¿A qué llamamos Medio Oriente y por qué? ¿Qué es el Código de Derecho Canónico Oriental? ¿Y qué es el actual Sínodo de Obispos católicos para Oriente Medio que se celebra en Roma? Si al lector le interesa alguno de estos planteamientos lo invito a asomarse hoy a la columna La voz del Papa.
El Oriente Medio incluye: Bahréin, Egipto, Irán, Iraq, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Qatar, Arabia Saudí, Sudán, Somalia, Siria, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos, Yemen y los territorios de la Autoridad Nacional Palestina (la Franja de Gaza y parte de Cisjordania). Libia, Túnez y Argelia, pueden ser consideradas parte del Oriente Medio. Somalia y Pakistán también son consideradas del “Gran Oriente Medio”. Otros países que ocasionalmente se incluyen son los de la región del Cáucaso (Azerbaiyán, Armenia y Georgia), Chipre y el Magreb.
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Además del propio Código de Derecho Canónico existe en la Iglesia católica el Código de Derecho Canónico Oriental que, promulgado en 1990, contiene la ordenación jurídica común a las 23 Iglesias de la Iglesia católica integrada en las cinco grandes tradiciones orientales -alejandrina, antioquena, armenia, caldea y bizantina-, y establece la plena igualdad entre todas las Iglesias de Oriente y de Occidente.
Este vigésimo aniversario, Benedicto XVI lo considera una ocasión para “ver en qué medida el Código ha tenido efectivamente fuerza de ley para todas las Iglesias orientales y cómo ha sido traducido en la actividad de la vida cotidiana (…), teniendo presentes las tradiciones de su propio rito, como también las disposiciones del Concilio Vaticano II”.
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También relacionado con Oriente, el pasado domingo 10 de octubre se inició en Roma la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos con la Misa de apertura presidida por Benedicto XVI y concelebrada por los Padres sinodales de todo Oriente Medio.
Esta extraordinaria reunión sinodal, que dura dos semanas -dijo el Papa en la audiencia con los miles de peregrinos reunidos al mediodía en la Plaza de San Pedro-, ve reunidos en el Vaticano a los Pastores de la Iglesia que vive en la región medioriental, una realidad de lo más variada: en esas tierras, de hecho, la única Iglesia de Cristo se expresa en toda la riqueza de sus antiguas Tradiciones.
El tema sobre el que reflexionaremos es el siguiente: “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”. De hecho, en esos países, por desgracia marcados por profundas divisiones y heridos por largos conflictos, la Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de unidad y reconciliación, sobre el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, en la que “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4,32). Esta tarea es ardua, desde el momento en que los cristianos de Oriente Medio se encuentran a menudo soportando condiciones de vida difíciles, tanto a nivel personal como familiar y de comunidad. Pero ello no debe desanimarnos: es precisamente en ese contexto en el que resuena aún más necesario y urgente el perenne mensaje de Cristo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1,15).
En mi reciente visita a Chipre entregué el “Instrumento de Trabajo” de esta Asamblea sinodal; ahora que ésta ha comenzado, invito a todos a orar invocando de Dios una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo.
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El mes de octubre -añade el Papa en esta audiencia general- es llamado el mes del Rosario. Se trata, por así decirlo, de una “entonación espiritual” dada por la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María del Rosario, que se celebra el día 7. Somos por tanto invitados a dejarnos guiar por María en esta oración antigua y siempre nueva, que a Ella le es especialmente querida porque nos conduce directamente a Jesús, contemplado en sus misterios de salvación: gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. Tras las huellas del Venerable Juan Pablo II, quisiera recordar que el Rosario es oración bíblica, toda entretejida de Sagrada Escritura. Es oración del corazón, en la que la repetición del “Ave María” orienta el pensamiento y el afecto hacia Cristo, y por tanto se hace súplica confiada a la Madre suya y nuestra. Es oración que ayuda a meditar la Palabra de Dios y a asimilar la Comunión eucarística, según el modelo de María que custodiaba en su corazón todo lo que Jesús hacía y decía, y su misma presencia.