El ser humano no es “superman”, necesitamos descansar para enriquecer nuestro espíritu, recuperar la paz y hacer el acopio de fuerzas que nos permita entregarnos con nuevos bríos a las tareas habituales. Son muy útiles esos espacios en los que nos separamos un poco de nuestras actividades ordinarias, para verlas en perspectiva, de forma que lo cerrado de la selva no nos impida ver la belleza del bosque, es decir, la belleza y posibilidades de la vida en su conjunto. Es tiempo de soñar, de imaginar, de dirigir nuestras energías hacia horizontes más ambiciosos y ricos.
De esta forma el periodo vacacional se convierte en un auténtico tesoro, una oportunidad única de crecimiento interior y de reparar las fuerzas. Pero, como toda realidad humana en el presente imperfecto universo, no está exenta de peligros que es necesario sortear. La sociedad consumista busca incansablemente imponer formas o modos “canónicos”, es decir oficiales, de descanso, muchos de los cuales en vez de contribuir al enriquecimiento personal, la empobrecen y tantas veces encadenan o condicionan, impidiéndole ser ella misma.
Ofrezco a continuación tres ejemplos, que permiten explicar un poco lo que quiero decir. Hace unos días, platicando con una joven madre, me di cuenta de que en determinado momento le quitó a su niño, de cinco años, su PSP (consola de video portátil para los niños). El niño accedió sin reclamar, hecho que me llamó poderosamente la atención. Al hacérselo notar, me comentó que no era muy amiga de los juegos de video. No le había regalado sin más el PSP a su niño de cinco años; le había dicho que lo tenía que comprar de sus ahorros. Le enseñó a hacer brownies (pastelito de chocolate); entre los dos los hicieron, y con los ahorros se lo compró. En esta ocasión le pidió el aparato, porque estaban de visita en una casa y no quería que el niño se aislara, sino que conviviera con sus primos. Procuraba además balancear sus pasatiempos, para que fuera capaz de divertirse con otros juegos que le permitieran relacionarse con más niños, desarrollarse físicamente, y sobre todo, divertirse al aire libre. Es decir, se trataba de una mamá que no había cedido a la tentación fácil de abandonar al niño al mundo mediático, que puede absorberlo y entretenerlo de forma absoluta, si no se le pone un freno.
El segundo caso no es tan positivo. En realidad muestra como la cultura de consumo puede arrebatar la libertad interior a las personas, creándoles necesidades inexistentes y superfluas, que comienzan a ser parte imprescindible de la propia vida y en consecuencia de la identidad personal, empobreciéndola. Cierto adulto mayor, soltero –nunca quiso casarse, el mundo mediático logró acallar los deseos de comunión más profundos del alma- tenía que ser sometido a una operación, que si bien no era muy grave, lo iba a dejar incapacitado por largo tiempo. La hermana de esta persona le ofreció asilo en su casa, para que no estuviera solo y poderle ayudar con mayor facilidad. Después de pensarlo un poco, el futuro convaleciente contestó que no. ¿La razón? Su hermana no tenía una televisión con pantalla plana en su casa. Estupefacta, la hermana no insistió más. Su hermano estaba dispuesto a hacer ingentes sacrificios para no prescindir de una pantalla de plasma, que juzgaba mucho más esencial que la compañía o el apoyo humano en tiempo de convalecencia. Esa persona, podemos pensar, no era libre interiormente, al quedar atada por necesidades ficticias.
El tercer ejemplo en cambio es positivo. Nos permite comprender como en realidad, no hace falta demasiado para pasarlo bien y enriquecerse interiormente. No se trata de un caso de vacacional, pero bien puede extrapolarse. Un amigo sacerdote, después de gozar algunos años de las bondades de la vida en provincia, fue destinado de nuevo a la Ciudad de México. Además, por las labores que tenía encomendadas, debía pasar largos intervalos de tiempo en su automóvil. Al preguntarle sobre cómo sobrellevaba tal situación me comentó, muy ufano, que estaba aprovechando esos intervalos para aprender francés y alemán, actividades a las que antes, por su intensa actividad sacerdotal, no podía plantearse dedicar tiempo. Ahora, que pasaba de dos a cuatro horas diarias en el carro, podía aprovechar ese tiempo, escuchando podcast que bajaba de Internet a tal efecto. Como se ve, la inventiva humana es muy rica, y donde aparentemente surge un obstáculo infranqueable, aparece una buena oportunidad. Nos puede servir el ejemplo para no dejarnos abatir, cuando por lo que sea, nuestras vacaciones no tengan lo que frecuentemente el consumismo parece exigir: gastos, viajes, lugares exóticos de descanso. Muchas veces prescindiendo de ello, podemos ganar muchísimo más y descubrir que somos interiormente libres, que no necesitamos gastar mucho dinero para pasarlo bien.