La modernidad ha exaltado la conciencia, descubriendo en ella el “sagrario del hombre”, el baluarte de su dignidad y la garantía de su libertad. El valor inconmensurable del individuo descansa en gran medida en su conciencia y ahí se percibe la grandeza de la persona humana y su libertad. Conciencia y libertad están mutuamente implicadas, cabe sin embargo la pregunta, ¿verdad y conciencia también lo están?
John Henry Newman, “cuya vida y obra podrían muy bien definirse como un único y gran comentario al problema de la conciencia”, ofrece una respuesta. Algunos de los que instrumentalizan la conciencia como parapeto para justificar cualquier decisión personal o postura ideológica, sustentando su validez exclusivamente en que se trata de una decisión personal, de un asunto de conciencia, les gusta citar una conocida frase suya: “si tuviera que hacer un brindis, primero brindaría por la conciencia, y solo después por el Papa”, manifestando así cómo la conciencia se emancipa incluso de lo más sagrado. Estas personas ignoran que el valor dado a la conciencia por Newman descansa en el vínculo de ésta con la verdad. No es la exaltación del subjetivismo y la anarquía, sino todo lo contrario, la sumisión a la verdad lo que otorga su grandeza a la conciencia y a través de ella al hombre, como ser que libremente puede adherirse a la verdad: “al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir obediencia con respecto a la verdad”.
Benedicto XVI lo ha recordado en el discurso dirigido a la Curia Romana el pasado 20 de diciembre. Para Newman la conciencia “significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer en los ámbitos decisivos de su existencia, religión y moral, una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre para reconocer la verdad, le impone al mismo tiempo el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentre. Conciencia es capacidad de verdad y obediencia en relación con la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia, no un camino de la subjetividad que se afirma, sino, por el contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría”.
Los grandes hombres –y los santos lo son- consiguen unir sintética y sencillamente lo que el común de los mortales solemos separar. Newman en la conciencia es capaz de unir libertad personal y verdad, como realidades que se reclaman. La grandeza del hombre estriba en que libremente puede adherirse a la verdad descubierta por su conciencia. Ahí reside en gran medida la “modernidad” del nuevo beato, el mensaje que puede transmitir al hombre de hoy: liberar a la conciencia de subjetivismos y justificaciones estériles, orientándola a la verdad.
Los grandes santos y los grandes hombres con frecuencia llegan a conclusiones semejantes, mostrando poseer un profundo parentesco espiritual. El valor liberador de la verdad en la conciencia de Newman, es análogo a una formulación sintética de otro gran hombre y santo de nuestro tiempo: Josemaría Escrivá. Él se consideraba un gran defensor de la “libertad de las conciencias” y en consecuencia de la libertad. Afirmaba que defendería incluso a la persona equivocada si ésta sufriera cualquier vejación por causas de conciencia. Simultáneamente rechazaba –en apariencia contradictoriamente- la “libertad de conciencia” entendida precisamente como emancipación de la verdad.
La conciencia es el lugar del encuentro del hombre con la verdad, ahí radica su valor y el deber de defenderla, incluso en el caso del que se equivoca: nunca se puede hacer violencia a la conciencia. Pero la conciencia obliga a buscar y adherirse a la verdad, no la crea, sino que da testimonio de ella, lo contrario es un abuso (la libertad de conciencia, como independencia de la verdad o creación de verdad). Ahí Newman y Escrivá coinciden: el valor de la conciencia está en que ella permite una libre adhesión a la verdad, no se pueden eliminar ninguno de sus extremos: si quito la libertad violento a la conciencia, si prescindo de la verdad, la vacío de contenido.