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Como ríos desmadrados

Cuántas veces habremos contemplado escenas en las que se ven los desastres provocados por los ríos salidos de madre, arrasando lo que encuentran a su paso. Pues así suele suceder en la educación cuando los padres no tienen la suficiente fortaleza para encauzar a sus hijos.

En los últimos años se ha creído que educar es dar de comer, vestir y mandar a los hijos a una escuela. A los niños se les reprende cuando se pelean con sus hermanos por que sus gritos molestan a los papás, pero no se les enseña a querer y respetar a las personas por lo que valen, y a servirlas de forma habitual en la convivencia diaria. ¡Pocos hijos…, y tan egoístas y comodones como sus papás!

Un buen amigo me envió una presentación que dice: “En nuestro intento de ser los padres que quisimos tener, somos los últimos regañados por nuestros padres, y los primeros regañados por nuestros hijos. Los últimos que crecimos bajo el mando de nuestros padres, y los primeros que vivimos bajo el yugo de nuestros hijos…, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten… Son los hijos quienes ahora esperan el respeto de sus padres, entendiendo por esto que les respeten sus ideas, sus gustos, sus caprichos, sus formas de actuar y de vivir.

“Los hijos necesitan percibir que durante su niñez estamos a la cabeza de sus vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden mantener en pie y de guiarlos cuando no saben a dónde van. La debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos”.

Ayer, rebotando estas ideas con un grupo de señoras, una comentó: “Cuando digo un no claro y bien marcado nadie me protesta, pero si digo un no titubeante terminan consiguiendo lo que quieren”.

En definitiva, lo que más educa es el amor, pero el amor exigente; un amor vivido con prudencia y fortaleza, sabiendo imponer, pero no por mal humor, ni por impaciencia, y sin gritos. Ahora bien, si quienes deben guiar son egoístas, o abusan de su mando, o simplemente no se preocupan de la formación de sus hijos, por no querer complicarse la vida, tarde o temprano pagarán las consecuencias.

En la sociedad civil sucede lo mismo, y así, el momento que estamos viviendo refleja que nuestros graves problemas sociales se deben, en gran parte, a la falta de autoridad y, por supuesto, a una educación de ínfimo nivel. A la gente no se le ha educado en las virtudes, el respeto y la responsabilidad, pero sí se le ha enseñado a protestar y a burlarse de la autoridad.

Las aguas se están desbordando y cada día es más clara la necesidad de levantar muros de contención, reforzando la atención a la familia.