¡Exijo mis derechos! ¡Tengo mis derechos! ¡Respeten mis derechos! Bien, muy bien. En una sociedad que empieza a salir de la etapa predemocrática, no solo es de esperarse que esas frases se escuchen con frecuencia, sino que es sano y bueno que todos los ciudadanos estemos muy pendientes de cuales son nuestros derechos y si se están respetando como debe ser. Por otro lado, no escucha uno frases como: ¡Respete mis deberes! ¡No interfieran con mis deberes! ¡No estorbe el cumplimiento de mis deberes! Desde luego parece que, como sociedad, estamos mucho más conscientes de nuestros derechos que de nuestros deberes.
¿Porqué esta reflexión? Bueno, en parte por las noticias que han salido en periódicos nacionales sobre el lío que se armó por el intento de las autoridades del Distrito Federal de hacer uso del llamado “alcoholímetro” para prevenir accidentes. Si, estoy consciente de que aún la mejor medida puede ser mal aplicada y también de que El fin no justifica los medios”. Bastantes litros de tinta se han derramado y, seguramente, se seguirán derramando sobre el tema. Y, por lo pronto, hubo ya un partido político que está apostando a que le será muy rentable políticamente el apoyar a los que se sienten amenazados por estas medidas. Y que no nos vengan con que es por amor a nuestras libertades; bien callados estaban cuando otras libertades más fundamentales eran vulneradas.
Oímos a muchos diciendo cosas como: Trabajo fuerte, cumplo con mi familia, atiendo a mis clientes. ¡Caramba! Tengo derecho a una copita de vez en cuando. Independientemente de que sea una (o más) y si de veras es copita (o copota) el tema es si ese derecho (si es que lo es; que yo sepa la Constitución no lo consagra) no lleva correlativo el deber de no manejar con una cantidad tal de alcohol en la sangre que haga que yo pierda los reflejos y me ponga en condición de dañar a otros. Porque, creo yo, no tenemos derecho a apachurrar al prójimo; vamos, ni siquiera tenemos el derecho a pegarle un buen susto.
Pero el tema es mucho más general. La sociedad solo se construye cuando todos estamos muy conscientes de nuestros deberes y nuestros derechos. Solo si tenemos siempre presente que no somos los únicos en tener derechos, sino que todos los demás los tienen también; si tenemos claro que nuestros derechos terminan donde empiezan los derechos de otros y, además, que la colectividad tiene también derechos.
¿Tomar o no tomar? ¿Medir o no medir? No, el dilema no es ese. El verdadero dilema es el de aceptar o no que nuestros derechos no son ilimitados, que a cada derecho corresponde algún deber y que no somos los únicos en tener derechos. Solo de esa manera, basándonos en estos valores, se construye una sociedad fuerte y sana.