El año de la Eucaristía
No se cansa este Papa enfermo. No le ha detenido ni el peligro de la muerte. No le asustan las amenazas de algunos poderosos, ni las críticas de los críticos endémicos, ni la crisis de vocaciones, ni la falta de fe en tantas familias. No le paraliza esa enfermedad que no oculta en público, mientras suspira, gime, llena de dolor y de lucha cada palabra, cada gesto. No deja de proponer nuevos retos a un mundo, a una Iglesia, que camina fresca, entusiasta, en un milenio entre pañales.
Ahora nos invita a un año especial, un año sobre la Eucaristía, un año para mirar al centro: a Cristo presente, vivo, palpitante, entre sus fieles.
Un año que inicia con el congreso eucarístico de Guadalajara (10-17 de octubre de 2004) y que termina con el Sínodo de los obispos de la Iglesia católica en el otoño del año 2005. Un año que nos sirve para profundizar en el misterio de la Iglesia, que nace de la Eucaristía, que vive de la Eucaristía, que camina desde la presencia de Cristo hacia el encuentro, al final de los tiempos, con Cristo.
Juan Pablo II nos invita a buscar lo esencial: el amor de Dios, hecho presente en el misterio de Cristo. Un misterio (Nacimiento, Vida pública, Pasión, Muerte y Resurrección) que revivimos, en el que participamos, en cada misa. Un misterio que ilumina toda la jornada, toda la vida, según recuerda un himno de la Liturgia de las horas. Un misterio que explica mi identidad, mi ser cristiano, mi esperanza y mi amor.
Es un año el que podemos mirar de nuevo lo mucho que nos enseña la Iglesia sobre la Eucaristía. Un año para tomar en nuestras manos el documento del Concilio Vaticano II, “Sacrosanctum Concilium” (1963), sobre la liturgia. Para leer la encíclica de Pablo VI sobre la Eucaristía, “Mysterium fidei” (1965). Para estudiar el “Catecismo de la Iglesia católica” (1983) en aquellas partes sencillas y profundas que dedica a la Misa. Para acercarnos nuevamente a la Carta apostólica de Juan Pablo II sobre el domingo, “Dies domini” (1998), y a la última (por ahora) encíclica salida de sus manos, “Ecclesia de Eucharistia” (2003).
Es un año para convertir el domingo en el centro de nuestra vida, de nuestra identidad como cristianos. Así nos lo pidió el Papa en la Carta apostólica con la que entramos en el tercer milenio, “Novo Millenio Ineunte” (2001), en los nn. 35 y 36.
Es un año para mirar a Cristo eucaristía. Para mirarlo y para dejarnos mirar por Él. Para que su Amor cambie un poco nuestros corazones. Para que nos recuerde que sólo si el trigo cae en tierra y muere, como vemos en el Pan eucarístico, puede dar mucho fruto...