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Como un mendigo

 

Hoy me presento ante ti como un mendigo, sin nada que ofrecerte y con mucho que pedirte. No sé si mis palabras puedan agradarte. No sé, siquiera, si saldré de aquí mejor o peor que como he entrado en tu Casa abierta.

Pero necesitaba estar aquí un rato, simplemente, sin prisas. Sé que existo porque me sueñas, porque me amas, porque me esperas. Sé que sólo Tú puedes curar mis pecados, mi egoísmo, mi desconfianza, mis rabias. Sé que sólo Tú puedes limpiarme de tanto barro para vestirme con un traje de fiesta.

Mi vida, como bien sabes, está llena de llagas. Mi corazón no late con la ilusión de un joven enamorado. Pero los milagros son posibles: si un ciego pudo ver y un cojo caminar también yo puedo descubrir el camino para amar.

Aquí me tienes, mendigo, pobre, hambriento y, a veces, triste. Te miro y espero un poco de tu Pan, unas migajas de tu mesa. Deseo solamente tocar la orla de tu manto, escuchar tu Evangelio de esperanza. Te pido por tantos corazones, por tantas guerras, por tanto dolor, por tanta hambre, por tantos hogares, por tanta tristeza. Te pido paz, amor y alegría para este mundo y para esta ciudad llena de smog y de ruidos.

Llega la hora de partir. Salgo de tu Casa y sé que Tú vienes conmigo. Quisiera no olvidar este rato de oración, estos momentos pasados junto a Ti, Cristo Eucaristía. Quisiera caminar, por la calle, como un enamorado que volvió a ver a quien amaba. Quisiera vivir como un hijo y hermano que se sintió correspondido, que escuchó otra vez esta palabra de tus labios: “amigo”.

Estuve poco tiempo, lo sé. Me esperan en casa o en el trabajo. Mañana buscaré otro momento para venir junto al Sagrario, para estar un rato breve, intenso, como un mendigo a la puerta de tu Amor eterno.