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“El arte de quitar". Contra la soberbia:“Yo, pero no más yo”.

“El arte de quitar"

Contra la soberbia:“Yo, pero no más yo”.

1) Para pensar

Este tiempo pascual que estamos viviendo ha de incidir en cada uno de nosotros, nos debe llevar a renovar propósitos de conversión personal. Y una de las principales dificultades es el amor propio desordenado, o en una palabra, la soberbia. El Papa Benedicto XVI nos invita a combatirla a fin de que el propio yo no crezca desorbitado. Y nos da una fórmula: “Yo, pero no más yo”. Resulta desgraciadamente cierto, en muchas ocasiones, aquella frase de que el mejor negocio consistiría en comprar a un hombre en lo que vale y venderlo en lo que piensa que vale. Es común creernos más de lo que somos.

Para no ensoberbecernos, el padre Raniero Cantalamessa, que es el predicador de la Casa Pontificia, recordaba una anécdota ilustrativa. Decía que la santidad se parece a la escultura. Hace siglos, Leonardo da Vinci definió la escultura como «el arte de quitar». Pues mientras que las otras artes consisten en poner algo: por ejemplo, en la pintura se va poniendo color en el lienzo, en la arquitectura se pone piedra sobre piedra, o en la música se compone poniendo nota tras nota. En cambio, la escultura consiste en quitar: quitar los pedazos de mármol que están de más para que surja la figura que se tiene en la mente. También la perfección cristiana se obtiene así, quitando, haciendo caer los pedazos inútiles, esto es, los deseos, ambiciones, proyectos y tendencias carnales que nos dispersan por todas partes y no nos dejan acabar nada.

Un día, Miguel Ángel, paseando por un jardín de Florencia, vio, en una esquina, un bloque de mármol que asomaba desde debajo de la tierra, medio cubierto de hierba y barro. Se paró en seco, como si hubiera visto a alguien, y dirigiéndose a los amigos que estaban con él exclamó: «En ese bloque de mármol está encerrado un ángel; debo sacarlo fuera». Y armado de cincel empezó a trabajar aquel bloque hasta que surgió la figura de un bello ángel.

2) Para pensar  

El Papa nos invita a no dejar que nuestras miserias oculten el rostro de Cristo, sino al contrario, hay que irlas eliminando: “yo, pero no más yo: ésta es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el Bautismo, la fórmula de la resurrección en el tiempo. Yo, pero no más yo: si vivimos de este modo, transformamos el mundo” (Homilía en la Vigilia Pascual, 15-IV-2006). Debemos luchar para que nuestro yo no crezca demasiado.  

El tiempo pascual que estamos viviendo no debe ser una etapa más en la vida del cristiano, es decir, no es sólo como cambiar de mes o de fecha. La celebración de la Pascua nos debe hacer más concientes del hecho de que Cristo ha resucitado y vive. Ese acontecimiento de la Resurrección de Cristo tiene que ver con cada uno de nosotros, pues no es sólo un acontecimiento histórico, como podría ser cualquier evento pasado, sino que tiene una relación muy directa con cada uno de nosotros. Por ello el Santo Padre nos recordaba en una homilía un mensaje de alegría y esperanza: “La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado. A ella, es decir, al Señor resucitado, nos sujetamos, y sabemos que también Él nos sostiene firmemente cuando nuestras manos se debilitan”.

 Es una realidad muy consoladora saber que Cristo está con nosotros día a día y no solo eso, sino que estamos llamados a parecernos cada vez más a Él. En Cristo resucitado tenemos la fuerza para vencer nuestra soberbia y cualquier flaqueza. Puesto que Cristo vive, tenemos garantizada la victoria siempre y cuando no le dejemos.

3) Para vivir          

Tarea de todo cristiano es dejar vivir a Cristo en él, de tal manera que pudiéramos decir con San Pablo: “Vivo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Es una tarea difícil pero no imposible. El Señor espera nuestra lucha y Él, por su parte, como buen “escultor”, no deja de proporcionarnos la ayuda necesaria para que vaya surgiendo, en cada uno, el rostro amable de Cristo.

En la medida que luchemos, iremos dando testimonio real de la presencia de Cristo resucitado entre nosotros y de esa manera, como concluye el Papa, “transformamos el mundo”.