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Él alimenta su espíritu con la oración

“Pues Él, a pesar del mucho trabajo apostólico, dedicaba mucho tiempo a la oración.”

“La oración es una renovación desde Dios. El alma sufre a veces una tensión continua, momentos de cansancio, vaciedad, tentación, a pesar de los anhelos de verdad, de lucha, de entrega. Hace falta claridad, fuerza, elevación. Y la serenidad brota de la oración; en contacto con Dios el alma se reconoce, siente más explícitamente la insuficiencia personal y penetra en lo sobrenatural, en el dominio de la gracia. Sin mí, no podéis hacer nada´. La convicción profunda de que Él llama, conoce la debilidad del hombre y ofrece su apoyo, disipa todas la dudas y tentaciones.”

En seguida salta a la vista el hecho de que Cristo oraba mucho. A veces el Evangelio dice genéricamente que “Jesús fue a la montaña a orar.” Otras veces narra el contexto de su oración. Éste siempre coincide con una decisión importante que debe tomar. Antes de escoger a sus apóstoles, Él pasó toda la noche en oración. Nos da a entender que la vocación de sus apóstoles nació de su oración. Esta idea se corrobora todavía más si tomamos en cuenta una petición de oración que hizo en otra ocasión: “La mies es mucha pero los obreros pocos. Rueguen al dueño de la mies que mande más obreros a su viña.”

En Getsemaní su oración fue más personal, pues pidió netamente por sí mismo: “Padre, si es posible que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la Tuya.” Tal vez nunca como en este momento Cristo hizo una oración tan transparente para nosotros. En primer lugar, Él se dirigió a Dios como Padre. Hizo su oración en un ambiente de total confianza en su Padre. No hay duda de que aquí está el eje de la oración de Cristo: todo se apoya en su filiación divina y gira en torno a su amor al Padre. Con razón nos dijo que cuando oráramos dijéramos: “Padre nuestro, que estás en los cielos...”

En segundo lugar, Él está totalmente disponible para cumplir la voluntad de su Padre. Él no trata de doblegar la voluntad de Dios a su propia voluntad. De nuevo vemos que coincide perfectamente con el espíritu de la oración dominical: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.”

En tercer lugar, es una oración sincera. Él no trata de esconder el miedo que tiene de cumplir la voluntad de Dios en su vida. Él se presenta delante del Padre como es: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz...” En la oración dominical nos invita a tener la misma sinceridad, pidiendo a Dios “nuestro pan de cada día” , que “no nos deje caer en la tentación” y que “nos libre del mal.” En la parábola del fariseo y el publicano Cristo alabó la sinceridad de este último: “Ten piedad de mí que soy un hombre pecador.”

Tal vez éstas sean las tres características principales de la oración de Cristo: confianza, disponibilidad y sinceridad. Podemos aprender mucho de Él para ir construyendo bien una vida de auténtica oración. Debemos tener una confianza inmensa en Dios, que nos ve, no como siervos, sino como hijos. Una vez una madre de familia me dijo que su hijo le mentía mucho y que no sabía qué hacer para ponerlo de nuevo en el camino sano de la veracidad. Yo le invité a revisar su relación con su hijo porque, le decía, si un hijo no confía en su propia madre, tal vez haya algo errado en su relación con ella. Ella tomó el consejo y descubrió que el hijo le veía como prepotente y lista a castigar; para defenderse de ella, mentía. Cultivó una actitud de confianza con su hijo y los buenos resultados no tardaron en producirse.

Nuestra oración debe ser perfecta como la de Cristo. Por eso, debemos pedir las cosas que más nos convengan según la mente de Dios. El rezar con esta actitud de “hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo” es la mejor. Una persona una vez pidió a Dios la gracia de sacarse la lotería; compró varios boletos, pero no tuvo éxito. Concluyó que Dios no había respondido a su oración, pero se equivocó, pues Dios sí respondió, aunque no como ella quería. La disponibilidad en la oración nace de la actitud de confianza que tenemos en Dios: si Él es Padre, va a darnos lo que nos conviene. Es muy importante tomar esto en cuenta al acudir a Dios en situaciones dramáticas: cuando pedimos por una persona muy enferma, por ejemplo, nuestra actitud filial nos lleva a abrirnos a la voluntad de Dios.

Cuando nos presentamos delante de Dios, debemos hacerlo como somos, con nuestros defectos y limitaciones. Por eso, nuestra oración debe ser sincera. Hay muchos testimonios de esto en el Evangelio. Pedro dijo a Jesús: “Señor, apártate de mí que soy un hombre pecador.” El buen ladrón mostró tener una sinceridad total al corregir a su colega que blasfemaba contra Jesús: “Éste nada ha hecho, pero nosotros recibimos lo que merecemos.” La sinceridad es una manera de alcanzar la gracia de Dios.