En una circular del 17 de agosto del 2005, firmada por Mons. José Guadalupe Martín Rábago y Mons. Carlos Aguiar Retes, quienes a la sazón fueran Presidente y Secretario de la Conferencia Episcopal Mexicana, y dirigida a las cabezas de las iglesias particulares, ministros sagrados y pueblo de Dios en general, se toca un tema tan importante como delicado: Las bendiciones que, en ocasiones, solicitan a los clérigos algunos divorciados que han contraído nuevas nupcias ante las leyes civiles o, incluso, viven en unión libre con otra pareja.
En uno de sus párrafos encontramos lo siguiente: “Muchas parejas lo hacen de buena fe y por ignorancia, así como por otros motivos, involucrando a ministros ordenados (presbíteros y diáconos) que desafortunadamente, ante la extrañeza y confusión del pueblo de Dios, aceptan dar este tipo de bendiciones”.
Más adelante se cita el número 84 de la exhortación apostólica “Familiaris Consortio” del Papa Juan Pablo II donde dice: “Del mismo modo el respeto debido al Sacramento del Matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, se prohíbe a todo pastor -por cualquier motivo o pretexto, incluso pastoral-, efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y como consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído. Así pues, iluminados por esta doctrina, urge informar adecuadamente a las personas que solicitan este tipo de ceremonias a fin de custodiar la santidad del matrimonio”.
Dentro de un ambiente impregnado de subjetivismo se corre el peligro de traicionar la verdad y, por lo mismo, de deteriorar instituciones fundamentales para la vida social. Pensemos, por ejemplo, en la tremenda confusión que se produce en los hijos cuando en algunos períodos de sus vidas llaman papás a sus progenitores y después han de hacerlo con otras personas como si los papás fueran vasos desechables.
También conviene recordar que los fieles católicos, que por distintos motivos se ven privados de recibir la sagrada comunión, no están imposibilitados de asistir a la Santa Misa con los demás. Por eso el documento citado afirma: “Exhortamos a los fieles a no pedir este tipo de bendiciones, sino más bien a asumir esta situación irregular, por dolorosa que sea, ya que no los separa de la Iglesia ; y les invitamos a acudir a sus pastores para que sean orientados y atendidos pastoralmente”.
“Hermanos Presbíteros y Diáconos: sabemos que no podemos favorecer este tipo de irregularidades y debemos distinguir lo canónico de lo sentimental. La experiencia nos dice que en lugar de ayudar a estas parejas se les daña y se crea confusión en la gente”.