En el no abundante léxico usado en el mundo juvenil y relaciones, hay un vocablo casi desterrado de su argot y que parece les infunde miedo. Es la palabra compromiso, por lo que éste encierra de estabilidad, fijeza y continuidad.
Nada con más interés y decisión desean casi todos los jóvenes que la libertad. Ser libres como el viento, los pájaros y el mar. Libertad sí, toda y para cada momento de sus vidas, sin cortapisas, barreras y nada que les ate de por vida. Es un ideal bonito, pero que casi siempre se estrella con la dura realidad.
Libertad y responsabilidad; libertad y compromiso, son términos que han de conjugarse juntos y a la vez, en la vida de la generalidad de los humanos. No pueden darse por separado, por más que algunos se empeñen. He aquí el verdadero problema y sufrimiento que amenaza a los adolescentes y a los jóvenes.
La natural inestabilidad en el mundo de sus afectos y sentimientos, tan cambiantes en esa edad, les hace probar amargas dosis de acidez de la esquiva felicidad, que creían tocar ya con sus manos. Y es que, desde que el mundo es mundo, el ansiado camino de la felicidad, tiene que pasar por el compromiso con otra u otras personas. Es ley de vida. Asumirlo con naturalidad, es prueba de madurez. Nada nuevo bajo el sol.