¿Quién no ha escuchado a algún adolescente quien sincerándose y en tono triste haya dicho: “es que mis papás no me entienden”. Otros incluso llegan a decir: “es que la traen contra mí”, confesando que estas ideas hieren sus inteligencias y, sobre todo, sus corazones.
Toda vez que me encuentro con un caso así me resulta casi imposible suponer que los padres de estas criaturas no los amen; como tampoco, de entrada, pienso que sus hijos hayan dejado de querer a quienes les dieron la vida y tantas cosas más. Con esto quiero decir que no es un problema de falta de amor, sino de comprensión. Actitudes que, dicho sea de paso, deberían ir de la mano, pero que con frecuencia están divorciadas.
Allá por los inicios de los años cincuenta, se hizo célebre en nuestro país un conjunto musical llamado: Los Churumbeles de España que se afamaron con canciones como “Doce cascabeles”, y otra que decía: “En una casita muy vieja y muy blanca, camino del puerto de Santa María, habita una vieja muy buena y muy santa, muy buena y muy santa que es la madre mía. . .” Otra de sus canciones decía: “No te puedo querer, porque no sientes lo que yo siento, no te puedo querer, apártate de mi pensamiento”.
Como pueden ver, ya llegué a la edad de las reminiscencias, esto es, cuando uno se acuerda del pasado muy lejano, pero no se es capaz de recordar lo que se hizo ayer. Pues bien, ahora quisiera fijarme en la gran verdad expresada en estas últimas estrofas: “No te puedo querer porque no sientes lo que yo siento”, pues todos sabemos que el amor identifica las voluntades.
He aquí pues, la incógnita más importante: ¿Cómo explicar que si hay amor entre padres e hijos, no se dé la tan deseada identificación entre ellos? Me atrevería a contestar que la causa es que ese amor no es el amor que debería haber, pues en el proceso de la confección del amor de calidad, lo primero que debemos cuidar es el respeto a la persona, y sus circunstancias, lo segundo es la aceptación y valoración de las “cadaunadas” de cada uno, y en tercer lugar, la confianza. Como resultado de todo ello tendremos el pastel, al cual adornaremos con las cerezas del cariño.
Quisiera hacer referencia a un grave error producto del ambiente superficial en el que estamos inmersos, y que se manifiesta en el hecho de que muchos se van con la finta de los simples detalles, de forma que donde encuentran una cereza, piensan que hay pastel; o sea que cuando experimentan una probadita de cariño piensan que hay amor. El amor y el cariño deben ir juntos, pero no debemos confundirlos.
Este, para mí, es uno de los motivos por los que fracasan tantos matrimonios de quienes no están acostumbrados, ni dispuestos, al servicio sacrificado, silencioso y alegre hacia el ser amado, y solamente éste merece ser llamado “amor de calidad”. Cuánta razón encierran aquella otra canción de José José cuando afirma: “Porque todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar”. Les recomiendo que consigan esa grabación y la escuchen, setenta veces siete.
Pero volvamos a nuestro tema: Para poder exigir a un hijo -a una hija- que luche por crecer en las virtudes, vertiendo en ello sus mejores esfuerzos, es necesario caldear el trato con ese amor de calidad interesándonos por sus gustos en la música, en los deportes, en sus diversiones y en todo aquello que para él -para ella- es importante, pero con un interés auténtico, superando el miedo de sentirnos ridículos por ello, y demostrándoles la confianza que un ave pone en sus polluelos cuando los arriesga a salir del nido para que aprendan a volar.
No olvidemos que los muchachos no sólo tienen derecho, sino incluso obligación, a ser distintos de sus padres con todas sus consecuencias, y que sólo teniendo esto bien claro podremos entenderlos y amarlos como es debido. Piensen ustedes, por ejemplo, lo que ayudaría a sus hijos el hacerles esta pregunta: ¿Alguna vez has pensado que para mí eres muy importante? Muchas cosas cambiarían si algunos padres de familia dedicaran menos tiempo a conseguir dinero, para dedicarlo a ganarse la confianza de sus hijos respetando sus cadaunadas.