Pasar al contenido principal

Cada hombre, ¿es persona?

En debates sobre el aborto, la eutanasia, la medicina, la bioética, los “derechos de los animales”, algunos defienden que existe una diferencia entre dos conceptos: “hombre” y “persona”.

En otras palabras, según algunos autores, no todo ser humano, no todo miembro de nuestra especie, es persona. A la vez, podría ser que existan “personas” que no sean seres humanos (por ejemplo, algunas especies de orangutanes, o extraterrestres dotados de inteligencia).

Vamos a concretar esto con el ejemplo de dos profesores que enseñan bioética. El primero se llama Hugo Tristram Engelhardt, profesor de filosofía en la Rice University de Houston (Texas), y en el departamento de medicina del Baylor College of Medicine de Houston. Según Engelhardt, es posible establecer una escala para clasificar a los seres humanos según sean más o menos personas. ¿Cómo? Distinguiendo cinco niveles de “personeidad” (o de lejanía de la condición personal) entre los hombres.

Estos cinco niveles son los siguientes:

-Persona 1: cualquier agente moral, es decir, un individuo (humano o no humano) capaz de entender y de tomar decisiones morales, de establecer acuerdos o contratos, etc.

-Persona 2: atribución que reciben algunos (niños pequeños, por ejemplo) de cierta condición personal, de ciertos derechos, según un acuerdo establecido por las personas tipo 1, pero sin llegar a la plenitud propia del grupo anterior.

-Persona 3: individuos que reciben un cierto reconocimiento como “personas” porque lo fueron en el pasado, pero ya no lo son. Un ejemplo sería un familiar que ha sido persona 1 y que ahora sufre diversas formas de demencia.

-Persona 4: aquel que recibe un reconocimiento social sin que nunca haya sido persona 1 y sin poder desarrollarse jamás como persona 1. Este es el caso de niños y adultos que han nacido con formas graves de incapacidad mental y sin posibilidad de curación.

-Persona 5: individuos que reciben un cierto reconocimiento o respeto, pero que se encuentran totalmente imposibilitados a dar muestras de relación con quienes se encuentran a su lado. Un enfermo en estado vegetativo persistente sería “persona 5”.

Está claro que en esta clasificación son plenamente personas sólo los individuos del primer grupo (“persona 1). Los demás, en cambio, serán más o menos apreciados, más o menos reconocidos como personas, según las opciones y la mentalidad de quienes viven a su lado, o de la sociedad con sus leyes y principios.

¿Qué ocurre cuando un grupo social no ve necesario proteger la vida de quienes son “personas 2-5"? En tal caso, según Engelhardt, sería probable que se llegue a opciones como las del aborto, el infanticidio o la eutanasia no voluntaria (no pedida por el enfermo, sino por sus familiares). El Estado, sigue Engelhardt, no debería intervenir a favor de la vida de estos seres humanos (que son “personas” en un sentido muy frágil, pues dependen en todo del reconocimiento de los demás). Igualmente, si una “persona 1" pide, por ejemplo, un “suicidio asistido” (da permiso para que le eliminen), se encuentra plenamente en su derecho de recibir tal “asistencia”, pues puede disponer libremente de su vida y de su muerte. Lo único que debería prohibirse siempre en la vida social es cometer cualquier forma de violencia física contra la voluntad expresa de las “personas 1".

De un modo semejante a Engelhardt, pero desde un planteamiento muy diferente, encontramos las propuestas de Peter Singer. Este autor, nacido en Australia, es actualmente profesor de bioética en la Princeton University (New Jersey, Estados Unidos).

En una de sus obras más famosas, Repensar la vida y la muerte, Singer defiende que es necesario abolir la distinción “discriminatoria” entre hombres y animales. Tal abolición sería posible a partir de un criterio “objetivo”: el nivel de conciencia y de relacionalidad que descubrimos en alguien (animal o ser humano) que se presente delante de nosotros.

Para Singer ser persona significa poseer ciertas características, por ejemplo, racionalidad y autoconciencia, o manifestar deseos de seguir viviendo y de realizar proyectos en el futuro. Tales características se dan en algunos animales no humanos (como ciertos orangutanes), y no se dan en algunos seres humanos (un embrión, un niño recién nacido, un enfermo en estado de coma cerebral).

El comportamiento humano debería asumir esta distinción, de forma que pueda ser más grave eliminar a ciertos orangutanes (que serían más “personas”) que no a algunos enfermos humanos que se encuentran en unidades de reanimación y que no son mínimamente “personas”...

Engelhardt y Singer son dos modelos de una mentalidad que, si bien no llega a los extremos de estos autores, se va difundiendo poco a poco en diversos países del mundo, especialmente entre los países de cultura occidental. La admisión del aborto (primero tolerado, luego legalizado) ha significado el primer paso, pues el aborto implica reconocer que algunos seres humanos (los no nacidos) merecen menos respeto y protección que otros seres humanos (los sí nacidos, y con un cierto nivel de salud y autosuficiencia). La eutanasia, presente ya en Bélgica, Holanda y Oregon (Estados Unidos), es el siguiente paso: los médicos pueden acabar con la vida de algunos seres humanos que han perdido (por pedirlo ellos, por pedirlo otros) la condición de seres dignos de un respeto inviolable de la propia vida.

Estos errores sobre el valor personal de cada vida humana son posibles como resultado de algunos modos de actuar que violan la dignidad humana. Superarlos será posible desde ideas y comportamientos que recuperen el valor (personal) de cada existencia humana.

Ya otras veces, en el pasado, fue posible destruir mentalidades discriminatorias que provocaron infinidad de dolor y de crímenes inhumanos. Cuando se reconoció que todo esclavo, por ser hombre, era también persona (alguien digno de respeto), se dio un paso fundamental para eliminar la esclavitud en el mundo.

Ahora estamos llamados a redescubrir, desde la biología y la filosofía, que todo ser humano, desde el inicio de su concepción hasta su muerte natural, goza de la misma dignidad, es persona por pertenecer a nuestra familia humana. Podemos llegar a esta convicción desde la ciencia y desde la vida cotidiana, cuando defendemos la vida de los no nacidos o de los enfermos terminales, y cuando les damos, a ellos y a quienes están a su lado, aquella asistencia y aquel amor que merecen simplemente por ser lo que son: personas siempre dignas de respeto.