Conocer el misterio de la vida humana es el camino necesario -¿no será el único?- para amarla y defenderla. Es seguro que quienes destruyen fríamente la vida humana, desconocen lo que hacen... Se aplica aquí el principio que sellaron los primeros cristianos, “dejan de ignorar, dejan de odiar”.
Por eso llena de esperanza la prolongada y cordial entrevista del presidente Obama con el papa Benedicto XVI en el despacho de éste el reciente 10 de julio. El Presidente -hasta ahora otro triste promotor del aborto- prometió un cambio en su actitud y la de su gobierno ante la vida humana naciente.
Se llevó consigo -como niño con zapatos nuevos- el regalo de un ejemplar de la encíclica Cáritas in veritate para leerla en su viaje de regreso a América. ¿No le interesaría al lector descubrir algunos lugares donde la Cáritas in veritate afronta los problemas actuales sobre la vida humana amenazada?
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Tras diagnosticar la actual mentalidad antinatalista, Benedicto XVI señala que algunos “difunden el aborto, promoviendo a veces en los países pobres la adopción de la práctica de la esterilización, incluso en mujeres a quienes no se pide su consentimiento. Por añadidura, existe la sospecha fundada de que, en ocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan a determinadas políticas sanitarias que implican de hecho la imposición de un fuerte control de la natalidad”.
Pero la verdad es que: “Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre” (n. 28 de la encíclica).
“La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de reemplazo generacional», pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir para las necesidades de la nación. Además, las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral” (n. 44).
Como respuesta a la presión de las organizaciones y países que promueven la mentalidad antivida, el Papa propone la necesidad de reconocer que el auténtico desarrollo surge en las culturas que defienden la vida. “La acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca. Fomentando la apertura a la vida, los pueblos ricos pueden comprender mejor las necesidades de los que son pobres, evitar el empleo de ingentes recursos económicos e intelectuales para satisfacer deseos egoístas entre los propios ciudadanos, y promover, por el contrario, buenas actuaciones en la perspectiva de una producción moralmente sana y solidaria, en el respeto del derecho fundamental de cada pueblo y cada persona a la vida” (volvemos a citar el n. 28).
Tal mentalidad ha de ser difundida claramente a través de programas educativos correctos y de acciones políticas orientadas a proteger a la familia:
“Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica -leemos en el n. 44-, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad, haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional”.
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La palabra “bioética” aparece de modo explícito en el n. 74, cuando Benedicto XVI afronta el tema de las nuevas tecnologías aplicadas al hombre. Tales tecnologías llevan consigo la necesidad paralela de una correcta comprensión sobre la naturaleza humana, desde una razón abierta al conocimiento de la verdad.
Nos encontramos, explica el Papa, ante dos alternativas que pugnan entre sí: “En la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Éste es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: Si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios. Los descubrimientos científicos en este campo y las posibilidades de una intervención técnica han crecido tanto que parecen imponer la elección entre estos dos tipos de razón: Una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un aut aut decisivo” (n. 74).
Ante este “aut aut decisivo”, Benedicto XVI subraya la importancia del diálogo entre la fe y la razón, para superar los peligros de una ciencia centrada en sí misma, ciega a los valores más profundos, incapaz de comprender la verdadera dignidad y las riquezas del hombre. Los peligros de una tecnología que no esté acompañada por una correcta antropología son enormes, y el Papa los hace patentes:
“Es aquí donde el absolutismo de la técnica encuentra su máxima expresión. En este tipo de cultura, la conciencia está llamada únicamente a tomar nota de una mera posibilidad técnica. Pero no han de minimizarse los escenarios inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevos y potentes instrumentos que la «cultura de la muerte» tiene a su disposición. A la plaga difusa, trágica, del aborto, podría añadirse en el futuro, aunque ya subrepticiamente in nuce [en el fondo], una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos” (n. 75).
“¿Quién puede calcular los efectos negativos sobre el desarrollo de esta mentalidad? ¿Cómo podemos extrañarnos de la indiferencia ante tantas situaciones humanas degradantes, si la indiferencia caracteriza nuestra actitud ante lo que es humano y lo que no lo es? Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano” (n. 75).
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La espléndida encíclica “Caritas in veritate”, que el presidente Obama llevó en sus manos al salir de la entrevista con Benedicto XVI, afronta y resuelve urgentes problemas bioéticos que han de ser estudiados sin miedo desde la verdad, única luz que lleva coherentemente a actuar con la fuerza humana del amor.