Pasar al contenido principal

Benedicto XVI, ¿un Papa que fue nazi?

Para robarle la fama a una persona lo más
fácil es calumniarla. A Benedicto XVI le han buscado desprestigiar desde el
día que lo eligieron Pontífice. Las falacias sobre su persona se han ido
multiplicando conforme sus firmes palabras se han dejado sentir a favor de
la vida, la familia, la correcta sexualidad, el matrimonio, la
responsabilidad, la paternidad y la maternidad responsable, etc. 

Hay muchos a quienes no les agrada que el Papa recuerde la verdad del hombre
al hombre de hoy y por eso recurren a la mentira para descalificarle. Y es
que el difamar a un ser humano, robarle la fama, denigrarlo, es fácil, muy,
muy fácil. Bastan comentarios ligeros, simplificaciones baratas, palabras
preñadas de sutil dolo, juicios gratuitos e infundamentados; aunque todos
los hombres tienen una capacidad crítica no todos la ponen en práctica y se
dejan llevar fácilmente por las opiniones comunes. Decir, por ejemplo, que
Benedicto XVI fue nazi en su juventud pero que lo ha venido ocultando, es un
juicio que merece un repaso por la vida de Joseph Ratzinger y amerita
repetir la clase de historia contemporánea elemental.

Últimamente se viene escuchando este comentario a raíz de la defensa a la
vida que el Papa viene realizando en sus discursos, homilías y otros
documentos en temas puntuales como eutanasia y aborto. ¿Es verdad que Joseph
Ratzinger fue nazi?

El Papa nunca ha negado que le obligaron a participar en las juventudes
hitlerianas ni que hizo acto de presencia en las milicias del tercer Reich.
También ha dejado claro que nuca estuvo en el frente de batalla. En el libro
autobiográfico “Mi vida” él mismo narra el contexto histórico padecido, la
manera como se vio obligado a formar parte de esos grupos y luego su
enrolamiento en el ejército, en qué consistió su participación y cómo salió
de él. 

El contexto histórico

Quien conoce de historia sabe cómo llegó Hitler al poder y lo que sucedió
luego. De lo vivido entonces por el pequeño Joseph, Ratzinger contará:

“Los nazistas hablaron rápidamente de “toma del poder”, y de esto
efectivamente se trató. El poder vino, de hecho, ejercitado desde el primer
momento […] vinieron introducidas las “juventudes hitlerianas” y la “liga de
las mujeres alemanas”, vinculadas a la escuela, así que también mi hermano y
mi hermana debieron tomar parte en sus manifestaciones. Mi padre –que era
policia rural– sufría mucho por el hecho de tener que estar al servicio de
un poder estatal a cuyos vértices consideraba criminales aunque, gracias a
Dios, su trabajo en aquel lugar y en aquel tiempo casi no era tocado. En los
cuatro años que transcurrimos aquí –se refiere a Aschau– de aquello que
puedo recordar, el nuevo régimen se mueve sólo para espiar y tener bajo
control a los sacerdotes que tenía una conducta “hostil al Reich”; valga
decir que mi padre nunca tomó parte en esto personalmente; al contrario,
puso en guardia y ayudó a aquellos sacerdotes de los cuales sabía que
corrían peligro”.Conforme fue pasando el tiempo el gobierno enroló a los jóvenes alemanes en
las filas activas para desempeñar servicios laborales que consistían en
ayudas específicas de carácter práctico para el mantenimiento de los
cuarteles o las bases de información militares, por ejemplo."Mi hermano tenía 17 años, yo 14. Quizá yo estaría fuera pero era claro que
mi hermano no podría fugarse. De hecho, en el verano de 1942 vino enrolado
en el así llamado “servicio laboral” […] fue asignado al departamento de las
comunicaciones, como radiotelegrafista. Después de pasar por Francia,
Holanda y Checoslovaquia, en 1944 fue enviado al frente italiano, donde fue
herido y, afortunadamente, transferido a Traunstein al hospital militar
dispuesto en el seminario que para él había sido el lugar de tantas
experiencias religiosas. Pero apenas restablecido fue enviado nuevamente al
frente italiano […] No obstante la gravosa oscuridad del cuadro histórico,
delante de mí estaba todavía un bello año académico en casa y en la escuela
de Traunstein…”

Mientras tanto, los azotes de la guerra se dejaban sentir más y más:

“[…] en los periódicos estaban elencados los caídos; casi todos los días
venía celebrada una misa por algún joven soldado caído en la guerra. Los
nombres eran cada vez más los de aquellas personas conocidas por nosotros.
Cada vez más se trataba de estudiantes de nuestra escuela, jóvenes llenos de
vida y de fe, que nosotros habíamos conocido personalmente, que hasta hacia
poco tiempo habíamos visto cercanos a nosotros”.

Obligado a formar parte

Pese a la aparente fortaleza del ejército alemán, los primeros fracasos se
empezaron a suceder; fracasos que conllevaban la pérdida de hombres y la
necesidad de más para hinchar las filas de los frentes de batalla o, por lo
menos, para aumentar el ánimo de los que ya estaban en ellas.

“Vista la creciente falta de personal militar, en 1943 los hombres del
régimen inventaron algo nuevo. Dado que los estudiantes de los internados
debían vivir de todos modos en comunidad, lejos de casa, consideraron que no
había ningún obstáculo para cambiar la sede de los colegios, colocándolas en
las apretadas bases antiaéreas. Además, desde el momento que no estudiaban
todo el día, parecía del todo normal que utilizaran su tiempo libre para los
servicios de defensa de los ataques aéreos enemigos. De hecho, yo no estaba
internado desde hacia tiempo, pero desde el punto de vista jurídico formaba
todavía parte del seminario de Traunstein. Fue así que el pequeño grupo de
seminarista de mi generación (generación 1926 y 1927) fue llamado a los
servicios de contra-aviones a Munich. A los diecisiete años tuvimos que
aceptar un tipo muy particular de internado. Habitamos las barracas como
soldados regulares que éramos, obviamente una pequeña minoría, nos vinieron
impuestos los mismos uniformes y, en sustancia, debíamos desarrollar el
mismo servicio con la única diferencia que a nosotros estaba concedido
también frecuentar un mínimo de clases…”

Su participación

Así lo narra él mismo: “[…] el periodo transcurrido causó situaciones
embarazosas, sobre todo para los individuos tan poco inclinados a la vida
militar como yo. Aquí yo estuve asignado a los servicios telefónicos y el
suboficial al que estábamos subordinados defendió con firmeza la autonomía
de nuestro grupo. Estábamos dispensados de todos los ejercicios militares y
ninguno osaba inmiscuirse en nuestro pequeño mundo […] más allá de mis horas
de servicio, podía hacer todo aquello que quería y dedicarme sin graves
obstáculos a mis intereses. Además de todo, sorprendentemente, estaban ahí
un conspicuo grupo de convencidos católicos que llegaron a organizar clases
de religión y a obtener el permiso de frecuentar ocasionalmente la iglesia”.

En 1944, llegado al límite de edad para el servicio militar, fue llamado a
éste. El 20 de septiembre fue trasladado a los confines entre Austria,
Hungría y Checoslovaquia: “Aquellas semanas de servicio laboral se han
quedado en mi memoria como un recuerdo oprimente […] una noche fuimos
levantados de la cama y reunidos, todavía medio dormidos. Un oficial de la
SS nos llamó uno por uno fuera de la fila y trató de inducirnos al
enrolamiento “voluntario” en el cuerpo de la SS explotando nuestro cansancio
y la posición de cada uno delante de todo el grupo reunido. Muchos fueron
enrolados de este modo en ese cuerpo criminal. Junto a algunos otros yo tuve
la fortuna de poder decir que tenía la intención de hacerme sacerdote
católico. Venimos cubiertos de burlas y de insultos y devueltos dentro, pero
esta humillación nos había agradado mucho desde el momento que nos liberamos
de la amenaza de ese enrolamiento falsamente “voluntario” y de todas las
consecuencias”.

“Era común que aquellos que prestaban servicio laboral, con el acercarse del
frente, vinieran enrolados en el ejército; y era esto lo que nosotros
esperábamos. Pero para agradable sorpresa, las cosas fueron diversamente […]
el 20 de noviembre nos fueron dadas las maletas con nuestros vestidos
civiles y vinimos despedidos en un tren que nos regresó a casa, con un viaje
continuamente interrumpido por las alarmas aéreas. Viena, que en septiembre
no había sido tocada por los eventos de la guerra, mostraba ahora las
heridas de los bombardeos. Todavía más impresionante se me hizo la vista de
la amada Salzburgo donde no sólo la estación estaba reducida a un cúmulo de
escombros sino también el símbolo de la ciudad –el grandioso domo del
renacimiento– había sido duramente golpeado; si bien recuerdo, la cúpula
había sido derrumbada […]”. Pero al fin llegó a casa el joven Joseph: “Era
un encantador día de otoño… raramente he sentido tan fuertemente la belleza
de mi tierra como en este retorno a casa de un mundo desfigurado por la
ideología”.

Cómo salió 

Al regreso se encontró nuevamente con la llamada a las armas aunque le
fueron concedidas tres semanas para el descanso. Tuvo que ir. La Navidad la
pasó en las barracas. Meses más tarde sería exonerado del servicio por
enfermedad pero tuvo que continuar enrolado en el ejército aunque nunca fue
en el frente de batalla. La muerte de Hitler reforzó la esperanza de que el
final de la guerra estuviese cerca… “Al final de abril o en los primeros de
mayo, no recuerdo con precisión, decidí regresar a casa. Sabía que la ciudad
estaba circundada de soldados que tenía la orden de fusilar sobre el puesto
a los desertores. Por esto, para salir de la ciudad tomé un camino
secundario con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de una
galería estaban dos soldados centinelas y por un momento la situación se
hizo extremamente crítica. Por fortuna, eran de aquellos que no podían más
con la guerra y no querían transformarse en asesinos”.

Finalmente llegaron los estadounidenses. A Joseph, como a tantos otros, le
tocó convertirse en prisionero de guerra. La casa de los Ratzinger se
convirtió en cuartel militar estadounidense. Joseph tuvo que marchar
caminando a pie durante tres días hasta otro cuartel para prisioneros. Por
junio los empezaron a dejar marchar; a él le tocó el día 19. Ya libre, se
las tuvo que arreglar para llegar a su casa. Contará después,
anecdóticamente, con referencia a ese día: “En mi vida nunca he comido
alimento más felizmente como aquel que mi mamá preparó aquella vez con los
productos de nuestro huerto. Pero para que nuestra alegría fuese plena
faltaba todavía algo. Desde el inicio de abril no habíamos tenido noticia de
mi hermano […] Por eso fue muy grande nuestra alegría cuando, en un día
caliente de julio, se sintieron improvisamente los pasos y aquel por el cual
por tanto tiempo no se había sabido nada; estaba ahora en medio de nosotros,
bronceado por el sol de Italia…”

“Durante la fiesta de Navidad llegamos a tener un encuentro entre nuestros
compañeros de clase, los sobrevivientes agradecieron por el regalo de la
vida y por la esperanza que renació, incluso en medio de todas las
destrucciones”.

Simplificar no siempre lleva a correctas comprensiones. No parece justo
reducir la figura de un hombre de semejante estatura humana y espiritual a
la mentira de quienes por intereses subjetivos quieren desprestigiarle. Lo
bueno de todo esto, es que podemos cambiar nuestra opinión, reforzarla y
ayudar a otros a compartirla.