Por fin se publicó la esperada encíclica sobre temas sociales de Benedicto XVI. Iba a salir a finales del año pasado, sin embargo la crisis económica mundial hizo necesario incidir más profundamente en algunos planteamientos. De nuevo el Papa sorprende por su capacidad de síntesis y su visión integradora de la realidad: apenas existe algún aspecto de la vida del hombre en sociedad que no sea tocado en esas breves pero intensas páginas. No pretendo hacer una síntesis exhaustiva, tan sólo invitar a su lectura.
Tal vez lo que más impacta del pensamiento papal es su visión de conjunto, la amplia perspectiva desde la que aborda los temas, de forma que evita cualquier peligro de superficialidad o de remedio fácil a los problemas globales. Es particularmente sutil su diagnóstico de la profunda relación, trinomio podríamos llamarle, entre técnica, ética y economía. La crisis económica actual tiene profundas raíces éticas y empuja a replantear el papel de la economía de mercado y de la función del estado al regular la misma. No se engaña buscando soluciones simplemente estructurales porque es consciente de que “el desarrollo es imposible sin hombres rectos”.
Es sugerente la idea que maneja del progreso, como vocación personal y de la Iglesia, que esconde a su vez una profunda confianza en el hombre y en Dios. No podemos como personas y como cristianos desentendernos del auténtico desarrollo, puesto que la salvación ofrecida por Jesucristo es una salvación integral, no una quimera abstracta. Por ello “todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis (ciudad)”. Los cristianos no deben eludir su responsabilidad de trabajar para construir una sociedad capaz de la justicia y la paz: “Ésta es la vía institucional -también política, podríamos decir- de la caridad. Es de desear que haya mayor atención y participación en la res publica por parte de los ciudadanos”.
Sin embargo tampoco podemos dejarnos engañar por señuelos del desarrollo, falsos desarrollos o auténticos subdesarrollos, atendida la integridad de la persona humana. “La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el verdadero desarrollo. Dicho desarrollo abarca tanto el plano natural como el sobrenatural”. Si reducimos el desarrollo a los aspectos técnicos o económicos, excluimos algunos aspectos fundamentales de la persona humana: “El auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”.
En este sentido Benedicto XVI se muestra audaz, llegando a afirmar que es necesario “ampliar el concepto de pobreza y de subdesarrollo a los problemas vinculados con la acogida de la vida”, porque “la apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica”, de forma que “la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo”. Es decir, tan subdesarrollados aparecen los países africanos en aspecto el técnico, como los europeos en el ético. Tal vez más acuciante sea la necesidad de los países supuestamente desarrollados, porque no se dan cuenta acabadamente de sus carencias morales.
En su afán de integrar los aspectos éticos y técnicos, Benedicto XVI observa que “la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones”. No podemos absolutizar la técnica, porque la convertimos en ideología y en una visión reductiva del hombre y la sociedad: “La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser”.
La corrección de la técnica y de la economía implica una comprensión integral del fenómeno de la globalización, que redunde en el verdadero bien del hombre: “El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto”. El Papa invita a aprovechar éticamente la globalización: no basta estar más cercanos, es necesario ser más hermanos; esto exige una renovación de la moral, que no debe reducirse exclusivamente al ámbito individual, sino que debe extenderse al social, manifestando como raíz esa capacidad humana originaria para darse. Benedicto XVI propone una ética individual y social del don, como respuesta a las crisis actuales; por eso es oportuna su propuesta, ya que “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad”.
P. Mario Arroyo
Doctores # 415, Col. Chapultepec
Culiacán, Sinaloa
C.P. 80040
Doctor en Filosofía por la Università della Santa Croce