia cristiana no es un libro escrito para argumentar en cuestiones científicas. Reconoció, al mismo tiempo, que no sería posible que Biblia y ciencia dijesen cosas contrapuestas. Si en algún caso pareciese que ocurre eso, decía con acierto Galileo, habría que ver la manera correcta de interpretar la Biblia. Porque Dios no puede engañarnos, y de Dios viene tanto la Naturaleza (estudiada por la ciencia empírica) como la Revelación (contenida en la Biblia).
Galileo, sin embargo, se equivocó como científico. No porque adoptase una teoría más correcta, la copernicana. Sino porque prometió varias veces dar una prueba definitiva para el heliocentrismo... y nunca fue capaz de cumplir su promesa.
Un científico de verdad puede, es cierto, prometer una prueba. Pero mientras no sea capaz de conseguirla, debería limitarse a presentar su hipótesis como eso: hipótesis. Galileo, sin embargo, creía que el heliocentrismo estaba ya probado y que, por lo tanto, era una verdad inconfutable. Prometía, además, pruebas que nunca daba, y las que dio (por ejemplo, las mareas) no eran pruebas, como luego se demostró.
Hoy sabemos que la teoría heliocéntrica (y con correcciones importantes) sólo obtuvo su confirmación científica definitiva muchos años después de Galileo. Es cierto que el consenso hacia la teoría creció con el pasar de los años, pero la prueba decisiva fue dada sólo en la primera mitad del siglo XIX, por obra de Friedrich W. Bessel (1784-1846), al encontrar maneras concretas para medir el paralaje estelar (hacia el año 1838).
Por lo que acabamos de decir, Galileo no puede ser presentado como ejemplo de verdadero investigador, por los serios errores que cometió en cuanto científico, por formular promesas que no pudo cumplir, por dar como “definitivo” algo que tenía a su favor muchos datos y postulados pero no pruebas válidas de modo claro y comprobable por otros miembros de la comunidad científica.
Los enemigos de Galileo, en cambio, acertaron como científicos. Porque descubrieron que las pruebas que Galileo ofrecía eran insuficientes. Y porque le pidieron que tuviese la suficiente prudencia científica para presentar su punto de vista simplemente como hipótesis, y no como una verdad científicamente probada.
Pero algunos enemigos de Galileo se equivocaron como teólogos. ¿Cuál fue su error? Durante siglos la teología había convivido con una teoría científica de tipo geocéntrico, hasta el punto de acertar tal teoría como verdadera. En función de esta teoría, habían interpretado muchos pasajes de la Biblia, y creyeron que tales interpretaciones eran inamovibles.
Por lo mismo, cuando vieron que el geocentrismo era criticado por Copérnico primero y por Galileo después, creyeron que se estaba cuestionando también la interpretación bíblica dominante hasta ese momento.
En realidad, ninguna teoría científica debería ir en contra de la Biblia, precisamente porque la Biblia no es un libro de ciencias naturales, ni la interpretación bíblica debe estar sometida a las ideas dominantes en cada cultura o en cada momento de la historia de la Iglesia.
Muchos hablan del “caso Galileo” sin conocer estos aspectos de unos hechos históricos del pasado. Lo hacen, según creen, para defender el derecho a la verdad y la necesidad de un profundo sentido crítico, una actitud que debería ser propia del método científico.
Pero tomar el “caso Galileo” como una bandera sobre la que sólo se conocen vaguedades es contradictorio. Si algo nos enseñan Galileo y los eclesiásticos y científicos (que no fueron pocos) que a él se opusieron, es que antes de hablar conviene investigar bien los hechos e interpretarlos con serenidad y espíritu crítico, según los métodos propios de cada ámbito del saber.
Aprovechar los muchos y recientes estudios sobre el “caso Galileo” evitará el que se repitan, una y otra vez, juicios totalmente fuera de lugar sobre el mismo. Será, en cierto modo, la mejor manera de homenajear, en sus puntos buenos (que no fueron pocos), a Galileo Galilei y a algunos grandes hombres del pasado que a él se opusieron, evitando los errores que unos y otros cometieron.