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El anhelo de un encuentro

Pensamientos de un ateo imaginados por un creyente que quisiera tener la suficiente fe como para poder ayudar a su hermano que no cree.

“Me dijiste que tal vez alguien me busca, o que busco a alguno.

No tengo miedo a declarar mi falta de fe. Simplemente, no creo. No soy de ningún credo, ni tengo religión, ni sé rezar, ni suspiro por reencontrar a los muertos.

No sé si sea culpa mía. No envidio a los que creen. Tal vez ellos viven en una seguridad que me es extraña, pues piensan en Dios, ángeles, demonios, cielos e infiernos.

Yo no creo en eso. Mi vida transcurre, entre la familia, mi esposa, mis hijos. Hay momentos de tensión, hay dolores que ponen algo de negro a la historia humana, hay llantos que no comprendo. Pero no tengo que acusar a un Dios por el mal del mundo, ni busco un salvador que baje entre las nubes.

Me basta con usar la ayuda de la técnica, de la ciencia. Mi “fe”, si fe puede llamarse, está en el hombre y en la mujer, en su inteligencia, en su voluntad, en su lucha por construir un mundo más justo, más fraterno. A veces, es verdad, la técnica se detiene, la ciencia confiesa su ignorancia. Pero hay que confiar en alguien: no puedo vivir en el vacío...

No creo en Dios. Sin embargo, me has dicho que Dios me busca. A mí, precisamente a mí, que no creo. ¿Será posible? ¿Habrá alguien que desee la cita entre un Dios misterioso y un pobre hombre ateo?

Me has dicho, incluso, que yo mismo anhelo ese encuentro. ¿Cómo puedo querer una cita con alguien que no conozco, que no acepto? ¿Cómo será posible avanzar hacia la fe cuando mi fe queda encerrada aquí, en lo que veo, en lo que toco, en lo que pesa y pasa?

Esta noche tiene una especial fragancia. Jazmines y silencios. Un búho que grita entre los árboles. El chisporroteo de algún leño que arde en el hogar. Las estrellas que brillan, que declaran una existencia que tuvieron y que seguramente han perdido, quizá hace milenios.

Me has dicho que me espera Dios. Bebo un poco de agua fresca y miro al cielo. Es extraño ese silencio, mientras el mar, a lo lejos, recoge mil reflejos.

Quizá soy yo quien espera algo de luz, un signo, un gesto. Quizá anhelo, a veces, sin saberlo, que ese Dios que no conozco exista, que hable, que nos diga su nombre, que nos explique nuestro ser más profundo, nuestras inquietudes, nuestros miedos.

Es extraño. No sé si creo. Me gustaría, eso sí, poder tener un poco de paz, un corazón bueno. Si Dios existe, le pediría, por ahora, solamente esto...”