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Cuando vale la pena todo riesgo

Cuando vale la pena todo riesgo

Arriesgarse es parte de la misma vida. Todo lo que hacemos va acompañado de algún peligro, desgaste y cansancio. Aunque parezca grande o pequeño. Perdemos algo porque, en el fondo, creemos que estamos conquistando nuevas metas.

Es verdad que no muere de accidente quien se encierra tranquilo en su casa, sin moverse. Pero sufre un desgaste distinto, tal vez inconsciente, entre sus células, en su corazón, en su mente. Su inactividad no es riqueza, sino empobrecimiento. Su egoísmo no conserva nada. El tiempo pasa y no perdona. El desgaste es la ley de la existencia.

También amar es arriesgar. A veces se pierde, otras veces se gana. No amar es perder siempre, aunque imaginemos que “conservamos” nuestro tiempo o nuestras cualidades.

La vida es un continuo juego de energías. Algunos buscan no perder eso poco que creen sujetar entre sus manos. De ese modo cierran mil posibilidades de opción, de crecimiento, de entrega. Sólo cuando rompamos nuestro egoísmo, cuando empecemos a dar eso que somos, comenzaremos a ser plenamente, a escribir páginas de amor que duran siempre.

El que da, crece, se enriquece. Es más el que más ama. Es mejor el que rompe sus fronteras. Es bueno el que sabe dejar de lado el placer de una tarde de descanso para ir a visitar a aquel amigo enfermo. Es noble el que no teme perder su fama para defender al amigo despedido injustamente o para proteger la unidad del matrimonio y la familia.

Sólo queda lo que amamos. Se puede vivir 80 años sin sentido. Se puede morir con 30 años, después de una vida breve, intensa, llena de amor y de grandeza. Lo que importa es no dejarse llevar por la corriente, sino sembrar entregas que duran lo que dura el amor: eternamente.

Arriesgarse es bello si la esperanza es grande. La muerte no es derrota destructiva. Para el que ama, es el paso seguro, sereno, hacia el lugar donde el amor asume el riesgo, donde el darse nos llena de consuelos, donde el vivir es acoger a un Dios que ama y pide amor sin cálculo ni cobardía. Entonces, sí, vale la pena todo riesgo...