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Caridad y cariño a los demás

Nunca se sabe lo que un niño va a decir: Al Leo Buscaglia, se le solicitó que fuera parte del jurado de un concurso. El propósito del concurso, era encontrar al niño más cariñoso. El ganador fue un niño de 4 años cuyo vecino era un anciano a quien recientemente se le había muerto la esposa. El niño, al ver al hombre sentado en una banca del patio y llorando, se metió al patio del anciano, se subió a su regazo y se sentó. Cuando su mamá le preguntó que le había dicho al vecino el pequeño niño le contestó:

─ "Nada, sólo le ayudé a llorar". 

La caridad no se refiere a sólo a cosas materiales; lo importante es dar a las personas la capacitación para que lleve las riendas de su vida. Se trata de ayudar a la persona entera –cuerpo y alma-, de allí la tremenda importancia de llevar a Dios a las personas. Dar a conocer las normas morales es incluso la obra de caridad prioritaria, dice Benedicto XVI (Dios y el mundo, p. 197). 

El argumento que se repite con frecuencia, desde la antigüedad hasta nuestros días, es: “O Dios puede vencer el mal y no quiere, y entonces no es padre; o quiere vencerlo pero no puede, y entonces no es todopoderoso”. A ese razonamiento respondemos: Dios quiere vencer el mal, puede vencerlo y lo vencerá. El mal físico y el mal moral. Pero ha elegido hacerlo de una manera que nosotros nunca nos habríamos imaginado. Dios ha elegido vencer el mal, no evitándolo, ni tampoco derrotándolo con su omnipotencia, sino cargando con él y transformándolo desde dentro en bien; transformando el odio en amor, la violencia en mansedumbre, la injusticia en justicia, la angustia en esperanza. Hizo lo que nos pide a nosotros que hagamos: “No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). 

Lewis dice que “resulta imposible amar a un ser humano demasiado. El desorden proviene de la falta de proporción entre ese amor natural y el Amor de Dios. Es la pequeñez de nuestro amor a Dios, no la magnitud de nuestro amor por el hombre, lo que constituye desordenado”. (Cfr. Los 4 amores) 

El Apóstol que tuvo más amor a Dios fue San Juan. Juan era puro, fiel, bueno; era el predilecto del Señor. Pero Jesús amó mucho a sus Doce Apóstoles, incluyendo a Judas.

Jesús tuvo más mérito al amar a Judas que al amar a los demás, porque lo hacía con el fin de cumplir cabalmente el propio deber, sin esperanza de tener recompensa, en cambio, su amor por los demás era ampliamente correspondido. 

¿Qué clase de amor tiene el que solamente por heroísmo de amor y deber hacia Dios y hacia el prójimo, continúa ocupándose y preocupándose de ayudar al hermano malvado, para tratar de hacerlo bueno y dar gloria al Señor? Es amor perfecto el que tiene. 

Esta es la clase de amorque todo cumple y todo perdona, todo lo supera; motivado por el afán de agradar a Dios. ¿No lo logra? ¿Sabe que no tendrá éxito? No importa, lo cumple igualmente. 

Este heroísmo del deber cumplido demuestra un amor purificado. Si no se amase a Dios, a alguien que se sabe que es delincuente no le podría amar. Jesús amaba con este amor sublime que colmaba su corazón sobre la Cruz , cuando imploraba por los que lo herían y por los que serían sus asesinos. 

Este es el amor que Dios quiere en nosotros para los que nos odian. Este amor que podemos dar a los enemigos de la Iglesia , los inconvertibles, obra milagros. En ocasiones, directamente en ellos, como sucedió entre Esteban protomártir y Saulo, amor que le obtuvo el encuentro de Saulo con Jesús en el camino de Damasco; este amor no se pierde, no se pierde ni una parte mínima de este fermento, de esta moneda, de este bálsamo, sin dar fruto. 

Cosechado por los ángeles, anotado por Dios, pasa a formar parte de los tesoros del Cielo y con esto sirve a misteriosas operaciones de Dios para conquistarle almas o para curarlas. 

El amor dado buscando la conversión de los pecadores puede quedar sin fruto en ellos por su voluntad perversa, sin embargo no se pierde, pasa a fecundar a otras almas, desconocidas para nosotros pero que serán conocidas en el Cielo. 

Una mística del siglo XV –Santa Catalina de Génova-le preguntó al Señor:

—¿Y Judas?

Jesús le contestó:

—¡Si supieras lo que hice yo por Judas...! 

Jesús dijo de la Magdalena : “Al que mucho ama mucho se le perdona”. También es cierto que el que perdona más demuestra que ama más. Dios espera que le amemos con todas nuestras fuerzas, aunque sean pocas o defectuosas. 

Jesús amó a Judas con amor absoluto, de Dios, aunque no ignoraba ni un repliegue de su tenebroso corazón. Lo amaba porque estaba escrito: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El mandamiento no hace excepciones. Se nos pide amar a todos sin excepción, a buenos y a malos. Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos, sin especificar si ese prójimo es dócil o rebelde, amoroso o aborrecible. 

Este amor indiscriminado por todos exige ejercitar la misericordia, la mansedumbre y la humildad. Nuestro modelo es Jesucristo. 

La oscura, la horrible figura de Judas nos recuerda que hay muchos Judas que pueblan la tierra y casi no existe un ser humano que no los haya encontrado en su caminar terreno. Con ellos y con todos hemos de ejercitar ese amor a semejanza de Jesús, nuestro Maestro. (Cfr. María Valtorta, Sabiduría divina, 14ª ed, 1994, pp. 189-192). 

Un escritor cristiano de los más leídos en el mundo anglosajón, Clive Staples Lewis, ha escrito una novela titulada Las cartas del diablo a su sobrino. El argumento es de lo más curioso. Un joven diablo se dedica en la tierra a seducir a un buen muchacho recién convertido, pero como le falta experiencia, se pone en contacto con su tío, el diablo Berlich, que desde los abismos le da instrucciones. Es un tratado sobre los vicios y virtudes, si se lee en sentido contrario. El autor nos traslada al infierno y nos hace escuchar los razonamientos del tío. Lo que los demonios no entienden es que Dios ame a unas criaturas tan miserables como los hombres. En la tierra, dicen, los hombres creen que la Trinidad u otras cosas, son los misterios más grandes; pero en realidad, vienen a decir los demonios, éste es el verdadero misterio.