Puede parecer una buena noticia: en California los laboratorios y los inversores se están dando cuenta de que los experimentos con células madre embrionarias no son útiles. Constatar este hecho hará que se invierta menos dinero para el uso y la destrucción de embriones en los laboratorios. Pero la noticia encierra un veneno que no puede permanecer oculto. Veamos por qué.
En el año 2004 un referéndum popular aprobó la “proposición 71”, con la cual se dio luz verde al uso de 3000 millones de dólares de dinero público para financiar experimentos sobre células madre, no sólo adultas, sino también embrionarias, en el Estado de California. Se esperaba alcanzar así importantes metas para la medicina, especialmente para curar o paliar en buena parte enfermedades degenerativas que provocan dolor y muerte en miles de personas.
Después de 5 años de investigaciones y de la destrucción de muchos embriones, los experimentos no han alcanzado los resultados esperados: las células madre embrionarias no parecen ser eficaces para conseguir terapias. Por lo mismo, no tiene sentido invertir tanto dinero en algo que no ofrece beneficios concretos.
Se espera, entonces, una fuerte disminución de experimentos sobre embriones, pues los inversores preferirán financiar proyectos con células madre adultas, ya que con ellas se han alcanzado mejores resultados y concretas promesas terapéuticas.
Pero no ha desaparecido la mentalidad que llevó un día a acometer, con mucho dinero, experimentos que han destruido tantas vidas humanas en sus primeras fases de existencia. ¿Qué mentalidad? La que piensa que la investigación puede destruir embriones si con ello se consiguen beneficios concretos para otros.
En otras palabras: los experimentos sobre embriones han sido promovidos desde una mentalidad utilitarista que buscaba alcanzar beneficios, y serán dejados de lado (esperamos) desde esa misma mentalidad utilitarista: simplemente porque los experimentos no parecen útiles.
El veneno, por lo tanto, sigue ahí. Es un veneno pernicioso, que decide sobre la vida y sobre la muerte de los más indefensos y pequeños seres humanos, en función de la utilidad que puedan tener. Si hay esperanza de lograr algo a base de destruir embriones, habrá laboratorios que buscarán más dinero y más apoyos para seguir adelante con las investigaciones. Si no hay esperanza, simplemente se buscarán otros caminos, esperamos que buenos, para descubrir terapias eficaces con células madre de adultos.
Es, ciertamente, motivo de alegría el que haya menos dinero destinado a destruir embriones. Pero es motivo de preocupación el que se haya llegado a tal decisión desde una mentalidad utilitarista que no valora a los embriones en sí mismos, sino según los beneficios que puedan ofrecer.
Sólo cuando reconozcamos que la vida de todo ser humano, desde la concepción hasta su muerte natural, vale por encima de los intereses de grupos de poder o de laboratorios sin escrúpulos, habremos dado un paso decisivo y concreto para proteger y tutelar la vida de los más pequeños e indefensos entre los seres humanos: los embriones.