I. PRÓLOGO AL NACIMIENTO
Oriente, lejano, extraño e inquietante.
Son tus noches calladas,
son tus noches tan mágicas,
es tu luz enamorada,
es tu luz la dádiva,
oriente, casa de oración suplicante.
Anémonas, claveles,
narcisos, junquillos y azafranes;
y la flor naciendo en invierno
bajo la claridad de las estrellas,
del polen divino de estos lugares;
el Soplo eligiendo
el barro, la tierra.
Casa del pan, ayer Efrata la
fértil, patria de la Luz.
¡Arropas la cruz venida de lo alto!
Hija del Sinaí y cuna santa;
Belén, palacio de Luz,
palacio de la paradoja y el canto
de literatura de esperanzas
proféticamente pías.
En el horizonte a lontananza
quiebras mi corazón,
me muestras la cueva,
castillo del SER vuelto creación.
Sí, era esto lo que tú querías,
una hendidura en la roca, en la peña;
lógica en el absurdo
que jamás alcanzará la inteligencia,
que jamás ha comprendido el mundo.
Eres Verbo, Carne: HOMBRE;
recóndito conceptual
que mira las entrañas
de la significación.
Alimento del pobre,
sagrario de humildad,
fuente de quien emana
la virtud y el valor.
Jesús, José y María;
Familia, losa triangular que encaja
en la sublime contemplación
de la gran promesa que se hacía
obediencia, sacrificio y redención
y que del cielo baja
a mostrarnos el amor.
***
AL AMOR NACIENTE
En la inmensa quietud de una noche sigilosa
se transubstanció el amor en la rumorosa
figura del nuevo Adán de perfección suma.
La llegada despidió el tiempo, el tiempo se esfuma;
era el momento de la tan esperada plenitud
que fue profetizada por hombres en rectitud.
Un jubiloso suspiro con un deje de añoranza
indicó que el nacido habría paso a la esperanza.
Quedaban atrás ingentes fatigas padecidas,
la humildad y la obediencia eran ahora agradecidas
con el don de la niña sonrisa de eternidad.
Descansaba, el Verbo, en la buena noche de navidad.
El mutismo de un Belén arropado en sueño
cubría el triángulo familiar –hijos del mismo Dueño-.
Y así, bajo la bendita mirada del Supremo
en los corazones de José y María brotaba, interior, el primer Tantum ergo.
Antro envuelto en la fría palidez de un callado suceso
dio a entender al viento y las estrellas el exceso
del afecto con todas sus potencias y sentidos.
Quedo atrapado en el perenne latido
arrobador que había de partir la historia en dos.
El cariz se plugó de una cellisca que era voz
de los ángeles que esparcían con sus rumores puras
un canto a la euritmia humana que depura
el antiguo pecado post luego pronunciar bello
el Sanctus, Sanctus, Sanctus e irrumpir en el Gloria in excelsis Deo.
II. Y LOS TUYOS NO TE RECIBIERON
Haciéndolo a tu imagen y de barro corruptible,
amándole hasta el culmen con profundidad indecibl
Tú no le abandonaste y tanto le quisiste
que de tu seno bendito, del cual todo lo hiciste
decidiste redimirle con gran generosidad
mandando a la segunda persona de tu Trinidad.
Al alborear dadivoso de tu querer soberano
asociaste a tu creación y le tendiste la mano.
Y quisiste engendrarte en la nada y el todo
del sagrario femenino, puro y piadoso;
y despojarte enteramente aceptando ser hombre,
bajando a lo increíble quisiste conocer el hambre
de estas tus criaturas tan desorientadas
¡oh Dios Eras el Todo y conociste la nada!
Qué fuerza la del amor capaz de saltar barreras
qué conciencia salvar sin dejar alma prisionera.
Te hiciste como yo, Tú el artesano omnipotente
quisiste ser de barro y esto no cabe en mi mente.
Un continuo sí retumbó en la eternidad fulgente
por amor bajabas, por amor, ¡gran amor conciente!
Barro te hiciste para hablarme con boca humana.
Barro te hiciste para tocarme cada mañana.
Hombre, barro bendito con corazón magnánimo.
Ejemplo claro, dulce consuelo, aliento y ánimo.
Viniste a los tuyos y no fuiste recibido
y con dolores hartos y cansancios padecidos
amaste, sólo supiste amar lo decidido,
eras decisión divina y querer obedecido.
Fe heredaste junto a un actuar coherente
Generoso mi alma compraste siendo yo carente.
***
NO TE RECIBIERON
Tú mi Dios
te hiciste por amor
lo que yo
con mi sola razón
no entiendo.
Te hiciste carne,
te hiciste siervo,
te hiciste pan y vino...
En tu elección, Padre Santo,
no te importó tu esencia
de Ser único por excelencia.
Te diste entero,
te diste amando,
te diste redimiendo.
No existió jamás la duda
al momento de dar el sí eterno.
Y fuiste humildad
y fuiste obediencia,
fuiste presencia
pero los tuyos no te recibieron.
Todo cupiste
en las pequeñas carnes
de un niño santo,
hijo de santos padres.
No te importó
ver llorar a tu madre,
la gracia plena,
la plena pureza,
que te llevó en su vientre,
tabernáculo de luz inmaculado.
Era la escena
una escena de pobreza;
una lección,
predilección
de tu aprecio por lo pequeño.
Fue tu venida un nacimiento
de los más elemental
demostrando con tu obrar
la altura del anonadamiento
que acontecía con tu llegar.
Ese venir
que partió la historia en dos,
en un antes y un después
pasó...
Apenas si algún pastor lo percibió...
***
AL NIÑO
Hecho dependencia en dimensión
fue tu risa la conformidad
que aceptaba la humildad
de ser así Hombre y Dios.
Fue tu sí definitivo
otro misterio de libertad
en tu grande magnanimidad
cabía cualquier motivo.
Viniste a mí sin ser preciso
pequeño Dios necesitante.
Miro la escena Dios amante
lo hecho por mí pues Él me quiso.
Mi niño “panis involutum”
por qué haces esto, responde...
- “Yo digo Ego sum Verbum,
ahora también corresponde”.
III. LIBRE CANCIÓN ESPERANZADA
Dios naciendo una y otra vez cada año,
cada momento;
en el macilento y en el novel pueril;
naciendo el infausto óbito,
en el páramo y en la pungente necesidad de Él.
Dios naciendo en la pedigüeña oración,
en el ribazo de éxitos y fracasos;
en los belenes engalanados
y en los belenes paupérrimos.
Dios a una vez,
Dios en un son,
Dios mismo en la transformación
Del Hoc est corpus meum.
Y nosotros,
sin ser diciembres,
estamos continuamente necesitados.
Dios brotando,
germinando lento
en cada paso,
en cada latido
del AMOR
a veces divino
y siempre humano.