En su tercer capítulo, la carta encíclica “Caritas in veritate” se detiene más detenidamente en la noción de “gratuidad” como aspecto clave para replantear la vida del hombre y más concretamente su actividad económica. Si bien la “gratuidad” tiene hondas raíces dogmáticas (baste pensar en el contenido de la palabra “gracia” en la tradición cristiana), también goza de una dimensión claramente antropológica, anclada en la naturaleza humana que rebasa las fronteras de la fe, para convertirse en una noción de carácter interreligioso e intercultural.
“El ser humano está hecho para el don el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente” y esto en dos dimensiones fundamentales: necesita absolutamente acoger el “don” sin el cual es inviable; pensemos en los cuidados y atenciones que la persona necesita para llegar a la madurez desde que nace, o las atenciones que requiere un anciano o un enfermo. Sin embargo es en realidad una dimensión ordinaria de la vida: los regalos, el cariño, las atenciones, el respeto, son todas realidades que nos son ofrecidas, dadas, y que realmente necesitamos, produciendo su carencia patologías psicológicas y afectivas. En segundo término la persona se descubre a sí misma y se realiza dándose, sea en el ámbito conyugal, familiar, profesional o social; en cualquier caso, lo sano y lo natural supone salir de sí misma, aportar de lo que le es propio a los demás. Desde esta perspectiva no parece antropológicamente correcto, ni socialmente deseable el que las personas permanezcan cerradas dentro de sí.
La radicalidad del don en la vida humana muestra la “errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad”. Lo correcto es enfrentarse al mundo como a un don, acogerlo como algo recibido gratuitamente. De esa forma, la vida, la naturaleza, la salud, etc., son comprendidas y entendidas como dones que es necesario cuidar y preservar. No nos los hemos dado nosotros, nos han sido otorgados y por ello debemos protegerlos. Es en definitiva una consecuencia de la condición creatural del hombre. Incluso esta comprensión de la vida como un don ayuda a evitar cualquier sentido de culpa enfermizo o la zozobra por carecer de méritos: “Por su naturaleza, el don supera el mérito, su norma es sobreabundar. La verdad que, como la caridad es don, nos supera”. Estamos diseñados para la verdad y el amor, ambas nos son dadas.
Todo lo anterior no se queda en una simple reflexión teórica evanescente, contiene ricas virtualidades para la vida del sujeto y la sociedad. El Papa aterriza estas ideas recordando que “el ser empresario, antes de tener un significado profesional, tiene un significado humano”. No debe olvidar en consecuencia la dimensión de gratuidad y de don al plantear sus actividades. Empobrecería su vocación humana entendiéndola exclusivamente como una carrera para acumular riquezas, desentendiéndose del entorno y del conjunto de la actividad humana.
Si a nivel individuo no se debe prescindir del don y la gratuidad, menos aún a nivel global: “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente. Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral”. La economía si se absolutiza se envilece, necesita alimentarse de su dimensión ética, consecuencia de ser una actividad del hombre y para el hombre. El Pontífice enfatiza que “en la época de la globalización, la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad, que fomenta y extiende la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común en sus diversas instancias y agentes”.
Es necesaria una mayor madurez social por parte de los ciudadanos, porque la gratuidad y el don no son tarea del estado, sino de todos: “La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos; por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia”. No podemos vivir ajenos a las necesidades de los demás, o descargarlas sencillamente en el estado, quedándonos tranquilos con pagar impuestos y acudir a las urnas en las elecciones; ser ciudadano y ser cristiano exige mucho más, requiere la solicitud y el interés por cada individuo, el compromiso por el bien común en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades.