Todo recinto sagrado católico existe para reunir a los fieles en los actos de culto y la adoración comunitaria a la Santísima Trinidad. Por tratarse de lugares en los que Dios tiene su morada y los sacerdotes renuevan el sacrificio de Cristo en la cruz, la Iglesia ha dispuesto una liturgia solemne de dedicación para agradecer al Señor «porque en esta casa que nos has permitido edificar y en la que no cesas de favorecer a esta familia tuya que peregrina hacia ti, simbolizas el misterio de tu comunión con nosotros y admirablemente lo realizas».
Por otro lado, y en sintonía con una costumbre ancestral íntimamente ligada con la devoción popular, los recintos dedicados al culto suelen estar encomendados específicamente a una advocación de la Santísima Virgen, a un símbolo de la fe o a un santo, que interceden ante Dios para que la labor apostólica del recinto dé frutos abundantes.
La próxima dedicación de la Iglesia de San Josemaría en la Ciudad de México es ciertamente un motivo de alegría y acción de gracias que seguramente impulsará aún más la labor pastoral y de atención social que ya se desarrolla en esta iglesia desde hace meses. Como afirma una de las antífonas previstas para la ceremonia, la iglesia material es símbolo y recordatorio de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo: «Son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes. El santuario de Dios es sagrado y ustedes son ese santuario».
La misa de dedicación de una iglesia incluye:
Ritos iniciales. Se hacen en la forma acostumbrada, pero, en lugar del acto penitencial, el obispo bendice el agua y rocía con ella al pueblo y el nuevo altar.
Liturgia de la palabra. Puede constar de tres lecturas conforme a las rúbricas. Después de las lecturas, el obispo hace la homilía. Terminada la homilía, se dice el Credo. La oración universal o de los fieles se omite, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.
Oración de dedicación y unción del altar. La celebración de la eucaristía es el rito máximo y el único necesario para dedicar un altar; no obstante, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia se dice también una peculiar oración de dedicación.
Unción, incensación, revestimiento e iluminación. Expresan con signos visibles algo de aquella acción invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios, en especial la eucaristía.
• Unción del altar: En virtud de la unción con el crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.
• Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de los fieles llegan agradables y propiciatorias hasta el trono de Dios.
• El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma acción pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste y adorna festivamente. Ello significa claramente que es la mesa del Señor, a la cual todos los fieles se acercan alegres para nutrirse con el alimento celestial que es el cuerpo y la sangre de Cristo inmolado.
• La iluminación del altar nos advierte que Cristo es la «luz para alumbrar a las naciones», con cuya claridad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana.
Una vez preparado el altar, el obispo celebra la Eucaristía, que es la parte principal y más antigua del rito.
La celebración eucarística se relaciona íntimamente con él. Con la celebración del sacrificio eucarístico se alcanza y se manifiesta el fin para el cual el altar ha sido construido.