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Cochino misógino

Con motivo de mi artículo de la semana pasada titulado: “Bonitas, inmaduras y borrachas” recibí dos respetuosas reclamaciones de sendas damas a las que me permití contestar tratando de aclarar mis puntos de vista. ¡Qué grato resulta intercambiar opiniones cuando se usa la razón y la educación, el respeto y la apertura de mente! Desde estas líneas les agradezco a las dos sus comentarios.

He de aclarar que las dos señoras se esmeraron en un trato educado, pero al leer sus textos me sentí como un pobre y miserable misógino y, por lo tanto mientras leía sus cartas, sentí vergüenza de mí mismo.

Es cierto que me gusta ser claro y conciso cuando en mis pláticas a mujeres y en la dirección espiritual expongo mis opiniones, pero lo mismo hago con los hombres, con los adolescentes y la gente mayor, incluso con los niños, pues considero que la sinceridad es un estupendo medio para avanzar en cualquier proceso de mejoramiento personal. No cabe duda que a veces duele que nos hagan ver la verdad o, por lo menos, la forma en la cual otros nos ven. Pero, insisto, cuán provechosa resulta la claridad.

Si en mi artículo anterior escribí que “la degradación de una mujer puede traer consecuencias mucho peores que las de un hombre”, es porque estoy convencido de que la salud de la sociedad se fundamenta en las mujeres.

Algunas personas creen que para hablar bien de las mujeres hay que hablar mal de los hombres y viceversa, lo cual me parece absurdo. Por otra parte, en mis 58 años de edad no me he encontrado a dos mujeres iguales, ni a dos hombres iguales. Además al generalizar corremos el peligro de ser injustos.

Mark Twain dijo que “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda”, pues esto se aplica también a quienes escribimos en la prensa. Por ello cuando escribo me siento como si caminara sobre un campo minado sabiendo que siempre habrá quienes no estén de acuerdo conmigo. Aunque, por otra parte, soy tan libre de expones mis ideas como cualquier otro.

Todos habremos sufrido la experiencia del típico dolor agudo cuando rozamos un objeto con un dedo lastimado, ya que las heridas nos hacen hipersensibles. Pues lo mismo sucede al tocar tópicos clásicos como son: la religión, el feminismo, la adolescencia, el machismo, el divorcio y otros, en los que siempre, y en todas partes, nos encontraremos con personas que reaccionan con demasía, mientras a nosotros nos pueda parecer que están exagerando.

Amo la libertad -incluso aquella que me obliga a cumplir los compromisos que adquirí por que me dio la gana-. Y por mi amor a la libertad me encanta escribir sobre muchos temas, aunque siempre con la ilusión de no ofender a nadie. Ojalá algún día lo consiga.