Cristo Viene a Cumplir la Voluntad del Padre
Conforme se acerca el 24 de Diciembre, las situaciones exteriores van haciéndose recargadas, con más bienes y preocupaciones de tipo material. En contraste con esta riqueza superficial que vemos a nuestro alrededor, la Iglesia, en el Adviento, nos insiste en que la pobreza espiritual es el verdadero camino de acercamiento al Señor. Y la Iglesia lo hace para que no olvidemos que quien construye la Navidad en nuestro corazón no es sólo el esfuerzo, sino la espera de Dios, la actitud que tenemos de cara a Él.
La Escritura nos habla de dos ciudades: Una es la ciudad fuerte, a la que ha puesto el Señor murallas y baluartes para salvarla. Y la otra, la ciudad excelsa, a la que Dios humilló. Tendríamos que preguntarnos si cada uno de nosotros es como la primera ciudad: la que Dios construye, a la que el Señor para salvarla le pone murallas y baluartes. Porque una de dos: o permitimos que Dios nuestro Señor construya esta ciudad en nuestro corazón o, tristemente, vamos a acabar como la ciudad que no estaba construida sobre Dios: la ciudad excelsa, a la que Dios humilló, a la que arrojó hasta el polvo.
Este tema de las dos ciudades: la ciudad que Dios construye —en la cual vive el pueblo justo que se mantiene fiel, el de ánimo firme para conservar la paz porque en Él confía—, y la ciudad soberbia —que se cree excelsa porque está en la altura, porque está protegida—, en el fondo representa dos almas o dos modos de enfrentarse con la vida. La primera, representa a quien se pone del lado de Dios; y la segunda, a quien se pone del lado de las prerrogativas, de los comportamientos humanos.
Adviento es un tiempo en el que, una y otra vez, todo esto tiene que ir resonando en nuestro espíritu. La preparación de la Navidad debe ser un momento en el que vamos quitando de nuestra alma y dejando de lado todo aquello que son simples confianzas y seguridades humanas, para así poder alcanzar las grandes certezas de tipo sobrenatural.
El Evangelio nos repite esta misma idea desde otro punto de vista. Dice el Evangelio: “Jesús dijo a sus discípulos: No todo el que dice: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos”. Cuántas veces nos puede suceder lo que les pasaba a los judíos, que pensaban que con repetir una oración varias veces al día tenían la salvación asegurada. Sin embargo, Jesucristo les dice a los judíos que la salvación no se obtiene con nuestras seguridades o con nuestras certezas, sino que para salvarnos es necesario ponernos en manos de Dios y hacer lo que el Señor nos va pidiendo.
¿Por qué en nuestras vidas hay situaciones que nos mueven de una forma tan violenta? ¿Por qué hay momentos en los que sentimos que todo se tambalea, que todo se cae, que todo se viene abajo? En el fondo, es porque no somos la ciudad que confía en Dios, sino que con frecuencia somos la ciudad que está en la altura, y que tarde o temprano, acaba siendo humillada y pisada por los pies de los pobres, de los humildes. No hay otro camino, o vamos por el camino de Dios Nuestro Señor en un esfuerzo constante de cercanía, de apoyo, de total confianza en Él, o tarde o temprano todos nuestros «castillitos» acaban cayéndose uno detrás de otro.
¿En qué podemos fincarnos, enraizarnos? Para nosotros, la voluntad de Dios está manifestada en Cristo: “la casa sobre la roca”, sobre la cual van a venir lluvias, vientos y sin embargo no se va a mover. ¿Cómo podemos lograr que nuestra vida sea la casa sobre la roca? Todo el día está lleno de esos momentos: la oración, la vida sacramental, las situaciones en las que podemos dar testimonio cristiano, pero sobre todo, están los momentos en los que podemos llegar a serenar nuestra alma en Nuestro Señor.
Yo les invito a que en este Adviento reflexionemos seriamente que, para no trabajar en vano, es necesario tener puesta nuestra alma en Dios; es necesario edificar la casa sobre la Roca, ser la ciudad que confía y se afianza en el Señor.
Isaías: 26, 1-6
San Mateo: 7, 21-14,27