La moda de declarar “matrimonio” a la unión entre personas del mismo sexo, ha desatado un debate mundial, pues no es iniciativa local la que ha promovido esto, sino que lo mismo está en los Estados Unidos, en la Unión Europea y América del Sur. En uno y otro continente hay sorpresa por esta acción concertada que echa por la borda a toda la tradición humana, a una institución conforme a la naturaleza de los sexos y cuya razón de ser se encuentra de manera simultánea e interdependiente, en la procreación producto del amor entre los esposos, que mediante esta unión logran su perfección.
Hoy existe una tendencia nominalista que menosprecia la naturaleza de las cosas y cree que con simplemente bautizarlas, dejan de ser lo que eran para asumir una nueva esencia. Las cosas no son tan fáciles. Matrimonio viene del latín y según expertos está formado por dos palabras: "matris" y "munio". La primera significa "madre" y la segunda, "defensa". El matrimonio es la defensa, el amparo, la protección de la mujer que es madre a su prole, el mayor y más sublime oficio humano.
Los romanos reconocían el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Después, algunos de ellos se divertían con efebos que tenían el disfrute, los placeres, el libertinaje. Con la esposa se tenían hijos y se formaba una familia.
El diccionario de la lengua Española, de la Real Academia, define con claridad que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Y no porque se le ponga ese nombre a otro tipo de relación, ya adquiere sus notas características, su esencia. No se pueden confundir las peras con manzanas por un mero capricho, aunque sea legislativo.
Que las personas pueden hacer de su vida lo que quieran, así es. Son libres y están llamados a tomar decisiones responsables. Pero su libertad no los autoriza a tomar por asalto una institución natural que, a su vez, es una institución social de la que depende la preservación de la especie y el orden natural de las cosas. Para nuevos inventos, nuevos nombres. Ya se han creado las llamadas “sociedades de convivencia”, cambiar de nombre no hace fecunda una unión de por sí estéril. ¿Por qué, entonces, pretender ser lo que no son? La única explicación posible es que se trata de herir, porque no se puede matar, una institución natural como es el matrimonio, punto de partida para la formación de la familia.
Como del matrimonio y la familia depende el orden y desarrollo social, al Estado le toca protegerlos, desarrollarlos y encauzarlos para el cumplimiento de sus fines, de allí se desprende el porqué, a la vez que el matrimonio es un asunto entre particulares, previo a la constitución y organización del Estado, cuando éste aparece, se justifica que sea visto, también, como una institución pública cuya realidad es preexistente, pero cuya conveniencia y necesidad social reclama esa cobertura estatal que la reconoce como un bien social. Pero no es el Estado quien la inventa ni quien tiene facultad alguna para modificarla, transformarla, corromperla o destruirla.
Los estados modernos se han sobrepasado en facultades y pretensiones sobre la naturaleza del matrimonio y han herido a esta institución, en lugar de protegerla, como era su obligación. Ahora la familia, que lo seguirá siendo, tendrá que ser mejor, a pesar de los obstáculos, para distinguirse de copias falsas o caricaturas. Así es el devenir humano.
Bien opinan quienes han observado la tendencia voluntarista de los legisladores para inventar cosas, que no lo hacen por ser juristas –y lo mismo podría decirse de quienes aún teniendo títulos de abogados los convalidan-, sino porque son políticos y quieren congraciarse con grupos minoritarios que so pretexto de supuestas igualdades o libertades, rompen barreras. Al rato, y con los mismos argumentos, nos encontraremos a esos legisladores acosados por hermanos que quieren casarse entre sí, o padres con los hijos. ¿Acaso no serían válidos los mismos argumentos que se han esgrimido a favor de la unión de hombres con hombres y mujeres con mujeres?
Miren bien quienes quieren hacer justicia, si están dando a cada cual lo que le corresponde, o si están quitando a unos para darles lo no debido, lo no suyo, a otros. Hacerlo y convalidarlo, es una injusticia.